“El Negro Oscar”. Ávila aprendió a leer ya de grande con los compañeros. El rememora que: “De mis primeros pasos por el peronismo recuerdo los inviernos fríos y la ciudad mucho más oscura, caminando con mis viejos y mis hermanos por el campo, sigilosamente, en forma casi clandestina para llegar al galpón de una quinta o de un horno de ladrillos, depende de quien había guardado ‘la máquina mágica’ que con una sábana colgada a la pared hacía aparecer la figura del General Perón dando mensaje a los compañeros, en aquellos tiempos en películas 8 milimetros. Yo tenía unos 10 u 11 años para 1965”. Ávila comenzó a militar en Juventud Peronista en 1973. Fue montonero, uno de los últimos que quedó en la zona de La Plata para 1978. Hoy milita en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y si bien es un compañero de gran humildad y reacio a contar las acciones de resistencia que lo tuvieron como protagonista entre 1976 y 1978, hay una en especial que debe saberse y que él mismo rescata de su memoria: “Corría el mes de diciembre de 1976, El golpe hacía estragos en todo el país. Acá en la ciudad de La Plata, en el Barrio Las Quintas, Camps y sus patotas asesinas sesgaban la vida de dos compañeros más y de una de sus hijas. ‘La Vieja Alicia’ y ‘El Viejo’ habían sido trasladados de Bahía Blanca, por peronistas revolucionarios y montoneros. Pero además con el agravante de que el apellido legal de uno de ellos era Santucho. Alicia, responsable de la sección 57, alguna vez nos dijo: ‘Si me pasa algo quiero que los chicos se queden con los compañeros’. Los chicos eran Verónica (La Tata), Juan Manuel (El Zorro) y Natalia. Esa tarde de verano jugaban en el fondo de la casa cuando escucharon los primeros disparos. Alicia y ‘El Viejo’ entendieron con toda la claridad, valor y coraje que los caracterizaba, la situación imperante. Pidieron sacar los chicos –por la Convención de Ginebra- y los sacaron. Ellos dos cayeron combatiendo como dos revolucionarios. Los represores, a Natalia de 14 años se la llevaron. A ‘La Tata’ y al ‘Zorro’ los dejaron en la esquina al cuidado de una familia, ‘hasta que los venga a buscar el Coronel’, dijeron. Esa misma noche, ‘El Cuervo Tolosa’, ‘Tito’ y yo, en forma casi instantánea y sin mucha logística, sin más ayuda que el conocimiento que teniamos del lugar por habernos criado en la zona, decidimos hacer algo. El arroyo ‘El Gato’ no tenía secretos para nosotros, sabíamos de sus cortadas, sus cañaverales, las calles que solo un hombre las podía transitar de a pie, etc. Haciendo un relevamiento exacto de la zona y conociendo la decisión de ‘La Vieja Alicia’ y ‘el Viejo’, ni locos les dejábamos los chicos a un represor y asesino. Con unos bigotes prominentes, saco y corbata y un par del colt, ‘El Cuervo’ y yo golpeamos la puerta de la casa. ‘Tito’ en la esquina hacía el aguante. Cuando abrieron la puerta ‘dos oficiales de policía’ (nosotros) ingresaron para llevarse a los chicos. El hombre de la casa se desmayó. ‘El Cuervo’ hacía la pieza, yo en una mano tenía el 38 largo y con la otra trataba de sostener al desmayado; tranquilizamos a la pareja y salimos. ‘Tito’ cargó a ‘El Zorro’ de 2 años, ‘El Cuervo’ a ‘La Tata’ de 10 y yo rezagado, cuidaba la retaguardia. Costeamos todo el arroyo ya que no había puente, pero conocíamos a donde cruzar, a través de los árboles caídos, y listo: ya estabamos en otro barrio. Pero el amor que tenían ‘Tito’ y su compañera ‘Mary’ por los chicos no era suficiente para protegerlos; les habiamos metido el dedo en la llaga a los milicos, así que la estadía de los chicos era peligrosa ahí. Se evaluó además que los chicos deberían tener una vida más normal, en esos momentos, sumado a que cuando los milicos no encontraron a los pibes se pusieron como locos y comenzaron a cercar la zona y hacer patrullajes. Así que ante un riesgo tan inminente decidimos trasladar a los chicos con una pareja de compañeros que se conocían desde Bahía Blanca. Pero teníamos que cruzar toda la ciudad y se no ocurrió una idea de como burlar las ‘pinzas’ que nos podían detener. El padre del ‘Colo’ criaba chanchos e iba todos los días con su carro y su caballo a buscar las sobras de los restaurantes de la ciudad, las que cargaba en un carro donde tenía 3 ó 4 tambores de 200 litros. Asi que ese fue el plan. Metimos a los chicos adentro de los tambores y una noche, al trote del viejo alazán, cruzamos la ciudad de punta a punta. Así cumplimos el objetivo y con la promesa que teníamos con Alicia y ‘El Viejo’. Dejamos los chicos con unos compañeros que tenían otros chicos de su misma edad. Con el tiempo y los años, nos enteramos que los chicos habían regresado a Bahía Blanca y que los había criado su abuela. ‘La Tata’ se casó y fundó la agrupación HIJOS de Bahía, ‘El Zorro’ también se casó. Natalia sigue desaparecida. Hace poco nos encontramos con ‘La Tata’, una señora muy elegante y bonita como todo hijo de ‘Cumpas’. Nos abrazamos y nos permitimos derramar unas lágrimas recordando a la ‘Vieja Alicia’, a ‘El Viejo’ y a ‘El Cuervo’ que está desaparecido. ‘Tito’, ‘Mary’ y yo, acá estamos como buenos peronistas revolucionarios, tranquilos por haber cumplido con la ‘Vieja Alicia’ como ella nos había pedido”. Terminado el relato del compañero, hago saber que hay un libro que rememora y reconstruye este hecho: se llama “El carro de la vida” y fue escrito por Jorge Alessandro; cuya portada ilustra esta reseña. Heldi Rubén Santucho (El Viejo) y Catalina Ginder (La Vieja Alicia) son la pareja de montoneros que no se entregan con vida cuando los sitian. La piba que se entrega con vida es Mónica Graciela Santucho, torturada, violada y asesinada por los esbirros del régimen. Los restos de ella, fueron recuperados en mayo de 2009 por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) de una fosa común ubicada en Avellaneda, provincia de Buenos Aires.Y unos de los compañeros que recupera a los niños y luego cae en otra acción –El Cuervo- es Claudio Esteban Tolosa. El otro, “Tito”, sobreviviente, es León Martínez. Y “Mary” es María Andrada. Los registros de todos ellos están disponibles en mi página.