Roberto
Baschetti

Altuna, Ángel

“El Vasco”. Obrero de la construcción. Su lealtad por una causa la pagó con cárcel, exilio, persecución y un atentado. Sus compañeros de siempre, a un año de su muerte, escribieron: “La historia del peronismo combativo y las luchas obreras en Mar del Plata llevan impreso tu nombre. Participaste activamente de la Resistencia Peronista después del golpe del ’55; pasando por la cárcel durante la represión del famoso ‘Plan Conintes’. La lucha, la lealtad y la honestidad fueron tu bandera. Estuviste en la creación del Movimiento de Bases Peronista, acompañado con tu experiencia y sabiduría militante y en el posterior desarrollo del Peronismo de Base. El golpe militar del ’76 te encontró fuera de Mar del Plata ya que tuviste que irte después del intento de asesinato, con anécdota incluida del famoso botón de la campera que desvió la bala y salvó tu vida. Sobreviviste con tu taxi, laburando y resistiendo la persecución de los milicos y la vuelta de la democracia te encontró con tus ideas y principios intactos. Soportaste con entereza la muerte de tu hija y solo los años pudieron con vos. Tus amigos y compañeros seguiremos extrañando tu afecto, tu compañía y esas charlas incansables llenas de pasión y sabiduría”. Fue un hombre íntegro en todo sentido. En un reportaje que le hizo Lucho Soria cuando tenía más de 75 años de vida dijo entre otras cosas: “¡¡Si nos habremos cansado de pintar en las paredes con cal el ‘Luche y Vuelve’ a la salida del trabajo!! (…) La burocracia sindical era y es obsecuente. Nosotros no (…) El peronismo siempre fue una herramienta de lucha, de transformación”. Luego, con un leve movimiento de cabeza admite que “yo me inscribo entre los pelotudos que confiamos en que ‘el Viejo’ iba a estar con nosotros, con los que fuimos peronistas toda la vida. Pero no, Él, pienso ahora, nos defraudó”, admite, melancólico, mientras busca una copa de vino para atenuar el sabor amargo que deja en la boca el paso de esa conclusión. La charla se da una noche de verano del 98, en torno a una acogedora mesa de un bar del puerto, que guarda con discreción el recuerdo de innumerables reuniones clandestinas de aquellos años. El murmullo de las olas, matizan la charla y la llovizna, que posterga el afán de sol de miles de turistas, acentúan la melancolía del momento, mientras la cinta del grabador sigue su acopio de anécdotas, de recuerdos, de historia. Hoy, cincuenta y cinco años después de sus comienzos en la militancia, empujado por las preguntas, admite, alguna decepción, pero rescata la lucha. “No me arrepiento de nada de lo que hice, porque lo hice en defensa de mis intereses de clase y del bienestar del pueblo. Dejar la lucha ahora sería traicionar a todos los que hoy no están, a los que el genocidio militar no les perdonó su consecuencia con los ideales. No reniego de mi pasado peronista, fue una de las experiencias más valiosas que he tenido como trabajador, pero ya no es lo mismo que antes. Ahora estoy en la búsqueda de una nueva identidad política, tratando de remar desde abajo, como siempre y pese a todos los dolores que siento, especialmente por los que ya no están con nosotros físicamente”.