Nacido el 8 de diciembre de 1949 en Buenos Aires, creció en el barrio de Palermo. Tenía una hermana más chica y dos hermanos mayores. Nadaba en el Ateneo, un club católico que formaba jóvenes para la actividad social. Era un chico cariñoso, sociable, simpático y jodón a la vez. Cursó el secundario en el Colegio “Mariano Acosta”. A los 23 años se recibió de veterinario en la Universidad de Luján y fue profesor de la carrera. Fue en esa época cuando empezó a cambiar, a ver y a sufrir por la miseria en que vivían muchos de sus semejantes y a sentir una gran responsabilidad hacia el otro. “No se compraba nada para él, todo era para ayudar a los demás”, recuerdan. Iba a misionar al Sur, a El Maitén y compartía sus conocimientos con los pueblos originarios. Fue militante en la villa de emergencia del Bajo Flores como cuadro del Movimiento Villero Peronista (MVP). Luego, parte del grupo denominado “Cristianos para la Liberación”. Peronista montonero, fue secuestrado junto a su esposa María Marta Vásquez Ocampo en su domicilio de Emilio Mitre 1258, piso 11, Dto. “D”, el 14 de mayo de 1976 por fuerzas de seguridad armadas hasta los dientes y con ropa de fajina. Luego se supo eran de la Marina de Guerra y Policía Federal. María Marta estaba embarazada de 2 meses al momento del secuestro y según todos los indicios, el hijo de ambos nació en cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en enero de 1977 y nunca fue devuelto a la familia legítima. Sus familiares en un recordatorio aparecido en “Página 12” el 16-5-2001, expresan sobre César y María Marta que: “Reivindicamos vuestro espíritu solidario, vuestro sacrificio abnegado, vuestra entrega de vida por un país con igualdad y sin exclusión social”. Cabe señalar y reproducir lo que se escribió sobre su tarea en la villa del Bajo Flores, en la Escuelita de Belén, según el libro “Micrófonos para el pueblo. FM Bajo Flores” en el año 2008. “Los que hoy tienen entre 40 y 45 años guardan la memoria de ‘esos pibes y pibas de la JP’ como uno de los recuerdos más añorados de su infancia. Comprometidos pero alegres, trabajadores pero divertidos, tiernos y guerreros, exigentes consigo mismos y comprensivos con los demás. Ellos dejaron regados de mística los rincones del Bajo Flores. Ahí donde haya una fiesta, una lucha por la reivindicación de nuestros derechos, una obra en construcción, un grupo de jóvenes que quiere cambiar la realidad del barrio, una ayuda sincera, un apretón de manos, un abrazo y tantas otras cosas que hacen especial la vida de nuestras calles y pasillos, ahí mismo ellos están y estarán presentes. Fueron parte de los años de más brillo, antes que vinieran los tiempos oscuros. No existe cura, vecino o compañero que pueda recordarlos con más de tres frases. Su recuerdo produce silencios y lágrimas. Casi todos ellos se encuentran desaparecidos. Se los extraña porque se los necesita. Se los necesita porque eran los mejores”.