Roberto
Baschetti

Andina Lizarraga, Héctor Hugo

Se incorporó al peronismo cuando tan solo tenía 13 años, allá por 1944, sumándose a la lucha del sindicato de canillitas para llevar a la práctica los derechos que el coronel Perón propiciaba desde su puesto en la Secretaría de Trabajo y que la oligarquía vernácula ignoraba olímpicamente. Caído Perón en 1955 se incorpora de lleno a la Resistencia Peronista, defendiendo a los trabajadores azucareros nucleados en la FOTIA y participando en la organización de “La Marcha del Hambre”. El 9 de julio de 1957 –fecha patria- encontró la forma de lanzar sobre la colmada Plaza Independencia de Tucumán, un globo con la efigie de Juan Perón (en plena vigencia del decreto-ley 4.161) y en tanto los curiosos miraban embobados la irrupción aeroestática del ex Presidente de los Argentinos por el aire, Andina Lizarraga, jefe natural de la J.P. lugareña, encendió todos los fuegos artificiales preparados para la velada nocturna y el paseo se transformó en un pandemonio. El triunfo de la Revolución Cubana el 1° de enero de 1959, lo deposita más tarde en la isla caribeña junto a otros compañeros que buscan entrenamiento. Allí conocerá a John William Cooke, a Alicia Eguren (esposa de aquel), a Fidel Castro y a Ernesto Guevara. De aquellos encuentros le transmitirá a su amigo Aldo Ulises Jarma: “Fuimos a verlo al Che y a mí se me aflojaron las piernas cuando comenzó a hablar bien del peronismo. Tenés qué, contarle a los pibes, lo bien que hablaba el Che del peronismo”. Andina Lizarraga en 1959, en Helsinski, Finlandia compartirá un encuentro con el líder de la revolución vietnamita Ho Chi Minh. Y también con otros dos compañeros peronistas, gremialistas y trabajadores del azúcar de Tucumán (Atilio Santillán y Raúl Sánchez) visitará a Perón en la residencia de “Puerta de Hierro” que éste poseía en Madrid, España. Repasaron la actualidad argentina y la resistencia que se daba en aumento, en muchos ámbitos de la patria. Al despedirse, Perón les dijo: “Cuando salgan los van a invitar de muchos lados; de Rusia y varios países europeos. Pero sin van a China, le dan mis saludos a Mao”. A uno de los 3 tucumanos en tanto caminaban por las calles madrileñas y comentaban emocionados la entrevista que habían tenido con el Líder, se le prendió la lamparita y expresó: “Si el General nos dijo que le demos saludos a Mao, es porque nos manda a China”. Y sin más para allá se fueron. Andina Lizarraga fue elegido diputado provincial por el Partido Laborista (el peronismo estaba proscripto) en 1962, pero no pudo asumir su cargo ya que las elecciones fueron anuladas de un sablazo por los militares, el verdadero poder detrás del trono, que mostraba la cara de un Frondizi tan maquiavélico como servil. Siempre resistente a las dictaduras de turno y a los gobiernos civiles débiles que proscribían al peronismo, Andina Lizarraga pasó más de 10 años de su vida preso en diferentes oportunidades. Escapó dos veces de las cárceles del régimen. De la de Villa Urquiza en Tucumán en junio de 1956 y de la Escuela de Policía de Jujuy en diciembre del mismo año. La foto que ilustra esta reseña es fiel testigo de esta circunstancia. Fue tomada en su Tucumán natal, cuando estaba al frente de una Coordinadora Obrero-Estudiantil que a partir de 1969 gestó el “Tucumanazo”, auge y apogeo de las luchas populares en esa provincia, contra la dictadura militar de entonces. Con anterioridad estuvo tras las rejas dos veces más: una de ellas por rendir homenaje a Hilda Guerrero de Molina (ver su registro) asesinada por la policía local en enero de 1967. También fue secuestrado en marzo de 1975 (gobierno de Isabel Martínez) y alojado clandestinamente en un principio en el CCD “Escuelita de Famaillá” para luego ser legalizado y quedar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) hasta su liberación definitiva en el año 1982, cuando los dictadores reculaban. Con la vuelta de la democracia fue testigo en el juicio “Operativo Independencia” y contó todas las atrocidades vividas en el centro clandestino de detención antes citado. El defensor de los genocidas que estaban siendo juzgados –Dr. Mario Leiva Haro- trató “desde el vamos” de desacreditar a Andina Lizarraga. Le preguntó si como integrante y fundador de la Coordinadora Obrero-Estudiantil y participante del llamado “Tucumanazo” no habían instalado barricadas en la calle. Héctor Hugo asintió. El abogado insistió: “¿Ejercían acciones violentas?”. La respuesta no se hizo esperar: “Si reclamar justicia a los gritos es violencia…”, ironizó el testigo. El abogado fue por más; le recordó que en esas manifestaciones se arrojaban bombas molotov. “Éramos 4 mil ó 5 mil manifestantes, era imposible distinguir quien las tiraba” respondió el dirigente. El defensor lo interrogó si esa forma de lucha le parecía bien. Andina Lizarraga se opuso a este interrogante y contratacó: “¿San Martín fue terrorista? Porque se levantó en armas contra un gobierno. Si a usted le asaltan su casa ¿se quedaría de brazos cruzados? ¡No! Reaccionaría como cualquier ser humano para defender sus derechos. Nosotros defendíamos nuestros derechos constitucionales. En 1930 a Yrigoyen lo derrocaron y no existía ni la guerrilla ni la subversión. En 1955 tampoco las había y derrocaron a Perón violentamente. A mi entender, los únicos terroristas fueron los que usaron las armas que les daba la Patria, para derrocar gobiernos elegidos por el Pueblo. Deberían ser juzgados los que no respetaron la voluntad popular”, afirmó convencido. Héctor Hugo Andina Lizarraga falleció a los 85 años de edad el 29 de noviembre de 2017. Cincuenta años antes, en febrero de 1967, la revista porteña “Primera Plana” lo presentaba en sociedad de este modo: “Casado desde los 20 años, padre de 4 hijos, pobre de solemnidad, pasea su figura fogueada en cien escaramuzas por las redacciones de los diarios, por las ollas populares (hacia donde su camioneta verde traslada todos los días víveres regalados por los puesteros del Mercado de Abasto), por los tribunales y los ingenios. Su jovialidad probada, su perenne entusiasmo, el desenfado con que soporta el calificativo de ‘loco’ y su capacidad infinita para no dejar traslucir desesperanza, le han granjeado simpatías de propios y extraños”.