Nacida en Capital Federal un 14 de noviembre de 1941. Estudió en el Colegio de la Misericordia. Ex religiosa de las Hermanas de la Misericordia. Se ganaba la vida laborando en el seguro de Vida Militar. En 1971 comenzó a viajar al sur con la escuela -bajo la égida de las Misiones Rurales- haciendo catequesis y trabajos sociales entre los más necesitados. Asume la identidad peronista y trabaja en la villa de emergencia del Bajo Flores con el sacerdote Orlando Yorio e integra al mismo tiempo el Movimiento Villero Peronista (MVP). Secuestrada-desaparecida el 14 de mayo de 1976 por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) cuando salía de su empleo. (Si esto que cuento y me llegó como versión es verdad, es tétrico: “Un mayor y dos policías quisieron detenerla en la oficina, pero el vice comodoro Tallarico dijo: ‘Aquí no’. Entonces hizo que un empleado de nombre Pereira llamara a Mónica para que pudieran verla, mientras ellos se ocultaban. Cuando salió del edificio la secuestraron). Ella era cuñada de quien 20 años más tarde, en 1996, con el grado de Almirante, fuera Jefe de la Armada: Enrique Molina Pico. Su padre mismo, Oscar Quinteiro, era Capitán de Navío. Un miembro de la ESMA declaró en off: “En la tortura no supimos si callaba por valiente o si no dijo nada porque era inocente”. Escalofriante… Cabe señalar y reproducir lo que se escribió sobre su tarea en la villa del Bajo Flores, en la Escuelita de Belén, según el libro “Micrófonos para el pueblo. FM Bajo Flores” en el año 2008. “Los que hoy tienen entre 40 y 45 años guardan la memoria de ‘esos pibes y pibas de la JP’ como uno de los recuerdos más añorados de su infancia. Comprometidos pero alegres, trabajadores pero divertidos, tiernos y guerreros, exigentes consigo mismos y comprensivos con los demás. Ellos dejaron regados de mística los rincones del Bajo Flores. Ahí donde haya una fiesta, una lucha por la reivindicación de nuestros derechos, una obra en construcción, un grupo de jóvenes que quiere cambiar la realidad del barrio, una ayuda sincera, un apretón de manos, un abrazo y tantas otras cosas que hacen especial la vida de nuestras calles y pasillos, ahí mismo ellos están y estarán presentes. Fueron parte de los años de más brillo, antes que vinieran los tiempos oscuros. No existe cura, vecino o compañero que pueda recordarlos con más de tres frases. Su recuerdo produce silencios y lágrimas. Casi todos ellos se encuentran desaparecidos. Se los extraña porque se los necesita. Se los necesita porque eran los mejores”.