Roberto
Baschetti

Bianchi, Silvia Ester

En la calle Sucre N° 1826, Córdoba, el 21 de agosto de 1976 muere con otros dos compañeros (Néstor Enrique De Breuil y Raúl Milito que era su pareja) resistiendo su secuestro. Todos eran militantes del peronismo montonero. Logra escapar Irene Bucco. En agosto de 2001 en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Rosario pudo leerse el siguiente reconocimiento: “Por los que ya no están, por haber estado. Raúl Milito – Silvia Bianchi. 1976 – 2001. Asesinados por el General Menéndez en Córdoba junto a su hijo/a por nacer. Sus compañeros, amigos y familiares les rendiremos homenaje y con ellos a los 30.000 desaparecidos”. Silvia Esther Bianchi provenía de la Facultad de Humanidades –Psicología- de la Universidad Nacional de Rosario, donde ingresó en 1971. Había nacido el 30 de septiembre de 1953, en Paraje Carmona, Paraná, Entre Ríos, (zona de inmigrantes italianos y franceses) siendo una alumna brillante durante su bachillerato. Su compañero de militancia, Eduardo Bertolino, así la recuerda: “Te nombro, evoco tu recuerdo y te aparecés como entonces, con tus jóvenes 23 años. Allí están tus ojos claros, tu rostro fresco sin maquillaje, tu melena con algunas ondas apenas y esa sonrisa franca de querer la vida. Prefiero charlar con vos como siempre. Con tantas mateadas compartidas. Te llamábamos ‘Cristiana’ y era por eso, por tu profundo sentido evangélico. Por tu búsqueda de justicia y no del ritual vacío. Por tu bondad sin grietas y tu amor por los humildes. Elegiste estudiar Psicología y por ello viniste de tu Entre Ríos natal. Descubriste Rosario con ese andar sencillo y curioso. Y caminabas mucho porque había que cuidar el mango siempre escaso. Fueron días de Facultad de aulas repletas y de pasillos llenos, de discusiones, de debates interminables. Mediodías de comedor universitario guardando el pan que sobraba para acompañar alguna sopa salvadora. Años intensos de transitar lecturas y de robarle horas a la noche para descubrir el mundo. Palabras nuevas, consignas, proyectos, sueños. Empezaste pronto a a patear el barrio San Francisquito. A repartir caricias y a enseñar letras y cuentas. Descubriste entonces lo que sabías de antes; que el dolor, la tristeza, el hambre no solo se constatan, también pueden combatirse. Te convertiste en militante peronista. Y el ‘compañero’ no sonaba en tu boca como una palabra nueva, pero ahora tenía una intensidad distinta, una decisión fuerte, una opción de vida. Roca 343. Tú casa. La cuadra no ha cambiado tanto (todavía está el Sindicato de la Madera enfrente). Casa de reunión de la JUP, la Juventud Universitaria Peronista. Esa firma estampada al pie de cada volante, en cada estandarte. Los días transcurren veloces, intensos. Marchas y movilizaciones. Asambleas. Actos. ‘Cada casa peronista, un fortín montonero’. Porque fue tu opción y tu elección. Una decisión meditada. Peronista y montonera. Con orgullo, con pasión y con tu humildad de siempre, pero con una responsabilidad mucho más grande. Ya no había lugar para flaquezas y muy poco espacio para las dudas. Se blindaron las palabras, se endurecieron los gestos, se retempló el alma. Pero hubo lugar para el amor. Conociste a Raúl. Y los besos y las caricias poblaron tus días y tus noches. Tus ojos estallaban de felicidad y tus mejillas se coloreaban de pudor cuando te cargábamos. ¡Y pucha que era duro! enlazar los deseos personales, las pasiones íntimas con las responsabilidades políticas y la lucha revolucionaria. Los ‘trasladaron’. Partieron hacia donde hacía falta. Se fueron a Córdoba, aunque no lo sabíamos entonces por razones de seguridad como correspondía. No los ví más. No te volví a ver. Supe de tu embarazo y pensé como vos, imagino, en la difícil y hermosa decisión de gestar un hijo en medio del peligro, de la incertidumbre. Pasaron los meses, y un día, puto y cruel como casi todos los de aquel ’76, me quedé apretando con bronca la página del diario. Era ‘La Opinión’; todavía me acuerdo. Supe que no los volvería a encontrar ni podríamos abrazarnos nunca más. Y aunque el dolor me partió el alma no pude llorarlos. No podíamos. No nos lo permitíamos. Por eso Silvia, disculpáme si ahora se me cae alguna lágrima mientras escribo. No es de flaqueza, estoy ajustando cuentas con el pasado”.