Roberto
Baschetti

Ameijeiras, José Antonio

“Tito” para todo el mundo. Nació en febrero de 1944 y ya el 17 de octubre de 1945 a ‘upa’ de su madre estuvo en los alrededores de la Plaza de Mayo cuando un pueblo insurgente pidió por la libertad del coronel Perón. Dejemos que el mismo “Tito” cuente su historia: “Mi mamá y mi papá eran obreros, llegaron con las oleadas migratorias de los ‘40. Mi viejo, gallego, trabajaba de mozo en el Centro, en un bar llamado ‘La Sonrisa’; mi mamá, entrerriana de Rosario del Tala, trabajaba de mucama en la casa del general Edelmiro Farrel y después que la echaron, se fue a trabajar en los bares del centro de lava-copas, lo conoció a Manolo, se enamoraron y un Día de los Inocentes -28 de diciembre- fueron al Parque Japonés de Retiro (actual ubicación del Sheraton Hotel) para no separarse nunca más. Alquilaron un bulín en un ´’yotivenco’ de Cangallo y Riobamba. Llegué yo, mi vieja quiso que yo naciera en Rosario del Tala y así fue. Me trajeron a Buenos Aires con 22 días, aprendí a caminar y mis primeras palabras las dí, en aquél conventillo. Ellos conmigo eran felices: comían pizza y torta de ricota en ‘La Americana’, iban a bailar a ‘La Enramada’, paseaban por la costanera. Nos mudamos a Parque de los Patricios en 1947. Mi mamá fue encargada en un edificio, mi papá mozo en la esquina, en el bar ‘Sandrín’ de Caseros y Dean Funes. Fui socio infantil de Huracán. Los dos aprendieron a leer y escribir en sus sindicatos, de los que fueron fundadores; mi vieja era militante de la Rama Femenina del Partido Peronista. Formé parte de la infancia privilegiada de Perón y Evita. Nadie me la contó, me dieron las bolsas celestes con juguetes de la Fundación, pusieron jueguitos en el Parque; mis viejos agradecidos gritaban a quien los quería escuchar: ‘¡La vida por Perón!’. A todo esto, una asistente social los agarró y les dijo que había que casarse y me transformé en Ameijeiras a los 7 años. Me acuerdo nítidamente del ‘casorio’ de mis viejos, en el Registro Civil de la calle Rioja y en la Iglesia de San Antonio de Padua. Más adelante, vi los bombardeos del ‘55 (16 de junio) desde la terraza, después vino mi padrino y nos contó lo que vivió en la Plaza cuando había ido a ver como lanzaban pequeños paracaídas con flores…pero eran bombas. Salí de casa, que ya era en Bánfield, en Camino Negro y Las Tropas, a los 15 años, pero nunca perdí el vínculo, y siempre estuve volviendo. Laburé en bares y restaurantes con casa y comida cuando era menor. Cuando crecí un poco fui aprendiz de fabriquero, limpié oficinas como encerador e hice una corta carrera como mozo y barman, hasta que me metí en el cine en 1966 y nunca más salí. Por eso mismo mi mamá se murió diciendo que ‘El Nene nunca trabajó, un día se metió en el cine y siguió sin trabajar”. Antes, en el ‘62 me metí en las barras de Corrientes y fui un náufrago en los bares ‘La Academia’, ‘Eros’, ‘La Paz’, ‘El Colombiano’, ‘La Giralda’, el restaurante ‘Pippo’, ‘Bachín’, los teatros, los cines, los recitales, la ‘Baraka de Kalendar’, el Bar ‘El Moderno’, el Instituto Di Tella, la Galería del Este, el Bar ‘Budos’, los ‘Picacobres’, el ‘Bar Baro’, con mucha pero mucha gente, los roqueros y el rock nacional, un torbellino que acabó llevándome, de la mano de Carlitos Sforzini, a mi primer trabajo en el cine, en la Swing; punto de partida del ‘Grupo Cine Liberación’ que se fundó de hecho, entre Pino (Solanas) y Octavio (Getino) haciendo ‘La Hora de los Hornos’. Pino era el dueño de Swing Producciones, que era una productora ‘de griffe’ de publicidad, allí estaba parte de la elite del cine y trabajando conocí personalmente a varios astros como Rubencito Salguero, Buby Stagnaro, el Negro Humberto Ríos, Gerardo Vallejo, Fisherman, Arce, Carlos Macías, Oscar Souto, Abelardo Kuchnick, Juan Carlos Desanzo y muchos otros. Caí con paracaídas en el ojo del huracán. Yo entré al grupo cuando trajeron la copia de ‘La Hora de los Hornos’ después del Festival de Pesaro, copiada en 16 mm en los laboratorios Luce, de Milán. Un día Pino Solanas, por recomendación de Rubén Salguero me invitó a su casa en Vicente López y me pasó en 16 mm las 5 horas y media de ‘La Hora de Los Hornos’, con él mismo cambiando las bobinas cada 50 minutos… Vi lo que hubiera querido soñar, un arma singular para la Revolución, fue como un atravesar el espejo. Entonces Pino me invitó a trabajar con la exhibición, en fin, el camino se me abrió para adelante y para arriba, en la dirección de la Luz… En 1969, 1970, el Grupo, como ámbito de militancia estaba formado por apenas cinco compañeros: Pino, Getino, Jorge Díaz, Carlos Mazar y yo. Cada uno de nosotros con una función específica y con un área de actuación determinada, y había un entorno de amigos, cumpas muy próximos, entre ellos el ‘Chango’ Vallejo, Rubén Salguero, Pablo Szir, Humberto Ríos, Ricardo Golfer, ‘El Tordo’ Jorge Garber, Lopecito de Santa Fe, Carlos Sforzini, Carlos Atkins, Natalio Koziner. Yo era el encargado de atender y expandir el circuito nacional alternativo, de los préstamos de proyector y copias; de la organización de centenas de proyecciones clandestinas, que eran en realidad actos para la liberación, formación y entrenamiento de nuevos grupos de exhibición en las ‘orgas’, sindicatos, organizaciones populares…, distribución de copias de ‘La Hora de los Hornos’ y ‘dups’ negativos de las ‘pelis’ de Perón. Del ‘Chango’ Vallejo me llevo su amistad incondicional, que ciertamente seguirá hasta nuestro próximo encuentro en el más allá. Tuve el raro privilegio de participar en su primer largo ‘El Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales’, allí apareció mi primer cartel en el cine: ‘Asistente de Dirección: Tito Ameijeras’ (Expresando la generosidad del ‘Chango’) filmada en Acheral en 1966 y 1967 y montada en Laboratorios Alex en el ’68. Por su parte, al ‘Gallego’ (Octavio Getino) lo conocí en Swing y nos aproximamos militando en Cine Liberación. Me gustaba ir al barrio del ‘Gallego’, era por Pasco en Témperley, ahí también vivían los Taborda, los Villaflor y una negrada de militantes que vivían en estado de revolución. Cuando le metieron la bomba en su casa me tocó ir para allá para ver en qué ayudar y después cuidarlo al ‘Gallego’, escondido más de un mes en la oficina de Rubencito Salguero en 25 de Mayo y Córdoba, hasta que lo acompañamos a Ezeiza partiendo con Susana hacia el Perú, hacia el exilio… Coincidimos algunas veces en Cuba, en actividades en la EICTV y del Festival y una vez me tocó acompañarlo a una ceremonia de la FNCL (Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en Cuba) en la que le entregaron un premio por un libro escrito por su compañera (Susana Velleggia). Estuve presente cuando la DAC le entregó un reconocimiento, por el conjunto de su trabajo. Yo estaba con Humberto Ríos, él con Susana, se lo veía frágil, pero firme, como siempre…Nos encontramos por última vez en un café que había al lado de su casa, él debía entregarme una copia en dvd de “La Revolución Justicialista” para meterle unos ‘inserts’ en una ‘peli del palo’. Una emoción inolvidable, fue el 17 de noviembre de 1972 con el primer regreso de Perón a la Patria. Mi hijo Juancito tenía 2 años, evalué que era un buen día para su bautismo en la ‘yeca’, en realidad ya lo habíamos bautizado, pero en retirada pues la ‘yuta’ nos dispersó en una concentración a la CGT el 17 de octubre del ‘70 cuando el nene tenía un mes. Pasamos la noche del 16, madrugada del 17, en la Unidad Básica con un grupo bullicioso de militantes y adherentes haciendo la producción para la marcha que saldría de Villa Lugano bien temprano. Juancito durmió en una camita improvisada con las banderas dobladas mientras ultimábamos los detalles: ‘A las seis en punto daremos una vuelta con el bombo despertando a la gente, haciendo la llamada’. ‘Yo me encargo del mate cocido junto con éste’; ‘Vos te vas a buscar los panes que ya están encargados’, ‘Yo me voy para abrir la U.B. de La Rosa y ya traigo a la gente marchando’. El mate amargo giraba sin cesar, el humo de los cigarrillos, el incesante ajetreo. A un costado, un grupo de pibes pintaba pancartas… Perón regresaba después de diecisiete años de exilio, mucha lucha, resistencia. Amanecía cuando salimos a la calle desierta y un poco fría. Me envolví con una bandera argentina a manera de poncho, lo puse al nene a babucha, me colgué el bombo y empecé a los gritos: ‘¡Los que están, con Perón, que se vengan al montón!’. La pancarta pintada con un escueto y contundente VIVA PERÓN, unos 30 o 40 compañeros conmigo. Dimos una vuelta por el barrio, Murguiondo, Oliden, Larrazábal, cuando pasamos por La Rosa ya se habían juntado muchos más, fundimos las columnas y seguimos meta bombo y a cantar para volver al punto de concentración. Dicen que la guerra, como el amor, las hace el gaucho cantando… En la U.B. se había concentrado una buena parte de la militancia peronista del barrio, aunque había otras salidas hacia Ezeiza por todas partes, a cargo de otras organizaciones y tendencias. Sabíamos que el gobierno de Lanusse había montado un esquema militar y de seguridad en todo Ezeiza con refuerzos en el aeropuerto internacional, con el objetivo de impedir el acercamiento de los muchos militantes que se proponían ir a recibir a Perón. Y como siempre, los que estábamos con Perón nos juntamos al montón. Había mucho nerviosismo y, al mismo tiempo, una gran expectativa pues el gran momento tan esperado, tan deseado, después de 17 años, del ‘Perón Vuelve’, del ‘Luche y Vuelve’ estaba haciéndose realidad… Salimos alegremente, cargando las vituallas que el trabajo solidario había juntado: bidones de agua, termos y equipos de mate, cajas con empanadas, sánguches, tortas fritas, bizcochuelos, facturas de la panadería, botiquín de primeros auxilios, en fin, íbamos a patas, encolumnados, preparados para ocupar las trincheras de la alegría. Nuestra columna llegó hasta Puente 12 y ahí nos dispersamos sabiendo que el General ya estaba en nuestra Patria, La Guardia de Infantería nos tiró gases, me acuerdo de una compañera que al verme corriendo con Juancito me alcanzó una bolsa de bicarbonato. En la dispersión perdí de vista a mi mamá y mis hermanitos adolescentes. A las 11 de la mañana concluía la “Operación Retorno”, eternizada por la imagen de Rucci y Juan Manuel Abal Medina cubriendo con un paraguas a Perón para protegerlo de la llovizna. También tengo recuerdos entrañables de Julio Troxler. Él era un cuadrazo que, además de brindarte el corazón, te ayudaba a aprender a usar la razón y se la pasaba enseñando tácticas y estrategias de supervivencia militante. El consejo que más nos repetía:’nunca te entregués, si tenés alguna chance de escapar con vida’ y fue así que escapó de los fusilamientos del ‘56 en el basural de José León Suárez. Lo conocí en la época del rodaje de ‘Operación Masacre’, presentados por el ‘Tigre’ Jorge Cedrón. Él (Troxler) y Leonor formaban algo más que una pareja peronista, eran una verdadera conjunción, de un enorme carisma y magnetismo. Manejaban una peña en Zona Norte y, un día en el que yo lo había llevado a mi hijo Juancito, un nene un poco mayor que un bebé, ellos organizaron un ‘bautismo criollo’ con el nene cubierto con un poncho de vicuña y una bandera argentina, y entre Julio y Leonor se pronunciaron las palabras bautismales, encaminando a mi Juancito para ser un futuro militante. Que lo es. Nos aproximamos ambos, mucho más, durante el rodaje de ‘Los Hijos de Fierro’, donde hacíamos de hermanos. Él, el mayor, representando a los resistentes de la primera hora, “Penitenciaría”, el que siempre estuvo preso sin cometer más delito que defender a la Patria y su integridad democrática; yo “el Hijo Menor”, representando a la juventud y el trasvasamiento generacional. Aprendí mucho con esa intensa convivencia. Lo mató las 3 A, lo llamaron a una cita y lo asesinaron en una cortada de Barracas, cerca de la estación Irigoyen. En el velorio quise tocarlo y metí la mano por atrás de la cabeza, tenía un agujero enorme tapado con algodón y gasa. Tuve como secuela una reacción traumática que me duró hasta que partí para el exilio, cuando andaba en la calle sentía un calor fuerte en la nuca… Pero a él lo recuerdo enorme, colosal, parecía un cóndor abatido apretado en ese miserable cajón. Con respecto a mi actividad política, a mediados de los ’70 militaba en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), en el denominado Frente de Profesionales, en la Lista Naranja sindical de actores y SICA y con actuación en la Juventud Peronista (JP) Montoneros. En relación al exilio, mi llegada al Brasil fue de improviso, me fue a buscar un Grupo de Tareas y tuve que irme de la noche a la mañana, sin tiempo ni para decirle adiós a la familia, a mi hijo Juancito, que tendría sus 7 añitos lo despedí en un bar de Caballito, sin poder contarle la verdad ni describirle el abismo que se abría frente a nuestros pies… fui hasta Puerto Iguazú en un ómnibus de la empresa Singer, escoltado en un coche por dos compañeros actores, Marcelo Alfaro y Adriana Colombo. Allá hice contacto con un botero tal vez de nombre Martínez que me cobró unos ‘mangos’ para pasarme en bote al anochecer y me dejó cerca de Porto Meira. En la orilla brasileña me dijo que subiera hasta encontrar un camino y que le ‘metiera a pata’ hacia la derecha, que iría a llegar a Foz de Iguazú y así fue. Saqué boleto para Curitiba, de ahí para Rio sin esperas y me fui directamente para la casa de una amiga argentina, Marta Speroni, en Santa Teresa. Me alojó generosamente y a las dos semanas leí en el diario Jornal do Brasil que habían caído mis cumpas de JTP de actores: Polo Cortés, torturado y asesinado, Horacio Peralta, que estuvo unos meses en la ESMA y lo largaron debido a la presión que pudo hacer su papá que era un gremialista de Prensa, etc. Y también anduve por Cuba. Allí llegué atendiendo un llamado de Fernando Birri por boca de Hernán Invernizzi, para trabajar en la EICTV. Esto fue en 1991, asumí la jefatura del Taller de Producción, en aquella época la Escuela se dividía en cinco Talleres: Dirección, Montaje, Guión, Fotografía y el mío. Y este viaje a Cuba por un año fue un divisor de las aguas en mi vida, literalmente un antes y un después. Nadie vino a ‘melonearme’, anduve suelto, y con mucha movilidad y la vi con mis propios ojos, la Revolución desplegada y viva, real, muy distante de las mentiras que contaba la prensa… Volví varias veces, a Cuba y a la Escuela de Cine; sumando los tiempos me pasé casi cinco años, lo que no es poco, siempre fui muy feliz por allá. Tengo conmigo una hija de 14 años, Dandara, que nació en La Habana. Si miro para atrás puedo decir que en la actualidad vivo en Brasil. En rigor a la verdad, como viene sucediendo desde septiembre del 76, sigo siendo un argentino que pernocta en el Brasil, toma mate, escucha las noticias y música argentina en la cantora, lee ‘Página 12’ todos los días como primera tarea. En mi entender actual, la situación nacional solo puede analizarse desde el punto de vista de la Patria Grande y con la inclusión prioritaria de los pueblos. Salí de Argentina hace 40 años ferozmente perseguido con intenciones asesinas por la jauría de los grupos de tareas, yo era apenas un muchacho peronista, un artista que insistía en dar la vida por Perón, me vine a Brasil porque estaba más cerca, estaba ansioso por volver y tomarme la revancha, pero me pasó por arriba la aplanadora de la historia y allá se fueron sueños y realidades. Ya tenía 32 pirulos, estaba casado con la Any y cargábamos con nosotros un bebé nacido en marzo del ‘76, y quedaba atrás mi Juancito nacido en el 70… Entré en el cine brasileño y encontré un lugar que pudo sustituir lo que había construido cumpliendo el sueño del pibe porteño, un sueño imposible para un hijo de obreros que se hizo realidad tal vez porque supe colectivizarlo. Cuando me ‘fueron’ de mi país yo ya estaba ‘completo’ profesionalmente: era el primero de dirección de Pino Solanas, actor protagonista de ‘Los Hijos de Fierro’, productor ejecutivo en la CH Filmes donde dirigía comerciales, escribía guiones, produje un piloto de animación de 10 minutos que no anduvo porque fatalmente lo terminamos cuando ya estábamos al borde del abismo del ‘76, eran mis maestros de teatro Alberto Ure y Agustín Alezzo. Cuando salí a buscar ‘laburo’ en el Brasil, lo conseguí enseguida, aun siendo un indocumentado. Y descubrí, a los 34 años mi verdadera identidad de descendiente del pueblo Guaraní Caingangue”. En total, Tito Ameijeiras estuvo 40 años en Brasil, sin olvidar un solo día su identidad y sin renunciar a la lucha, sobre todo dando la batalla cultural, tan necesaria en los tiempos que corren. Este querido y entrañable compañero, el de los bigotazos en el afiche de la película de “Los Hijos de Fierro” que ilustra esta reseña, productor y realizador de cine, docente, militante en el peronismo revolucionario e integrante del “Grupo Cine Liberación”, falleció a la edad de 74 años en Fortaleza, Brasil, el sábado 4 de agosto de 2018. Diabético, había sufrido amputaciones en un pie por esa cruel enfermedad, un año antes.