Roberto
Baschetti

Bernardini, Pedro

“Tito”. Fue uno de los dieciochos jóvenes que el 28 de septiembre de 1966 desviaron un avión y lo hicieron aterrizar en Malvinas para reafirmar nuestra soberanía sobre ese territorio irredento. Para entonces era obrero metalúrgico y militaba en el peronismo, en el Movimiento Nueva Argentina (MNA) que lideraba Dardo Cabo. Tenía por entonces 28 años. Una vez devuelto al país luego de 9 meses en que estuvo detenido allá, siguió con su vida y con su militancia. Llegada la última y siniestra dictadura cívico-militar, fue detenido en más de una oportunidad por haber militado en el Peronismo de Base (PB) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) con anterioridad. Dice su nieta que cuando estuvo secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en tanto lo torturaban, le preguntaban cómo había sido joderles por unos días las Malvinas a los ingleses. (Cuando ellos tuvieron la misma oportunidad de hacerlo, se cagaron, recuérdese a Astiz rindiéndose sin más). Pedro Bernardini falleció cuando su nieta tenía 12 años, en 2007. Un año antes, en noviembre de 2006 se cumplieron 40 años del Operativo Cóndor. El Senado de la provincia de Buenos Aires homenajeó a esos héroes. Bernardini estuvo presente. Entregaron medallas y diplomas a los integrantes y a las familias de los que ya no estaban. Y en el año 2013, la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner invitó a todos ellos a un homenaje en el Salón de los Pasos Perdidos en el Congreso para decirle que una de las siete banderas argentinas que flamearon en Malvinas en aquella gesta, ocuparía para siempre un lugar ahí. Fue cuando dijo: No hay futuro si no conocés la historia”. La parte final de la presente reseña está reservada para la misma nieta: “Mi abuelo me enseñó a andar en bicicleta sin rueditas, me hizo hincha de River, me enseñó a jugar al ajedrez y me llevaba a torneos que me aburrían bastante. Mi abuelo es el que cuando ofrecí cuadros en una feria artesanal en el colegio y nadie me compraba, él me los compró todos. Sabía hacer el mejor estofado del mundo y me dejaba comer con él en su escritorio, rodeado de esos recuerdos que ahora intento reconstruir”.