Roberto
Baschetti

Giles, Omar

Empezó a laburar como mecánico de coches el “Gordo” Giles; con una pinza y un destornillador hacía maravillas. Se casó temprano. Aguzando su ingenio innato pasó el examen de ingreso y comenzó a trabajar en la fábrica textil más grande de Corrientes: “La Tipoití”, en donde en poco tiempo llegó a ser encargado de la Sección Mecánica. Sus compañeros de trabajo lo eligieron Delegado General de la Comisión Sindical Interna. Esa noche, emocionado, se acordó de su Viejo, qué entre locomotoras y vagones, armaba “caños” para la mítica Resistencia Peronista. Omar Giles era un caso especial, ya que su entrega a la causa peronista, su rectitud y honestidad, le valió el respeto tanto de los sindicalistas “ortodoxos” como de los muchachos de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Una larga huelga fabril en 1974 en la que se puso a la cabeza de la misma, terminó con él en la calle, sin un peso y con una familia para alimentar. Consiguió changas para sobrevivir y arregló hasta la calesita del barrio. Ya con el gobierno títere de Isabel Martínez lo fueron a buscar a su casa para detenerlo y ponerlo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Eran dos camiones tripulados por milicos armados. Algunos quedaron en la vereda, otros adentro de su casa y uno, empuñando un fusil, custodiaba un pasillo que daba al patio trasero. Cuando Omar observa que el gendarme va hacia adelante y deja un segmento de tiempo sin tener la panorámica del patio, le dice a su compañera que lo perdone, que se va a escapar y ella con su bebé en brazos, solo atina a responder: “cuidáte”. Él se despide con un beso para cada uno de sus dos amores. Y tras cartón, el Gordo corre para el fondo de la casa y “vuela” saltando un muro de más de 2 metros de altura. Cae del otro lado, medio rengueando por el golpe y corre, oye disparos y sigue corriendo, hay más tiros, pero no se detiene. Hasta la recuperación de la democracia en 1983 se mantiene en una resistencia clandestina que lo lleva a sustos, dramas y cotidianos heroísmos. Luego sigue su militancia en el Peronismo y en el Frente Grande. Una diabetes traicionera le perforó las córneas y lo dejó sin visión. Se murió con 54 años, el 10 de mayo de 2003 rodeado de su familia y sus vecinos de barrio que se caminaron más de 20 cuadras para llegar al cementerio y darle el último adiós. Su hermano Jorge Giles, militante peronista y montonero, ocho años injustamente detenido por el reinado isabelino y la dictadura militar lo recuerda con inmenso cariño: “El Gordo es de esos militantes casi desconocidos que dan su vida entera para que el prójimo, el semejante, el hambriento, el desocupado, tengan un cacho de justicia. ¿Quién lo recordará y rendirá homenaje sino nosotros, los que naufragamos con él en esos y estos años de eterna lucha por la alegría?”. Es así. Jorge. Por eso este reconocimiento público al compañero Omar Giles, militante nacional, popular y revolucionario.