“María”. “Petisa”. Santafesina; nacida en la ciudad capital de esa provincia el 19 de agosto de 1941. Tenía 4 hermanos. Estudió el secundario en el Colegio “Nuestra Señora del Calvario”. De jovencita, en la Universidad de Santa Fe fue una de los líderes del Movimiento de Estudiantes de la Universidad Católica (MEUC), organizando su centro de estudiantes. Fue presidenta de la Juventud Universitaria Católica de Santa Fe. Doctora en Leyes, se recibió en 1965. Pensaba que su profesión era un vehículo apto para instaurar más justicia y garantizar la defensa de los más desposeídos de la sociedad; de allí su inclinación por el derecho laboral. Un viaje a la cuña boscosa, donde trabajó un mes junto a los Hermanos de Foucalt, fue decisivo en su opción: “Mi vida va a cambiar, no soporto más las injusticias. Con lo reivindicativo sólo ya no alcanza…”. Militante del peronismo montonero, fue una de los que lo fundó en su provincia natal. Luciana Seminara en su muy buen libro “Bajo la sombra del Ombú”, asegura que Doldán “no solo fue una figura clave en el desarrollo del aparato armado de la ‘SN’ (Montoneros Columna José Sabino Navarro), también había sido una ‘pieza fundamental’ en el re-ensamble producido luego de la ruptura con Montoneros”. Graciela “Monina” Doldán era, precisamente, la viuda de un histórico de la organización: “El Negro” José Sabino Navarro. Quienes la conocieron –como Cecilio Manuel Salguero- la recuerda “como una muy buena compañera por su ética y moral revolucionaria y además, excelente conductora de automóviles en los operativos (…) A pesar de estar excedida de peso, su contextura era frágil, de huesos pequeños. De piel muy blanca, rosada, con ojos celestes verdosos, su cabello era rubio claro y lo llevaba ondulado hasta los hombros. Aproximadamente tendría 1,55 m. de estatura. Y hacía un gesto muy característico en ella con su mano derecha, levantando y moviendo los dedos con delicadez, mientras torcía su mano”. Al momento de su secuestro, el 25 de abril de 1976, contaba con 34 años de edad. La recluyen en Córdoba, en el campo de concentración “La Perla”. Es ferozmente torturada. Mantiene su fe y decisión intacta. No la pueden “quebrar”, sabe que ese lugar es un frente más de lucha, aunque sea el último, antes de la muerte, pero nunca deja de ser un frente de lucha y esa lucha hay que darla. Viviendo en cautiverio, sin ninguna esperanza futura, sin ningún tipo de contacto con su familia, en medio de la locura y la barbarie, intentó formar un grupo de compañeros, con el único fin de resistir la derrota, poner freno al embate de un enemigo poderoso que tenía todas las de ganar. Este grupo fue detectado y la mayoría de sus miembros “trasladados” (asesinados). Graciela Geuna, compañera de martirio, relató en 1985 ante el Juez León Arslanián, que Graciela María de los Milagros Doldán, también conocida como la “Gringa” y “Teresa”, cuando fueron a buscarla para matarla, se fue tranquila, la cabeza erguida, haciendo la “V” de la victoria a sus compañeros de infortunio. Pidió que la fusilen sin venda, sin mordaza, sin maniatar; que ella no se iba a escapar, porque quería morir viendo el sol y el cielo. También pidió el último cigarrillo. Al Mayor que dirigía el fusilamiento lo despidió: le dio la mano, un abrazo y le dijo: “Sos el último ser humano que voy a ver antes de morir y aunque vos no lo sepas sos un ser humano y para mí es importante, porque me estoy despidiendo de la humanidad”. El Mayor volvió al Destacamento 141 llorando y no quiso participar nunca más de un fusilamiento clandestino. La compañera Doldán le había ganado la última batalla, solamente apelando a su grandeza.