Había nacido en 1940. A Rubén le decían “El Muerto” porque cada vez que no quería hacer algo contestaba como única justificación: “No puedo, estoy muerto”. Cuenta Gonzalo Chaves, mítico integrante de la Resistencia Peronista y Montoneros que lo conoció desde siempre: “Con Rubén fuimos en los ’70, vecinos en el barrio de Los Hornos, La Plata. Él vivía con su madre, terreno por medio de nuestra casa. Su padre había muerto hace unos años. Fuimos vecinos y compañeros en la Juventud Peronista, gloriosa gesta que consumía nuestras energías y les daba alas a nuestros sueños. Militábamos para transformar el mundo. En realidad, para nosotros el mundo era nuestro territorio. Lo más cerca que teníamos era la panadería de 69 y 137, lo más lejos que imaginábamos era La Quiaca. De día trabajábamos y de noche salíamos a pintar en las paredes ‘Perón Vuelve’ y ‘Con Perón vuelven los trabajadores de Evita’. Cansados de poner la otra mejilla, tentamos otros caminos y armamos el coraje. Rubén fue uno de los nuestros, en el inicio, cuando había mucha bronca dispersa, pero pocos hombres organizados y dispuestos. En rueda de mates tejimos la certeza de que, si nos habían desalojado del gobierno por la fuerza de las armas, teníamos que volver con la bronca del pueblo organizada. El 17 de noviembre del ‘72, Rubén marchó a Ezeiza para recibir a Perón. En el ´73 votó a Cámpora. Desde que se formó, militó en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Cuando lo conocimos trabajaba en el Correo, pero transitó otros oficios: pintor de obra, boxeador, operario del frigorífico Swift de Berisso, hincha de Gimnasia y eterno enamorado. A fines del ’83 salimos de la clandestinidad y nos asentamos en La Plata, comenzamos a buscarlo. Con pocos datos y algunas señales lo rastreamos. Al ‘Muerto’ lo ubicamos internado en la Unidad Carcelaria N° 10, el Instituto Neuropsiquiátrico de Seguridad de Melchor Romero. Lo detuvo la temida Bonaerense cuando el coronel Juan Ramón Camps era jefe de policía. Lo fueron a buscar a su casa, lo querían implicar en un robo a la empresa ´Pescamar´. Lo pasearon por la comisaría 6°, la 9°, la 3°, la 10° para recalar en Gonnet. Le armaron un par de rueda de presos para señalarlo y lo torturaron sin piedad. A los pocos días lo dejaron en libertad por falta de mérito. Según él, tenía lagunas mentales y se internó en una clínica. Cuando le dan el alta, por seguridad se muda a otra casa. Lo detienen por segunda vez: otra vez acusaciones falsas y lo picanean nuevamente, en la comisaría 10° de City Bell (…) Cuando lo visitamos por primera vez con ‘Cacho’ Ventimiglia en el Hospital Neuropsiquiátrico, lo tenían dopado, hablaba incoherentemente. Había pasado por varias sesiones de electroshock. La coraza que lo defendía le impedía moverse con soltura, pero se mantenía lúcido por dentro. Él decía que se hizo pasar por loco para salvar la vida y la salvó. El 27 de junio de 1984 el juez penal Carlos Alberto Mayer ordena sobreseerlo definitivamente en la causa que se le había iniciado por asociación ilícita y robo. Lo trasladan al Hospital Alejandro Korn en el mismo predio de Romero para continuar con el tratamiento que supuestamente le habían iniciado. Al poco tiempo le dieron el alta, se reintegró a su casa junto a su madre. Estaba golpeado, pero se recuperó dignamente. Hacía changas de pintura, puso un puesto de verdura, militó en Intransigencia y Movilización Peronista (IMP) y después en el Peronismo Revolucionario (PR). Los últimos años los pasó cuidando a su madre. En los intersticios que le dejaba la tarea de asearla, peinarla, proveerle medicación y darle de comer en la boca, integró la ‘Comisión de Homenaje Chaves, Pierini, Macor’. También se sintió convocado por el piquete e integró varios de ellos. Rubén formaba parte de algo que lo sentimos más grande; un abrazo fraterno, un colectivo de voluntades, un sentimiento, una cultura de rebeldía, difícil definir esa pertenencia, donde son muchos los ingredientes y entre ellos, como un más, la política. Era uno de los nuestros. Cuando partió –en el 2002- sentimos que nos arrancaron un pedazo, un desgarro profundo como quien muerde un durazno hasta raspar con los dientes el carozo. Hasta siempre compañero”.