“Carlitos”. “Mauro”. “El Boga”. El 28 de junio de 2014 a la edad de 82 años, falleció en Cipolletti, provincia de Río Negro, ciudad en la que eligió vivir a la vuelta de su largo exilio. Carlos Falaschi fue abogado recibido en la Universidad de Buenos Aires, se sumó a la Resistencia Peronista y fue montonero en los ´70. Como bien escribió para despedirlo una agencia de noticias neuquina: “Era parte de una familia de inmigrantes trabajadores, radicada en el barrio de Mataderos, en Buenos Aires. En ese entonces decidió que sería abogado y que estaría ‘siempre del lado de los pobres de la tierra’. Se inició en el grupo de jóvenes obreros católicos que encabezaba Sabino Navarro en una época signada por la revolución cubana, el mayo francés, la guerra de Vietnam, la teología de la liberación y la convicción de que ‘hay países desarrollados porque sub-desarrollan a los otros’. Tras la muerte de Sabino Navarro continuó con su militancia hasta su primer exilio a Chile, cuando gobernaba Salvador Allende. Volvió al país, donde continuó su labor como asesor legal de sindicatos, integró la CGT de los Argentinos y formó parte de diferentes agrupaciones de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Volvió a irse del país cuando la Triple A comenzó a operar. En la Nicaragua de la revolución sandinista, Falaschi fue funcionario del ministerio de Justicia. De regreso al país (a partir de 1989), representó a la comunidad mapuche Kaxipayiñ en el conflicto suscitado en Loma La Lata sobre preservación del ambiente y respeto a los derechos de los pobladores ancestrales de esas tierras”, en su carácter de apoderado. Así mismo fue asesor de la Confederación Indígena Neuquina entre 1989 y 2001. Se desenvolvió como profesor e investigador en la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén) siendo muy renombrado por su trabajo académico “Los Derechos de los Pueblos Originarios y sus Territorios” escrito en el 2004. En los últimos años de docente universitario, y ya jubilado, Falaschi distribuía sus artículos, sus pensamientos, sus opiniones escritas en forma de ensayo o de sátira política, como la supuesta carta de un virrey neuquino al titular del “Repsolreino de España”, que más tarde publicó en el libro “Para-poiesis”. De la misma manera sencilla y sin estridencias, también hizo circular por correo electrónico una amplia antología de tangos, muchos de ellos “caneros”. Contaba que la había hecho en la cárcel; eran los tangos que cantaban los presos políticos. El lunfardo volvía así de forma impensada, a sus orígenes. Cabe recordar que cuando se recibió de abogado (en tanto era obrero de fábrica en el gremio de la Alimentación), comenzó a ejercer su profesión en el fuero laboral y posteriormente por poco tiempo fue secretario gremial en la Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) en la Comisión Nacional de Educación Técnica (CONET), hasta 1966 cuando el golpe cívico-militar del general Onganía impuso –como en todos los demás- la intervención del sindicato. Con el pueblo proscripto y convencido de que estos dictadores solamente se iban a retirar por la fuerza de las armas se sumó a Montoneros en 1969 con el alias de “Mauro” aunque para todos era “El Boga”. Participó en varias acciones armadas ya que como bien afirmaba “los fierros deben usarse con fundamento político y aún constitucional, además de que con prudencia y sabiduría”; José “Pepe” Amorín (en su libro “Montoneros, la buena historia”), lo recuerda a Falaschi como un buen combatiente y de hecho fue custodio de Sabino Navarro en más de una oportunidad. Luego de la ejecución de Aramburu, buscado, se fue al Chile de Salvador Allende pero al caer esta experiencia socialista de gobierno en 1973, sufrió encierro y cárcel en el Estadio Nacional de Chile, pero pudo zafar y volvió a la Argentina. Allí fue cuando se sumó a la JTP como asesor legal. Las amenazas de la Triple A lo llevan a un nuevo exilio; esta vez en Suiza. Allí pasará el largo invierno que es para la Argentina el gobierno de facto de Videla, Viola, Galtieri y Bignone, con el intervalo ya narrado de su paso por Nicaragua. Volvió a nuestra patria definitivamente, como ya dije anteriormente, recién en 1989. Quienes lo conocieron personalmente, aseguran que “su voz suave como un murmullo de agua estaba siempre acompañada por una sonrisa cómplice y la mirada pícara”.