“El Chueco” Carrara nació un 24 de febrero de 1952. Creció en el Barrio Sur de la ciudad de Santa Fe, sabalero hasta el caracú, estaba triste o alegre de acuerdo al resultado futbolístico del club de sus amores. Como no podía ser de otra manera estudió en la escuela “Colón” donde hizo amigos al por mayor. Compañero de los perros callejeros, buen jugador de fútbol, excelente nadador. De familia muy antiperonista se fue de mochilero por el país. Volvió con una visión cambiada, más realista sobre la situación de nuestra patria. Recibido de perito mercantil, ingresó a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe para ser contador. Porque como dijo “Los números no deben dirigir al mundo, deben estar al servicio del pueblo”. Paralelamente comenzó a trabajar en Entel y se afilió a la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina (FOETRA). Luego empezó a trabajar en una metalúrgica –consiguiendo así su segundo trabajo- y la facultad quedó un poco más lejos para siempre. Su sensibilidad social lo llevó alguna vez a llorar frente a una madre que dormía junto a su hijito en un umbral, en una fría noche de invierno. Su compromiso político lo depositó en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y luego en Montoneros. Instalada la dictadura militar de Videla, no aceptó irse del país y siguió la lucha hasta que los esbirros del Tercer Cuerpo de Ejército del General Menéndez, lo cercaron con otros compañeros peronistas en el barrio cordobés de Maipú, en la tardecita del 6 de octubre de 1976. Herido, fue llevado al campo clandestino de concentración de “La Perla” y en la madrugada del 7 de octubre lo fusilaron: tres tiros en el pecho y uno de “gracia” en la cabeza. Doña Tita, una vieja militante peronista del gremio telefónico, tenía un gran cariño por “El Chueco” Carrara y más de una vez se trenzaba en largas discusiones con él, sobre la síntesis necesaria que permitiera la continuación entre el viejo peronismo histórico que ella representaba y la JTP que emergía con un caudal revolucionario interesante. Para ella, Carrara era su hijo político. Por eso cuando se enteró que “El Chueco” estaba sepultado en el cementerio de Santa Fe como N.N., todos los años en cada octubre le dejó una flor en su tumba anónima. Todos los años… hasta el día de hoy en que ya ella tiene 82, cumple con ese compromiso de amor y nobleza proletaria.