Roberto
Baschetti

Alvarenga, José Luis

“Juan”. “Juan Moreira”. Nació el 13 de enero de 1949 en Posadas, Misiones. Tuvo 7 hermanos. Se casó con Elsa Niño y fue padre de Sabino Emiliano. Dicen que siempre era el encargado en la familia de alegrar las fiestas, cantar canciones, hacerlo sentir bien al recién llegado. Trabajaba en una metalúrgica de Avellaneda. Desde joven militó en la Juventud Peronista barrial, en la zona sur del Gran Buenos Aires. En Lavallol fundó la Unidad Básica “Sabino Navarro”. Era parte del Ejército Montonero. Con otros compañeros en 1977 y con dinero de la “orga” y eludiendo persecuciones y casas allanadas, se compraron otra en Nother y Santa Cruz, Barrio San José de Temperley, donde fueron a vivir él, María Florencia Ruival y Vicenta Orrego Meza con sus tres hijos. Cercados en dicho domicilio, el 15 de marzo de 1977; todos fueron ultimados y uno de los menores, herido. Lo qué si es seguro, es que sus restos fueron recuperados en 1984 al ser rescatados de un osario común en Rafael Calzada, provincia de Buenos Aires. Sus familiares más directos decidieron esparcir sus cenizas en la Plaza de Mayo al cumplirse 30 años de su desaparición. “La vida continúa a pesar de tanta inocencia enterrada. Pero va a llegar un día en que se congregue un ejército de sombras, de aquellos que no olvidan, y salgan a exigir cuentas a la historia”; es un obituario aparecido en “Pagina 12” firmado por Clelia Alvarenga y Horacio Rafart (su sobrino). Precisamente será este sobrino quien desgrana estas hermosas palabras en forma de texto: “Donde cayó mi tío es un barrio muy humilde, de calles de tierra y descampados, que aún hoy permanece en las mismas condiciones. Hace poco volví a ese sitio y a 50 metros de su casa hay un paredón muy largo, con una pintada actual partidaria que se realizó para una de las recientes elecciones: “el Peronismo será revolucionario, o no será nada”. ¿Qué cosa, no? De casualidad, mientras escribo estas líneas, me doy cuenta que ya pasaron dos horas del inicio de un nuevo día. Marzo, Marzo 24… El día 15 de Marzo de 1977, más de cincuenta efectivos del ejército y policía rodearon su ranchito y comenzó su final corpóreo. Los enfrentó junto a dos de sus compañeras, la paraguaya Vicenta Orrego ‘Chela’ y María Florencia Ruival ‘Rosita’. Había tres niños de corta edad, uno de los cuales fue herido en la cabeza cuando su madre, Vicenta, los acercó a la puerta para que salieran, previo pacto con las fuerzas represivas. Los combatientes resistieron hasta el fin, y los vecinos cuentan que el hombre, Luis, tiraba, los puteaba y se reía. Eso sería su “patria o muerte”, ¿verdad? Y esa risa sería la que siempre acompañó su vida y nos hizo tan felices, a todos los que lo conocimos. En medio del barrial, los “occidentales y cristianos” obligaron a dos jovencitos cartoneros a entrar a la casa y cargar los cuerpos en su carrito botellero hasta el asfalto que distaba a cuatro cuadras. Todo el barrio vio esto. Fue a parar, como era de esperar, como NN a una fosa común del cementerio de Rafael Calzada. En 1984 recuperamos sus restos. Cuando entré al depósito donde estaba, en una caja de cartón, observé que había pilas de cajas iguales. Hubo que pasarla a una urna y tuve la suerte de poder hacerlo con mis manos, junto a su esposa Elsa. Su cráneo se posó en mis manos, como la escena de Hamlet. Es una locura, pero esa situación me dio felicidad: le sonreí por el reencuentro y pude decirle cosas que tenía pendientes. Desde el 15 de Marzo de 2007, al cumplirse treinta años, sus cenizas están esparcidas en la pirámide de Plaza de Mayo, tras un acto que organicé y al que concurrieron su esposa, hijo, familiares, amigos y compañeros. En una de las obras teatrales de La Cuarta Pared, “La Memoria de los Peces”, toda una escena cuenta su historia. Cada vez que voy a Capital, paso por la plaza donde varias generaciones soñaron. Y lo siento ahí, riéndose, y me hace muy bien. Qué bueno que hayas sido mi tío. Y que hayas sido compañero. Luis, tío, Polaco. Después de tantos años te sigo diciendo: ¡presente!”.