“El petiso Víctor”. Porteño, nacido el 1° de diciembre de 1944. Hasta días antes de su secuestro, Víctor solía pasar a toda velocidad con su bicicleta, en la madrugada, antes del amanecer, por la calle que bordea el Riachuelo, tirando volantes llamando al pueblo a la resistencia contra la dictadura militar. “Entonces como hacían con todos, luego de estar totalmente desnudo me ataron los tobillos y las muñecas a una cama, y un cablecito a un dedo del pie derecho, y ahí comenzaron a aplicarme lo que ellos llamaban la máquina, la picana eléctrica. Eso era permanente: me lo hacían con preguntas y sin preguntas (…) Hasta que al final fue tanto el tiempo que tuve un paro cardíaco (…) Me golpearon mucho el pecho para que reaccionara y apareció un médico que dijo que dada mi condición podían seguir efectuando la tortura. Entonces me la traen a mi señora para que yo accediera a lo que buscaban. En la ESMA también estaba mi niñita. No la trajeron, pero ellos me decían que me iban a poner a mi hija en el pecho mientras me daban máquina (…) Bueno, comienzan a torturarme de nuevo porque no accedo a lo que ellos piden (…) entonces tengo otro paro cardíaco y me atiende otro médico. A éste posteriormente lo reconocí como un médico naval, teniente de navío o capitán de corbeta de apellido Capdevila, le decían ‘Tommy’… A todo esto, ya eran como 20 horas de tortura continua”. Por este calvario pasó Víctor Basterra, obrero gráfico, hombre del Peronismo de Base (PB) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) primero, y de la agrupación “Obreros Peronistas” luego, secuestrado el 10 de agosto de 1979, junto a su esposa (Dora Laura Seoane) y su hijita (María Eva) de dos meses y diez días de edad, de su domicilio en la localidad de Valentín Alsina, provincia de Buenos Aires. Su señora también fue torturada pero luego liberada. A Basterra por su oficio, lo usaron como mano de obra esclava para hacer documentos “truchos”. Por entonces un compañero de cautiverio (Enrique Néstor Ardeti, “El Gordo Ramón”), le dijo: “Negro, si zafás de esta, que no se la lleven de arriba”; Víctor lo sintió como un mandato y fue así que decidió revelar una foto más al pedido, que luego ocultaba en cajas de papel fotosensible en el laboratorio que le habían montado los represores. En 1983 estuvo sometido a un régimen de libertad vigilada; de manera clandestina logró llevarse más de 100 fotos de retratos de genocidas. Basterra, gracias a su astucia (me contó que los negativos fotográficos los sacaba metidos en un slip, entre sus testículos) pudo sacar de la ESMA toda esa documentación que sirvió una vez restaurado el sistema democrático para que fueran juzgados y condenados tantos asesinos. También se llevó una bolsa que contenía fotografías de compañeros allí secuestrados, incluso la suya, cuando los ingresaban a la ESMA. En un acto público en la Biblioteca Nacional a fines de 2005, fui testigo de cómo fue aplaudido y ovacionado de pie por más de 3 minutos en forma ininterrumpida, por toda la concurrencia en un acto por los Derechos Humanos, sabedora de su valiente acción en la ESMA, juntando pruebas del genocidio y poniendo en juego en más de una vez su propia vida. El 16 de octubre de 2020, Víctor Basterra, sobreviviente de la ESMA fue reconocido por la Legislatura porteña por su acción heroica y se le entregó un diploma de “Personalidad Destacada de los Derechos Humanos”. Acto de alto voltaje emotivo ya que la ceremonia “vía online” por la pandemia del coronavirus estuvo dirigido por la diputada porteña del Frente de Todos, Victoria Montenegro, ella misma hija robada a sus padres militantes y dada en adopción hasta que recobró su verdadera identidad. El querido compañero Víctor Melchor Basterra con quien tuve el placer de dialogar en más de una oportunidad sobre su experiencia militante (recuerdo una larga conversación en un tren cuando él iba a su casa de José C. Paz), falleció en un hospital de La Plata, provincia de Buenos Aires, el sábado 7 de noviembre de 2020, víctima de un cáncer. Todos los organismos de Derechos Humanos sin excepción lamentaron su deceso y destacaron su compromiso militante. Una arista diferente sobre su actuación en la ESMA ocurrió con motivo del estreno de la película “Argentina, 1985” del director Santiago Mitre (2002), donde la figura del compañero Basterra aparece desdibujada y hasta me animaría a decir, distorsionada, cuando se lo hace aparecer como un “empleado en la ESMA” en tanto, en realidad fue mano de obra cautiva y esclava; y además dejan trascender en el film que su declaración de las aberraciones ocurridas en ese centro clandestino de detención de la Marina, puso en riesgo la estrategia judicial del fiscal Julio César Strassera, que en la película –interpretado magistralmente por Ricardo Darín- aparece como un héroe que vence sus temores y avanza contra los comandantes en jefe y en realidad no fue tal. Simplemente actuó así, porque no le quedaba otra. Y además cambió de bando como el camaleón (que como decía “Chico” Novarro en su canción, “cambia de colores según la ocasión”). Esto no solo lo digo yo sino también el intelectual y director de la revista de derecha católica “Cabildo”, Ricardo Curutchet, que mandó oportunamente una carta de lectores al diario “La Nación”, denunciando el proceder del fiscal pero que nunca fue publicada. Además, en “El Cohete a la Luna” se lo define a Strassera como quien “representa una de las peores versiones del funcionario judicial argentino: timorato, acomodaticio con el poder de turno y trepador en su carrera tribunalicia. Su canonización civil constituye un verdadero exceso. Es importante, además, que la ficción fílmica sobre Strassera no sustituya la verdad histórica en torno a su figura”. El verdadero héroe, si hay uno en esta historia trágica, es Víctor Melchor Basterra.