De origen tucumano, nacido en 1954. Tenía algo de músico, mucho de rockero. El “Cabeza” era uno de los más claros cuadros políticos de la Unidad Básica “Burgos-Escribano” de la localidad de Los Hornos en las afueras de La Plata, a punto tal que hasta 1974 fue su responsable. Sabía lo que decía y sabía cómo expresarlo para que los demás lo entendiesen sin problemas. Tenía una notable claridad de análisis político. Sus críticas y autocríticas eran agudas y al percibir un error propio, lo desmenuzaba, lo aislaba y no volvía a cometerlo. Pero a diferencia de otros compañeros provenientes del centro o de la universidad, él venía del barrio. Cara cobriza, pelo lacio y negro peinado con raya al costado y anteojos grandes, cuadrados, le daban una forma especial a este compañero. A comienzos del ’75 dijo muy serio: “He procesado la tortura… si me toca, se cómo tengo que responder”. Jorge Pastor Asuaje, uno de sus compañeros de militancia siempre recuerda que a fines de 1976 volvían ambos de hacer un “trabajito”, y por los suburbios de la ciudad se toparon con un boliche bien de barrio y animados pidieron una sidra para festejar y ahí fue cuando el “Cabeza”, alzó su copa y dijo la frase memorable: “entre julepe y julepe llegamos al ‘77”. No sabía que iba a ser su último año de vida. Primero zafó en su propia casa, cuando lo fueron a buscar porque alguien lo había denunciado, tenía un revolver 32 que usó, lo hirieron en una pierna, pero pudo escapar. Se fue a la casa de un tío en Berisso (domicilio que nadie de la militancia conocía) y allí lo fueron a buscar y lo atraparon con vida. ¿Quién lo entregó a Juan Ramón Cascallares? Un policía. Eso no sería nada del otro mundo si no agregáramos que ese policía era su propio padre. Que al parecer fue engañado por sus propios camaradas de armas que le prometieron salvarle la vida al hijo, si lo entregaba. Juan Ramón Cascallares fue torturado varios días sobre su rodilla maltrecha y gangrenada. No pudieron arrancarle un solo nombre o dirección de los más de 25 compañeros que conocía. Al final le pegaron un tiro en la nuca y su cuerpo fue entregado a la familia en un cajón cerrado y con expresas recomendaciones de no abrirlo. Dejó una hija que no conoció. Un compañero de militancia, Molina, agradecido, lo recuerda de este modo: “Me parece verlo, alto y flaco, con su media sonrisa, entre ingenua y canchera, tarareando canciones de Zitarrosa, su cantor preferido, en honor a quien tomo su nombre de guerra, Alfredo”. Otro muchacho que militó con él, me acerca un dato que habla del temerario arrojo y la enorme voluntad de resistir que anidaba en Cascallares. En La Plata, en abril de 1976, a un mes del golpe y entre los 50 segundos que insumía el pasaje de cada ronda militar, pintó con aerosol un “Montoneros” bien grande, en el paredón del Correo, a 30 metros de la Plaza San Martín, frente a la sede de la Gobernación del General Ibérico Saint Jean. Actualmente, en la Asociación Modelo Argentino, calle 142 n°1119, entre 54 y 55, La Plata, un aula de capacitación lleva su nombre donde se lo recuerda como “Estudiante Obrero y Militante de Juventud Peronista”.