Roberto
Baschetti

Rondoletto, Jorge Osvaldo

El caso de la familia Rondoletto es trágico, es una muestra más de la perversidad de un sistema obligado a matar, para poder perpetuarse en el poder. Jorge Osvaldo Rondoletto (Gringo), peronista montonero, nació en San Miguel de Tucumán el 11 de junio de 1952. Su escuela primaria la hizo en el colegio Manuel Belgrano y la secundaria en el Instituto Técnico. Concurrió a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Tecnológica Regional (UTR) -donde militó en la J.U.P.- y trabajaba en la Dirección Provincial de la Vivienda; todo esto en el mismo Tucumán. Lo secuestraron en su domicilio de San Lorenzo 1668, de esa provincia, el 2 de noviembre de 1976, conjuntamente con su esposa Azucena Ricarda Bermejo de Rondoletto (Ver registro. Española nacida en Salamanca, 23 años, ex alumna del Colegio de Hermanas Esclavas) embarazada de 4 meses, su hermana Silvia Margarita Rondoletto (ver su registro), su madre María Cenador de Rondoletto (Ama de casa, 58 años) y su padre Pedro Rondoletto (Comerciante, 59 años). Fueron vistos en la Jefatura de Policía de Tucumán. A todos los sacaron de la casa que habitaban, con los ojos vendados y cubiertas con bolsas sus cabezas, luego de bloquear la cuadra y cortar el tránsito. Volvieron más tarde para saquear la casa y robarles en diferentes ocasiones –tal era la impunidad con que se movían- dos automotores. Están todos secuestrados, desaparecidos, asesinados, muertos. Los militares que llevaron adelante este latrocinio decían defender una civilización occidental y cristiana ¿puede creérseles a la luz de hechos como este? Inclusive existe un testimonio sobre la madre de Jorge Osvaldo. “En medio de semejante infierno, había una presencia tierna. Era una señora mayor que estaba con las chicas. Tenía una imprenta cerca del Mercado de Abasto. Ahora se que se trataba de Doña María de Rondoletto. La habían torturado brutalmente para que confesara el domicilio de una hija militante, sin obtener resultado alguno. La llamábamos ‘La Madre’, y realmente lo fue para las prisioneras, que encontraron en ella cuidados y consuelo. Supo imponérseles a los gendarmes y los obligó a que le dieran algunos elementos para atender a las chicas, cuando volvían destrozadas de las sesiones de tortura. Realmente, sólo la presencia de ‘La Madre’, en aquel sitio me permitió seguir creyendo que aún existía Dios”. (Del testimonio de M.C.V. sobreviviente del Campo Clandestino de Concentración en la Compañía de Arsenales “Miguel de Azcuénaga”. En “Madres de Plaza de Mayo” N° 48. Diciembre 1988).