Resistente peronista clandestino en el barrio porteño de Pompeya. Cayó preso luego de tirotearse con la policía y recién vio la libertad nuevamente en 1963. Cuenta Ernesto Jauretche en su libro “Memoria de la esperanza. Vida, pasión y muerte de un muchacho peronista” (Colihue. 2023), lo siguiente: “Al visitar lo que hoy es llamado Presidio-Museo de Ushuaia, registré entre ellos a mi tío Teodoro Deimundo, hermano de mi madre, mentor de mis primeras actividades revolucionarias e inspirador de ilusiones artísticas en toda la familia. Desde que se abrieron las salas de artes mayores a las clases populares –con el peronismo-, la ópera había pasado a ocupar un lugar muy destacado en los gustos musicales de las mayorías argentinas. Teodoro estudiaba canto lírico con un prestigioso maestro italiano, que lo llevó a participar de los elencos del Teatro Colón. Era un barítono de voz potente y cálida que cautivaba y asombraba con su arte en las fiestas familiares con canzonetas del repertorio como Marechiare y Torna a Surriento. Lo imagino, tal cual relataba el Baby Molina, haciendo estremecer las altas crujías en las heladas galerías del presidio de Ushuaia con interpretaciones del alegre coro de las Bodas de Fígaro o de la escena del brindis en La Traviata, para concluir con una insuperable interpretación de la Marcha Peronista, aunque luego le cayeran los terribles castigos del feroz reglamento carcelario”. Es que el compañero Teodoro Deimundo –como dije al empezar esta reseña- fue uno más de los miles de resistentes que pagaron con cárcel su fe en Perón y el peronismo a partir de 1955 y la entronización en el poder de la dictadura asesina de Aramburu y Rojas. Cuenta el mismo Jauretche que cuando apareció en la escena política argentina, Montoneros, cargándose a Aramburu, Teodoro lo llamó y le dijo: “Ernesto queremos encontrar a esos muchachos. Por fin se hizo lo que tanto soñamos. Decíles que estamos a sus órdenes”.