“Ayer -24 de abril de 2013- murió Jesús Aguinagalde, ‘El Gordo’, militante de la Juventud Peronista marplatense. ‘El Gordo Jesús’ era uno de esos compañeros que sintetizaba en su vida, gran parte de la de todos nosotros. La historia fue a buscarlo a Aguinagalde casi siendo un niño, arribado a Mar del Plata de su Necochea natal, cuando se anotó en la Facultad de Derecho en plena época de la dictadura de Onganía. Época en que casi la única fuerza política existente era la derecha peronista, los ‘fachos’ del C.N.U., que no muchos años después serían la base de los grupos de exterminio a las fuerzas revolucionarias en la ciudad. Ahí, en el peor de los lugares, en la derechista y ultracatólica Facultad de Derecho, en la opulenta y pequeño-burguesa Mar del Plata, prácticamente en el nido de la serpiente, se dieron cita niños/adolescentes –que en la mayoría de los casos ni se conocían de antes- y que en pocos años fueron aguerridos cuadros revolucionarios como ‘Pacho’ Elizagaray, el ‘Chino’ Celesia o el ‘Armenio’ Abachian, por solo nombrar los más prestigiosos de nuestros mártires que llevaron bien en alto las banderas de Liberación Nacional hasta el final de sus vidas, con una coherencia que algunos aún dudamos si estaremos en condiciones de igualarla. ‘El Gordo’ nunca fue un teórico, vasco al fin, era bastante loco y cabezadura. Justamente esas eran las características que más se necesitaban en tiempos de hechos y audacias. Pero tanto a los nombrados como a muchos otros, ‘El Gordo’ nos juntó las cabezas y se puso él mismo como ejemplo. Esto ocurría cuando la mayoría aún buscábamos por cielo y tierra a esos fantasmas de las organizaciones armadas que pudieran darnos cabida. Era apenas poco más que un niño, en el ingreso a la facultad, cuando propuso, armó el grupo y llevó a cabo la primera acción contra el C.N.U., pintando el Aula Magna y otros lugares emblemáticos y pulcros hasta el hartazgo. Y esto lo hizo cuando pintar en lugares así implicaba arriesgar vida o libertad. Con ‘Pacho’ Elizagaray, Jorge Casale y varios de los mejores compañeros del frente universitario siempre a su lado, no dieron tregua a la derecha peronista, que tiempo después nos cobraría carísima la osadía de disputarles el poder palmo a palmo. La primera detención de ‘El Gordo’ no fue por militante universitario sino por combatiente revolucionario. Ya estaba con menos de 20 años integrado a las F.A.R. (las legendarias Fuerzas Armadas Revolucionarias que se fusionarían luego con Montoneros) y en ese carácter fue convocado a una de las más osadas operaciones militares que se pretendieran concretar en esos tiempos de valentías y martirios: la voladura de los dos submarinos anclados en la Base Naval de Mar del Plata, lugar tristemente conocido años más tarde por haber sido uno de los peores centros clandestinos de tortura y exterminio. La operación era de una ingeniería pocas veces vista hasta el momento (salvo Trelew) y consistía en un ataque por mar con hombres rana y por tierra con hostigamiento. Eran los precursores de aquella “Armada Montonera” –dicho con sorna y sentido del humor- que años más tarde ejecutara al Comisario Villar, Jefe de la Policía de Perón, en su yate y que atacara con explosivos la fragata misilística “ARA Santísima Trinidad”. Paradojicamente, el desmantelamiento de semejante intento se debió a la detención del ‘Gordo’ quien fue sorprendido trasladando materiales y documentación que condujeron directamente a la captura de la mayoría de los compañeros involucrados. Aguinagalde no la pasó bien: fue torturado salvajamente. La amnistía del Gobierno Nacional y Popular de 1973 nos permitió recuperarlo y tenerlo nuevamente con nosotros junto a otros queridos compañeros. Y volvió a Derecho, a la primera línea, al enfrentamiento con los fascistas del peronismo a quienes no dio tregua. Cuando ‘El Gordo’ regresó a Mar del Plata la realidad, aunque apenas habían transcurrido meses, era otra: las organizaciones armadas tenían otro desarrollo, la militancia otro ritmo, ya no era el de un pueblo costero donde todos nos conocíamos. Los que lo conocieron bien podrán decir que no fue fácil su nueva adaptación tanto porque no tenía las mismas responsabilidades de antes de su caída como porque las estructuras organizativas tenían otro tipo de funcionamiento interno. Se lo vio triste y solitario en los primeros meses. Pero aún así ni chistó, se encuadró en el Frente de Masas, hizo lo que le pidieron, desarrolló nuevamente el frente estudiantil sin una queja y vaya si llevó en ese frente una de las tareas más importantes de la J.P. porque gracias a varios como él, Montoneros pudo contar con una inestimable cantera de cuadros. Protegió con su enorme cuerpo a los jóvenes estudiantes que se encuadraron en nuestra política. Muchos nos fuimos de la Facultad de Derecho, dejamos de estudiar, porque nos encargaron otras tareas y también por seguridad. Pero ni esta ni el miedo eran algo que inquietaran al “Gordo” Aguinagalde. Cuando nos pedía una mano lo veíamos en las tomas, sentado en el rectorado con una escopeta recortada, él sólo, ‘El Gordo’ sólo, esperando al C.N.U. Además, era alegre y bruto, como todo vasco. Mi Vieja no daba abasto para cocinarle empanadas cortadas a cuchillo, uno de sus platos preferidos, que engullía de a docenas. Esa, la alegría, el sentido del humor, el optimismo permanente, fue una característica que le conocimos en los peores momentos, cuando transitó las cárceles de la Dictadura después de 1976. Para entonces, cientos de muertos y algunos años después, volví a encontrarme con ‘El Gordo’ y a verlo intacto, con la misma alegría ya que en medio de las duras condiciones carcelarias, ‘El Gordo’ contaba cuentos y no paraba de hacer bromas. Cuando empezó su enfermedad jamás lo vimos triste, aún sabiendo que a la larga no tendría muchas posibilidades. A diferencia de algunos de nosotros (de ‘la Trici’ –Beatriz Meana-, muerta hace poco, por ejemplo), ‘El Gordo’ si creía en el actual proceso político y confiaba en el Gobierno y en la profundización del modelo, con esa confianza que nos trasmitió toda la vida. La misma que nos dio –valga la redundancia- cuando nos atemorizábamos frente al avance arrollador de la Derecha o cuando nos reventaban a garrotazos en los peores penales de la Argentina. Esposados y encapuchados en los aviones de traslado, ‘El Gordo’ igual hacía chistes; alegre en el medio de las requisas de los guardiacárceles, parecía que nada le hacía mella. Amigo de los amigos, fue un compañero de fierro, peronista más por intuición que por raciocinio. Otra leyenda del peronismo revolucionario marplatense que lamentablemente la Historia de los procesos de liberación, seguramente no contemplará; se sabe, la Historia no tiene la obligación de ser justa. Apretón fuerte a la familia del ‘Gordo’ Aguinagalde y a todos los compañeros y compañeras de su militancia”. Narrado y firmado por Eduardo Soares, ‘El Negro’. 25 de abril 2013. Y ahora, 24 de marzo de 2016, cuando se cumplieron 40 años del comienzo de la más siniestra dictadura cívico-militar que asoló nuestra Patria, me contacta Erasmo Magoulas desde Canadá y me cuenta que “Conocí a Jesús Aguinagalde en Necochea, siendo bastante mayor que yo. En los primeros años de mi adolescencia, él se me presentaba como un personaje mítico. Cuando me enteré de su desaparición física le escribí estas líneas: Para nosotros ‘El Gordo’ Aguinagalde era el Severino di Giovanni de ese pueblo donde no había humillados porque estaban escondidos en los rincones oscuros de nuestra frivolidad. Donde no había contradicciones porque en ese mundo de amnesias que produce la adolescencia fugaz las dudas, hubieran sido un estorbo. Donde las calles y los parques de abril se repetían idénticos en septiembre con esa rutina somnolienta que desprenden los plátanos vestidos de camuflaje alineados en formación y que nos hacían ver postales repetidas. Él era la figura mítica de un Cronos casero y vecinal que podía ver el pasado y arrastrarlo de los pelos para conmocionar nuestro presente abúlico. De quien se hablaba que podía hacer volar el mundo en cien mil pedazos como un Zeus vernáculo y volverlo a ordenar con justicia como un Odiseo cercano y nuestro. Él estuvo cerca de alguno de nosotros cuando el fuego del horror aún no nos había alcanzado. Después no supe nada más de él hasta el día de hoy en la página de necrológicas del periódico de ese pueblo de abriles o septiembres”. Un relato hermoso realmente.