Su padre Julio, fue comandante en Jefe del Ejército durante la gestión del dictador, general Juan Carlos Onganía y su tío Alvaro Alsogaray, economista y vocero de la oligarquía nativa y el imperialismo norteamericano. Su tatarabuelo, el Coronel de Marina Alvaro Alsogaray, al mando de una batería criolla enfrentó en la Vuelta de Obligado (1845) al invasor franco-inglés. Su hermano Juan Carlos Alsogaray también fue peronista y montonero (ver su registro). Julio Jorge Alsogaray estuvo casado con Blanca Costa (hija de un Comodoro de la Fuerza Aérea, hombre tan recto en su accionar como solidario con su familia caída en desgracia; pero eso sí, milico y gorilón por donde se lo mire) con la que tuvo 4 hijos. Luego se separó. Eran parientes de Rodolfo Walsh. El hermano de Blanca, Emiliano fue el esposo de María Victoria –Viki- Walsh (ver su registro), la hija del escritor. Julio Jorge Alsogaray fue el primero que en democracia se animó a reivindicar públicamente el pasado de su hermano como oficial del Ejército Montonero. Lo hizo a través de un obituario aparecido en “Página 12” en un aniversario de su muerte. Este Alsogaray también siguió los pasos de su hermano y se sumó a la organización político-militar montoneros en el área de Finanzas. Para aquel tiempo (año 1975) como cobertura legal fue director del Banco de la Provincia de Río Negro. A principios del ’76 pasa al sector de Inteligencia con el ya mencionado Rodolfo Walsh, donde participó de la experiencia de ANCLA (Agencia Nacional Clandestina de Noticias) en tanto se desempeñaba en una empresa vitivinícola comprada por la “orga” para blanquear dinero en gran parte proveniente del secuestro de los hermanos Born. Hay una anécdota que habla a las claras de la ética y la moral puestas de manifiesto en aquellas instancias. Me cuenta, “pensar que yo tuve durante dos meses en mi casa dos millones de dólares bajo el colchón y no toqué un solo peso en beneficio propio (…) mi hijo Juan que era chiquito –tenía dos años- , jugaba en casa, tirándose encima los fajos de billetes de a 1.000 dólares (…) no estaba en nuestra mente sacar ventaja de una situación de éste tipo; ninguno de los compañeros se quedó con un dólar de aquella operación. Antes de quedarme con un billete me hubiera cortado un dedo. Cuando entregué los dos millones de dólares en una cita en Barrancas de Belgrano para mi fue un gran alivio. Cumplí con mi deber y con la organización. La situación empeora poco a poco: “A mediados del ’75 esas empresas (inmobiliarias, vitivinícolas, frutícolas) se transformaron en una bomba de tiempo. Eramos en total no más de una docena de personas las que militábamos, el resto de los laburantes no tenía nada que ver, por lo que a fines de ese año comenzaron a liquidarse en forma rápida. Cuando me fui en septiembre de 1976 al exilio, quiero aclarar que yo no tenía contradicciones con la ‘orga’; simplemente me iba porque me resultaba imposible vivir acá. No tenía las mínimas condiciones de seguridad y vivía en una casa donde iba mi responsable por cuestiones de trabajo y militancia, por lo que todos los días existía la posibilidad cierta de que lo agarraran y cantara. Las delaciones eran moneda corriente. Mi familia ya se había ido sesenta días antes al exterior. Yo estaba paranoico. Lo hablé con mi superior quien trasladó para arriba el pedido. Me dijeron que me fuera, no pusieron ningún reparo. Con oficiales o con gente con altos grados de compromiso hubo objeciones. Pero conmigo no porque era aspirante”. Cruzó el charco; se fue al Uruguay y se instaló en el campo con su familia durante seis largos años. No volvió a militar orgánicamente. A Julio Jorge Alsogaray tuve el inmenso placer de conocerlo bastante tiempo después del regreso de la democracia en Argentina. Se armó un excelente grupo de compañeros –entre el 2002 y el 2005 para poner una fecha tentativa- donde en veladas interminables se hablaba de política, cine, arte, literatura y todo lo que tuviese que ver con la coyuntura en que se encontraba nuestro país. No faltaban obviamente los recuerdos y las anécdotas del pasado. Alsogaray, era parte del conjunto que se reunía, junto a Miguel Bonasso, Gregorio Levenson, Gloria y Cristina Bidegain, Susana Sanz, y quien escribe estas líneas, entre otros. Forjé así, con él, una hermosa amistad que se mantuvo incólumne hasta su inesperado deceso el 16 de septiembre de 2012, (nefasto aniversario de la “revolución fusiladora” y de “la noche de los lápices”, para peor). Mucho antes, en pleno gobierno liberal de Carlos Menem, Viviana Gorbato lo entrevistó para un libro. En el mismo reivindicó su militancia política de los ’70: “Soy un peronista anticuado. No supe o no quise reciclarme, pero no pienso que los montoneros que trabajan para el gobierno menemista hayan claudicado. Es una elección respetable, pero no es la mía”. Luego dejó en claro, tácitamente, porque no era de hacer bombo, que su solidaridad se mantenía siempre vigente. “Hace tres años que trabajo ad honorem en la Subsecretaría de Derechos Humanos. Asesoro a los familiares para cobrar el beneficio que otorga la ley reparatoria. El tema es que se cobra con un bono y tiene complicaciones técnicas. Les explico que hacer con el bono, como cobrar”. En abril de 2005, intentó responderle irónicamente por medio de una carta abierta a Marcela Pando, la esposa del militar carapintada Pedro Mercado, que defendía al Ejército de los juicios que se le venían encima en el gobierno de Néstor Kirchner, con motivos de los secuestros, torturas y desapariciones que había ejecutado desde el poder treinta años antes. Terminaba la misma aconsejándole a la desestabilizadora del sistema democrático que “por favor escriba menos y acérquese a las urnas que no muerden”. Dicha carta la envió al diario “La Nación” (que le había dado espacio a la señora oportunamente para hacer conocer su pensamiento elitista); pero el matutino porteño, fiel a sus intereses de clase, nunca la dio a conocer. Más acá en el tiempo, guardo aún el correo electrónico que me hizo llegar con motivo de un escrito mío donde yo agrupaba bajo el mismo hilo conductor, las luchas del siglo XIX y XX por la liberación de nuestra patria. Allí me decía: “Querido Roberto. Una vez más quiero felicitarte por tu inclaudicable militancia en la recuperación de la memoria colectiva (…) Estoy leyendo emocionado, esta remembranza del 13 de diciembre. La lucha es la misma, aunque cambien los protagonistas. Honor al coronel Manuel Dorrego y a los compañeros muertos en Margarita Belén. Un gran abrazo. Julio Alsogaray”. Sólo te contesto Julito que siempre te voy a llevar en mi corazón.