Roberto
Baschetti

Falcone, Jorge Ademar

Nació en la ciudad de La Plata un 26 de abril de 1918. Hijo de María Teresa Matera y Clemente Cayetano Falcone Graniero. Tuvo dos hijos consagrados a la militancia revolucionaria peronista: Jorge “Chiqui” Falcone y María Claudia Falcone, mártir de “La Noche de los Lápices” (ver su registro). Se recibió de médico en 1943. Fue el primer Subsecretario de Salud Pública (1947-1950); intendente de la ciudad de La Plata (1949-1950) y Senador Provincial Presidente de la Comisión de Obras Públicas del Senado entre 1950 y 1952. Caído Perón en el ’55 se sumó a la Resistencia Peronista y un año más tarde tomó parte del alzamiento cívico-militar fracasado del general Juan José Valle y del teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno (ambos luego fusilados). “Fue detenido el 10 de junio de 1956 a la noche, mientras me estaba contando un cuento que quedó por la mitad” rememora su hijo Jorge. Y sigue desgranando recuerdos: “A partir de allí lo recuerdo uniformado de gris en un lugar que después supe era el penal de Olmos (…) Ya en libertad mi padre no tenía donde caerse muerto y fue el movimiento obrero organizado el que le da trabajo en los duros años de persecución”. Y aclara: “Los Falcone éramos una familia media, pero mi viejo no era un médico multimillonario que andaba firmando autógrafos por ahí, o que hacía cirugías estéticas. Era un médico de mutuales de obras sociales metalúrgicas y mi madre ha sido una maestra de escuela pública. Entonces éramos una clase media empobrecida que nunca nos faltó lo elemental, pero nunca nos sobró nada. Porque yo me acuerdo de la vergüenza de mi viejo cuando no conseguía laburo en ningún lado por ser peronista”. Con la vuelta del peronismo al poder, en 1973, Falcone ocupó el cargo de director del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados, delegación La Plata, hasta el golpe de Estado de 1976, cuando fue desplazado de su cargo. El 13 de abril de 1977 ya asesinada su hija María Claudia, los esbirros del régimen andaban detrás de los pasos de su hijo “Chiqui” Falcone, militante del peronismo montonero. Entraron a la casa de los Falcone en tanto por la televisión pasaban en directo un Boca-River. Y se llevaron al dueño de casa y su esposa. Estuvieron 10 días en el CCD “La Cacha” donde fueron vejados y torturados. Los soltaron. A principios del ’78 (14 de enero) fue la segunda vez que lo secuestraron. Antes de ser “chupado” Jorge Ademar Falcone tuvo tiempo, perspicacia y agallas (léase huevos) para sacar de la casa de su hijo y su compañera, hogar que estaba siendo buscado, ropa de la pareja, vestimenta y papeles comprometedores, además de un equipo de revelado con el que la agrupación copiaba fotos para la prensa clandestina que confeccionaba el Área Federal de Montoneros. Nuevamente torturas y vejámenes al por mayor. Lo sueltan más tarde. Pero este hombre ya con las defensas bajas y todo lo sufrido, es como que no quiere seguir viviendo. Para la Navidad de 1979 viajó con su esposa Nelva a España a visitar a Jorge, exiliado junto a su esposa Claudia Carlotto y la hija de ambos, de nombre Leticia, que ya tenía un añito de vida. Al volver, al despedirse de la familia, en el Aeropuerto de Barajas, levantó su mano y los saludó con los dedos en V; fue la última vez que los vio. Falleció el 29 de julio de 1980. Como corolario es importante reproducir el texto que sigue, donde aquel militante joven peleó con su padre por el mismo objetivo, cada uno a como dio lugar: “Verlo a mi padre Jorge Ademar putear en voz baja y en privado los errores del peronismo y defenderlo con hidalguía en público, aunque le llenaran la cara de dedos. Acompañarlo en ese fortacho a que le paguen una consulta médica en el suburbio con media docena de huevos o un pollo. La construcción de la autoridad de un padre y el respeto, no pasa por el chamuyo, pasa porque vos veas que ese tipo no es verso, que está ahí, haciendo y poniendo el lomo. Para no hablar sobre lo que hizo después, más adelante, llevando a curar, en el baúl de un auto clandestino, a un compañero herido de un cuetazo en el tobillo, o llevando gelamón en el baúl de su auto, con un pobre flaco con una bicicleta adelante, que chiflaba si en las esquinas veía algún peligro. Y si veía algún peligro había que dejar el auto con la patente legal de mi viejo, irnos a la mierda y el tipo tenía que cambiar el documento. El doctor Falcone, uno de los cirujanos más prestigiosos de la ciudad de La Plata, pasaba a la clandestinidad conmigo si nos cagaban, porque el auto era adquisición legal, no era un auto afanado. El tipo ponía el cuero. Entonces también hay una dimensión íntima, la dimensión ética de decir ‘no, no me banco que a mi pueblo le hagan esto’ que es lo principal. Pero después está la sensación de que ese tipo no se merecía sufrir. Mi vieja y mi viejo no se merecían sufrir, y esto también multiplícalo en proyección geométrica. Al pueblo argentino le tocaron el culo muchos años, le bailaron un malambo encima y eso también te pone pila para salir a la calle y correr riesgos”.