Bronzini, Juan Carlos

“El Cabezón Bronzini”. A este militante lo recupera del olvido y del ostracismo, su compañero de organización por aquel entonces, Eduardo Soares. “Provenía de una típica familia de clase media marplatense, siendo además sobrino de un famoso intendente socialista que tuvo Mar del Plata entre 1958 y 1963, que se llamaba Teodoro Bronzini. Era costumbre en esa ciudad balnearia cortar boleta para las elecciones, porque se votaba –cuando dejaban hacerlo las autoridades- al peronismo a nivel nacional y a los socialistas para la intendencia. El Cabezón venía del Peronismo de Base (PB), o sea, de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Era ya un muchacho ‘grande’ cuando empezó a militar, grande en relación a nosotros, ya que era treintañero –que para esos años era ser un viejo- y luego cuando casi todo el PB marplatense nos fuimos en masa y nos incorporamos a Montoneros, el Cabezón siempre estuvo a nuestro lado. Era un tipo más insertado en la vida que nosotros, calcúlo que por su edad. Y en el inicio tuvo siempre un perfil bajo y militó donde lo enviaran, jamás un problema; además era muy querido por todos los compañeros, muy respetado y con un sentido del humor tremendo (¡… muy hijo de puta, humorísticamente hablando…!). Casi no hablaba de su vida personal y de su familia. Cuando la Orga decidió “achicarse” lo hizo como se hacían las cosas en esos años: a los hachazos. Y en esas evaluaciones que se llevaron a cabo, así como montones de oficiales bajaban de nivel, al Cabezón las evaluaciones le dieron bien y todos los ámbitos que integró votaron y evaluaron que tenía que integrar el ámbito de oficiales. Por primera vez en la vida le ví resistir una orden. Yo era su responsable en esos años (y un poco me daba no sé que tener bajo mi comando a un compañero de más edad o de tanta edad) y cuando le comuniqué que las estructuras de la columna en su conjunto habían evaludo su práctica en ese año y resuelto su promoción, medio que corcovió un poco. Me dijo que él creía que no tenía el nivel que se la tribuía y menos el nivel que superaba a tantos compañeros oficiales que fueron despromovidos. Yo en realidad no lo sabía, pero la Orga había resuelto apostar a otros compañeros, a una segunda línea para enfrentar semejante situación que se nos venía encima. Esto es común, suele ocurrir, lo he visto en muchas organizaciones revolucionarias en el mundo y ni hablar en América: compañeros fundadores que se anquilosan, no avanzan, no producen o les ponen la pata encima a los más jóvenes. Volviendo al tema, el Cabezón me dijo, delante de todo el ámbito, que creí que la Orga se equivocaba con él y que carecía del nivel que le atribuían. Se lo evaluó nuevamente y volvimos a ratificar entre todos que el Cabezón estaba en condiciones de ascender a oficial. No recuerdo bien sus argumentos ahora, para no serlo. Creo que estaban referidos a su vida, en el sentido que él entendía que no tenía la pertenencia absoluta y total que la Orga le requería a un oficial y que no sabía si estaba en condiciones de producir los cambios en su vida –que no era la de un joven veinteañero- que se le exigía. Y la segunda cuestión estaba referida a que en nuestro ámbito (el de los aspirantes, que yo comandaba) ya se tenía conocimiento de la cantidad de compañeros y compañeras que fueron despromovidos y por tanto el Cabezón veía con desagrado, como si fuera un carnero, que él ocupara el lugar y la función de compañeros que –hasta ese momento- fueron referentes. En fin, como haya sido la cosa, recuerdo que en algún momento di por finalizada la discusión y le dije ‘vos acatás lo resuelto y se acabó’. Yo sólo sé el dolor que me produjo tener que hablarle así a un compañero –aunque fuera un subordinado-, es decir, a un hombre mayor que yo, y eso en aquellos años, pesaba. Bueno, como oficial, al Cabezón se le dio una de las peores zonas marplatenses como fue la zona Norte donde teníamos poco y nada. En definitiva, la zona también me la dieron a mí porque era el responsable y el jefe directo del Cabezón. La cuestión fue que, en dos años, el tipo reestructuró el ámbito de milicianos, logró abrir tres barrios, establecer infraestructura e insertarse en alguna fábrica de la zona; todo eso con muy pocos compañeros y compañeras a cargo. El Cabezón zafó, sobrevivió, continuó luchando, fue un montonero ‘silvestre’ en Buenos Aires y en La Plata cuando todo se derrumbó y cuando luego, en no más de 3 años, perdimos por muertes y desapariciones a más de cinco mil compañeras y compañeros. Al volver la democracia, cuando la Orga se desinfló, cuando nuestros comandantes decidieron no luchar más y disolverla, ahí es cuando el Cabezón decidió retomar su vida. Acompañó algunas iniciativas, se mantuvo más o menos cerca nuestro cuando formamos la ’26 de Julio’, pero luego se fue yendo. Como era hijo de empresarios, para ganarse la vida, armó algunos emprendimientos turísticos por el Sur y dejó de militar. Eso sí, siempre daba una mano si se la pedías. Y un día se murió”. Se sabe, que el 28 de marzo de 2015, sus cenizas fueron depositadas en el Panteón de la Memoria, Cementerio de La Loma, Mar del Plata. Un sitio más que adecuado para una persona de sus quilates.