Roberto
Baschetti

Assales, Emilio Carlos

“Tincho”. “Facundo”. Nacido en Córdoba el 3 de abril de 1946. Suboficial artillero de la Armada, proveniente de Santa Rosa de Calamuchita, militante peronista y montonero en Mendoza. Secuestrado y llevado a la Escuela de Mecánica de la Armada, fue el descubridor involuntario de los “vuelos de la muerte”. Según el testimonio de Juan Gasparini en su excelente libro “Montoneros. Final de cuentas”, Emilio Carlos Assales Bonazzola, “Tincho”, de contextura muy fuerte, pasó por una experiencia única: “Tiempo después estaría tirado en una ‘cucha’ vecina a la mía hasta ser llevado en un ‘traslado’ masivo. Retornó al rato, dormido. Cuando despertó (luego de un día entero) me cuchicheó que estando ya en el avión Foker, aletargado por una inyección, un ‘verde’ (suboficial) lo hizo bajar y le dijo: ‘por ahora te salvaste, pibe, te pide un G.T. de Mendoza”. El avión despegó sin él. Subió a otro, días más tarde; su última huella la trajo alguien que lo vio en un ‘chupadero’ de aquella provincia cuyana”. Su hija Loli y su compañera Renée lo recuerdan muy emocionadas, como un militante inclaudicable de una Argentina para todos: “Se lo llevaron… sin noticias ni telegramas. Para que nadie nunca sospeche ni siquiera intuya que él había visto el día en que las cosas van a cambiar”. Precisamente su mujer Renée Ahualli (Sobreviente a la época de la dictadura militar. Militante montonera que logra escapar del cerco donde es abatido Francisco Reynaldo Urondo y secuestrada-desaparecida Alicia Cora Raboy, Ver sus respectivos registros) nos cuenta sobre Assales: “Siempre fue bueno para los fierros. Esa aptitud le venía porque hizo dos años de Infantería de Marina y por sus merecimientos llegó a ser dragoneante. Precisamente esa formación militar le permitió zafar con vida cuando fue el denominado ‘Combate de Ferreyra’. Para entonces él estaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, las FAR. ‘Tincho’ tenía todas las condiciones de un líder. Simpático, militó en el Barrio donde estaba el cura Llorens, allí competía con los viejos del barrio a ver quien se tomaba más cerveza, le gustaba mucho las farras y amaba la vida. Él me hizo prometer que, si le ocurría algo, si moría, yo debía rehacer mi vida inmediatamente y no pasarme la vida llorándolo. Él llegó a Mendoza después de septiembre de 1973 y se quedó hasta junio de 1976. Cumplió allí con sus tareas de militante y trabajó como enólogo. Un día encontró a un tipo que rondaba por la J.P. del lugar, haciéndose el simpático y descubrió que era cana: de una sola trompada lo hizo volar por los aires como en las películas de acción. Seguramente cayó el 11 de enero de 1977 cuando fue al estudio del abogado mendocino Conrado Gómez que había sido apresado dos días antes”.