Nacido el 22 de enero de 1955 en Capital Federal, tenía 21 años y estaba cumpliendo con el servicio militar obligatorio en el edificio Cóndor, sede del comando en Jefe de la Fuerza Aérea. La Agencia Periodística Lanús lo recuerda como un “militante peronista” en su blog. Dice “Página 12” del 19 de julio de 2010: “En la madrugada del 3 de febrero de 1978, Cristina Montiel descansaba junto a Wenceslao Araujo en una casilla ubicada en Villa Santa Marta de Lomas de Zamora. Los ladridos los perros quebraron el silencio de una calurosa noche de verano para advertirle que algo no andaba bien en el barrio, que había movimientos extraños en la calle. ‘Wence dormía y yo estaba sentada en el borde de la cama, dándole el pecho a Marina, cuando de pronto escuché movimientos afuera que se acercaban cada vez más a la puerta’, relata la mujer, con emoción. ‘Esos hombres comenzaron a pedirle que saliera y a llamarlo Rafael, el apodo con el que era conocido por sus compañeros de militancia. ¿Qué hago, le pregunté? Salí, me respondió’. Entonces Cristina salió de la cama y tomó a Anabella de 3 años, a Ernesto de un año y medio y a Marina de 20 días. Cuando salió a la calle un reflector la encandiló sin que pudiera reconocer a los hombres que cubrían la entrada de la casa de dos ambientes. Los ruidos de las balas que picaban sobre el techo y el estruendo de explosiones en el patio de la casilla de madera asustaron a los chicos (…) De pronto se volvieron locos, porque notaron que Wenceslao no salía de la casa. Evidentemente, mientras yo salía él aprovechó para fugarse por los fondos del terreno”. Cristina fue llevada detenida entre insultos y vejaciones. Logró convencer a los represores para que dejaran a sus tres hijos con su familia. La transportaron en un vehículo en tanto le pegaban y pisaban la cabeza. La bajaron del auto esposada y encapuchada. Un Consejo de Guerra la sentenció a 8 años de prisión en la cárcel de Devoto. Wenceslao, atormentado por lo sucedido con su familia, siguió resistiendo a la dictadura cívico-militar hasta que fue secuestrado y asesinado ese mismo año (28-8-78), en la vía pública: Ciudad de Adrogué, partido de Almirante Brown, provincia de Buenos Aires Además de su militancia barrial peronista, los oligarcas lo acusaban de “subversivo” por ser integrante con acciones de la Cooperativa Boquerón una organización de “extremistas” y “revolucionarios” según el léxico retrógrado de la época. Lo concreto es que sus restos fueron recuperados e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en julio de 2010 y ahora descansan en el panteón “Memoria, Verdad y Justicia” del cementerio de Lanús, inaugurado en marzo, luego de una ordenanza del Concejo Deliberante local. Raúl Alderete, miembro del Movimiento Vecinal Solidario (Movesol) recordó que esta ONG, en el 2007, colocó una placa en homenaje al compañero, en la intersección de las calles Otamendi y Warnes, en Villa Jardín. Y lo recuerda así: “De joven ya asomaba como un cuadro político excepcional, muy comprometido con la situación barrial (…) El Flaco siempre fue un tipo muy participativo, que trabajaba activamente en el tendido de redes de agua potable y en todo lo que hiciera falta para mejorar la escuela del barrio (…) Nos involucramos ambos en política para poder progresar intelectualmente y mejorar la calidad de vida de los vecinos de Villa Jardín. ‘Wence’ era obrero metalúrgico, preocupado por su formación y siempre atento a las movidas sociales” recordó. El papá de Wenceslao Araujo, que lleva su mismo nombre y apellido, es aún hoy, un hombre fuerte y alto, nacido en Paraguay en 1919. Al lado de la urna que guarda los restos de su hijo y antes de depositar la misma en una bóveda, con el mismo espíritu de resistencia que lo acompañó toda su vida, y que lo llevó a una injusta detención en 1976, afirma: “Caiga quien caiga, es seguro que el futuro será nuestro”. Así sea.