Roberto
Baschetti

Duhalde, Eduardo Luis

Nació el 5 de octubre de 1939 en un típico hogar de clase media. Se recibe de bachiller a los 16 años en 1955; al año siguiente ingresa a la Universidad y a una actividad social y política –que no cesará nunca- influído por la amplitud política e ideológica de su padre, un radical que había tenído sus simpatías por FORJA y por las reivindicaciones de sentido nacional. En la Facultad se incorpora al Movimiento Universitario Reformista que expresaba los valores de la Reforma Universitaria del ’18 y en ese ámbito llegó a ser su secretario, consejero ante la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) y vicepresidente del Centro de Derecho. Se recibe de abogado en 1960. La Revolución Cubana está presente. Además, se encuentra con una realidad político-social que lo marca muy fuertemente: en tanto se retaceaban las libertades públicas por el Plan Conintes, se producían las movilizaciones de gremios y la proscripción del Peronismo. La Resistencia Peronista es otra vertiente que también lo condiciona, con nombres arquetípicos como los de Rodolfo Walsh y su ‘Operación Masacre’ y la influencia de pensadores como Hernández Arregui y Cooke. Él mismo señala en un reportaje que le brinda a Vicente Zito Lema, su paso de la izquierda al peronismo: “Es un camino que empiezo a recorrer con Ortega Peña, cuatro años mayor que yo y que ya era un intelectual universitario bien conocido. El encuentro con Ortega, tan marcado en mi vida, se produce en forma casi circunstancial. Él ya tenía un breve paso por el Partido Comunista y luego se da su acercamiento al primer comando organizado de la Resistencia, recogiendo la influencia de César Marcos y la gente que en el ’56 organiza las primeras respuestas al gobierno militar. En cuanto mi acercamiento al Peronismo, se da siendo dirigente universitario, siendo solidario con la huelga del Lisandro de la Torre, con la de los bancarios y con distintos hechos sociales y de protesta obrera, y que culmina con las elecciones de 1962 que preanuncian la caída del frondicismo, con el triunfo de Framini en la provincia de Buenos Aires. Ortega Peña y yo contribuimos a la formación de las primeras corrientes revolucionarias del peronismo. Paralelamente se inicia nuestro trabajo historiográfico, entendiendo que la historia es una forma de iluminación del presente, y que en una etapa como la que vivía el país en ese momento, sobre todo en los sectores medios, debía esforzarse la explicación de lo nacional. Y era mucho más fácil acceder a esa explicación a través del análisis de los hechos históricos y sociales argentinos. Volcamos buena parte de nuestros esfuerzos en esa tarea, primeramente, investigando sobre la historia de las relaciones financieras de la banca argentina con la británica, notas que empiezan a aparecer en el periódico ‘Compañero’, hacia 1963, y que posteriormente darían lugar al libro que se tituló ‘Baring Brothers y la historia política argentina’. De nuestra tarea historiográfica surgieron 12 libros publicados”. Duhalde siempre recordaba con humor, que su asociación con Ortega Peña les valió un sinfín de apodos a ambos: Felipe y Varela –por el libro del caudillo federal que habían publicado-, Trick y Tracke, Rómulo y Remo –aludiendo a la relación que tuvieron en algún tiempo con el Lobo Vandor al ser abogados de la UOM-, Gath y Chaves, etc. Hasta Leopoldo Marechal en su excelsa obra “Megafón y la Guerra” los inmortaliza ya que “este admirado poeta amigo de ambos, con el nombre de Barrantes y Barroso, nos convirtió en personajes de su novela”. Por su parte, su acercamiento al gremialismo tiene lugar a partir del Plan de Lucha de la CGT, en 1964, cuando con Ortega Peña son incorporados como abogados de la Confederación General del Trabajo, en momentos que la clase obrera argentina desarrolla una experiencia inédita: la toma de fábricas. Con Ortega participan en la defensa de más de 5.000 casos de ocupaciones fabriles. Ese contacto directo y real en la convivencia diaria amplió la visión intelectual que tenían sobre la clase obrera y pasan a ser abogados de diversos gremios importantes de Argentina. Dirá al respecto: “Buscamos aportar nuestro bagaje ideológico a las luchas que se daban. Partíamos de la caracterización ingenua de creer que se trataba de una dirección sindical carente de ideología y aplicábamos a un plano más reducido aquella definición que Cooke había dado del Peronismo: un elefante miope e invertebrado. Después nuestra experiencia nos demostró que no hay vacíos ideológicos, que lo que veíamos como tal, era la existencia de una ideología, que no se explicitaba, pero que estaba absolutamente comprometida con el sistema del cual esa burocracia sindical era beneficiaria y sostenedora”. Luego viene un nuevo golpe militar: el del general Onganía que llegaba para perpetuarse, con el guiño de los EE.UU. Esos años de violencia extrema por parte del poder, que van de 1955 a 1966 y que implican la negación de los derechos civiles, van marcando a una generación nacida sin haber podido conocer ninguna forma de participación, salvo la contestación directa de los opresores. Esa generación entiende como agotadas las formas de participación democrática en la medida en que la negación de la libertad es absoluta. Eso lleva a una radicalización de los sectores juveniles contenidos en la izquierda y el peronismo. Duhalde y Ortega Peña son llamados a asumir sus defensas, y lo hacen a conciencia, a veces aún discrepando notoriamente en lo ideológico con sus defendidos; pero tienen claro que están defendiendo el derecho de resistencia a la opresión de todo un pueblo. Cabe recordar, para nombrar un caso concreto, que Duhalde fue defensor de presos políticos fusilados luego a mansalva en lo que se conoce como la “Masacre de Trelew” (22-8-72). Esta actividad tensa y agobiante no le impide (con Ortega Peña) tener un papel destacado en la formación ideológica de la juventud de esa época. Ya desde 1967 son propietarios de la editorial Sudestada que pretende ser “un viento cultural que limpie la Argentina”, dedicándose a la difusión de autores de autentica línea nacional, sin distinciones ni matices. Además, pueden rastrearse infinidad de escritos en tan sentido en “Cristianismo y Revolución” la revista mensual de García Elorrio, en el diario matutino “La Opinión” y en “Nuevo Hombre” que dirigía en un principio, el periodista montonero Enrique ‘Jarito’ Walker. Asímismo siempre con Ortega Peña a su lado, Eduardo Duhalde es co-director de la revista “Militancia Peronista para la Liberación” que sale a partir del 13 de junio de 1973 y deja de aparecer cuando le meten un bombazo a la redacción, un año más tarde. Y también ambos, serán parte de la comitiva de regreso de Perón a la Argentina, un 17 de noviembre de 1972, luego de un exilio tan injusto como prolongado. Del mismo modo ejercerán la docencia universitaria bajo la gestión del rector Rodolfo Puiggrós en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, hasta que serán declarados prescindibles un año más tarde (1974) cuando cambian los vientos políticos y empieza a ocupar la derecha los espacios públicos. Preguntado alguna vez sobre el golpe del ’76, justificado como una reacción lógica a los golpes de la guerrilla, expresará Eduardo Duhalde: “Cuando la violencia militar ha sido recurrente y cíclica en nuestro país, es muy absurdo querer justificarla en la necesidad de poner fin a la violencia ‘subversiva’ ¿Qué violencia justificó el golpe de Uriburu? ¿Qué violencia justificó el golpe contra Peron? ¿Qué violencia justificó el golpe de Onganía? Por otra parte, la masividad de la represión y el genocidio popular de esta dictadura y su profundo contenido opresor económico, escapa a toda justificación en ese sentido. Para imponer el plan de los monopolios era necesaria la inmovilidad de toda respuesta popular; imposible de hacer desde un gobierno democrático, pero si bajo el terror de las bayonetas. Esto está estrechamente ligado al Plan Martínez de Hoz, además del proyecto estratégico de desarticular la clase obrera a partir de la destrucción del propio aparato productivo industrial de nuestro país y el aniquilamiento de cuadros políticos y sindicales que restaran capacidad de respuesta”. En el mes de junio de 1976, el gobierno de facto de Videla castiga su constante defensa de presos políticos y su enérgica denuncia de las múltiples violaciones a los derechos humanos que el régimen cometía a diario, privándole de los derechos civiles y políticos mediante un “acta constitucional”; ordena también su captura y la incautación de sus bienes. Eduardo parte al exilio y se radica en España con toda su familia en 1977, a los 37 años de edad. Desde allí participa activamente en las tareas de denuncia de los crímenes de la dictadura cívico-militar instalada en nuestra patria. Especialmente desde la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) que él ayuda a crear y que tiene como destinatario a las Naciones Unidas. En 1983 sale la edición argentina de un libro de su autoría que hará historia, que se volverá paradigma y cuyo título es “El Estado Terrorista Argentino”, creando la tesis de que “El terrorismo de estado es algo más que la consecuencia violenta de la implantación de un régimen dictatorial: es una política cuidadosamente planificada y ejecutada, que responde a proyectos de dominación continental tendiente a configurar un nuevo modelo de Estado que actúa pública y al mismo tiempo clandestinamente a través de sus estructuras institucionales”, nada menos. Duhalde de regreso a su patria con la democracia, ocupará diversos cargos a los que honrará con su prudencia, honestidad y sabiduría: Juez de Cámara de los Tribunales Orales en lo Criminal de la ciudad de Buenos Aires, Consultor de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Secretario de Derechos Humanos en los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández luego, a partir de mayo de 2003. Desde este último cargo promovió con éxito la anulación de las leyes de punto final y de obediencia debida y ‘a posteriori’, la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad, que llevaron a la cárcel a cientos de represores. Así mismo promovió la presentación de la Secretaría de Derechos Humanos como querellante en diversos juicios y creó el Archivo Nacional de la Memoria para actualizar y digitalizar toda la información referida al quebrantamiento de los derechos fundamentales. Como si todo esto fuera poco, tuvo a bien –año 2006- agregar un nuevo prólogo en la reedición del informe “Nunca Más” de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), que desestimaba la “Teoría de los dos Demonios”, sostenida en el prólogo original que había realizado el escritor Ernesto Sábato. El 15 de febrero de 2012, Eduardo Luis Duhalde fue sometido a una intervención quirúrgica a raíz de un aneurisma de la aorta abdominal. Nunca se restableció y siete semanas después, el 3 de abril de este mismo año, falleció a los 72 años de edad. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de la Chacarita al día siguiente. Podría aquí concluir la reseña de su vida y de su obra, pero quiero contar algo que me atañe a mí en lo personal y que lo muestra de cuerpo entero. Corría el año 1987. Faltaban dos años para que concluyera abruptamente y en un caos el gobierno del Dr. Alfonsín. Años de escepticismo, de amargura, de resignación. Sin embargo, yo quería sacar mi primer libro: “Documentos de la Resistencia Peronista”. Quería que se recuperase –para siempre- una de las más hermosas historias de nuestro pueblo; 18 años de resistencia a todo nivel y de todas maneras, con el fin de que Perón volviera a su patria. Por medio de mi editor (Luis Fuks-Puntosur), Eduardo Duhalde se enteró que el libro iba a aparecer y se contactó conmigo. Quería conocerme. Me citó en “La Biela”. Estuvimos más de una hora charlando (en realidad yo hablaba, él me estudiaba) y cuando terminé mi idea de lo que quería hacer y porqué, me dijo: “Dale Roberto, está muy buena la idea. Esas banderas no tenemos que bajarlas nunca. Contá con mi ayuda” y ahí nomás me dio una caja de archivo inmensa, llena de recortes y documentos de la época, que traía consigo y depositó en mis manos. “Seguramente vas a encontrar cosas que te van a servir” me dijo con una sonrisa y a modo de despedida. Desde entonces y hasta su muerte me privilegió con su amistad. La última vez que estuvimos juntos fue en la casa de Bernardo Alberte, el hijo del “Yorma” Alberte, con otros compañeros más, comiendo mondongo y recordando anécdotas y hechos de esa militancia de la que él siempre se sintió orgulloso.