Socióloga. Nacida el 11 de mayo de 1947 en Gelsenkirchen, ciudad carbonífera de Alemania en la Cuenca del Ruhr. (Actualmente en dicha ciudad funciona una casa con su nombre y apellido que refugia a familias necesitadas. En la inauguración, en los ’90, habló el historiador Osvaldo Bayer). Su padre fue el conocido profesor universitario y teólogo luterano Ernst Kasemann, natural de Tuebingen. Fue asesinada en nuestro país, el 24 de mayo de 1977, a la edad de 30 años, después de haber permanecido más de 8 semanas desaparecida. Luego de un escandaloso y humillante negociado impuesto por militares argentinos, sus restos mortales fueron trasladados a Alemania. ¿Qué paso? Su familia tuvo que pagar 26 mil dólares a los militares que la asesinaron, para poder “rescatar” el cadáver de Elisabeth. Fue enterrada el 17 de junio de 1977 en Lustnau, Tubingen, Alemania. Elisabeth tenía una fuerte sensibilidad político-social y ya en su colegio de Tubingen organizó un “Club de Discusión Política” y a posteriori estudió Sociología en la Universidad Libre de Berlín adonde se vinculó a intelectuales socialistas alemanes y latinoamericanos. Participó de movilizaciones antifascistas y contra la guerra de Vietnam. También se integró al Círculo de Solidaridad con el Tercer Mundo organizado a nivel universitario. Elisabeth hablaba perfectamente además del alemán, inglés, francés, español y portugués. A fines de 1968 Elisabeth Kasemann viajó hacia América Latina, estableciéndose en Buenos Aires donde se sumó a la lucha de los trabajadores y jóvenes peronistas en sus esfuerzos por implantar la justicia social en Argentina. En tal sentido militó en las villas de emergencia de Wilde, Lomas de Zamora y Retiro. En 1977, la dictadura militar del general Jorge Rafael Videla, la considera miembro de la “banda de terroristas subversivos” Montoneros. El 9 de marzo de 1977 fue secuestrada y llevada al CCD “El Vesubio” en la zona de La Tablada, donde fue torturada, como era de rigor en estos casos. Fue asesinada con disparos en la espalda desde muy corta distancia que le destrozaron el corazón. Ese mismo corazón que entregó para hacer realidad una patria para todos, una Argentina digna de ser vivida, sin explotadores ni explotados.