“Pepe”. El 1º de julio de 1970 a las 7 de la mañana, unos 25 guerrilleros identificados con brazaletes con los colores de la bandera nacional y la leyenda “Montoneros” ingresan a la localidad cordobesa de La Calera en varios vehículos. Conformaban los comandos “Eva Perón”, “Comandante Uturunco”, “General José de San Martín” y “29 de Mayo”. Durante una hora se apoderaron de la central telefónica, el correo, la comisaría, la sucursal del Banco provincial y la municipalidad. Se llevaron documentos, armas y dinero. En la comisaría los “agentes del orden” fueron encarcelados y obligados a cantar la Marcha Peronista; en tanto otros militantes por los alrededores pintaban con aerosol “Montoneros” y “Perón o Muerte”. La retirada no fue todo lo preciso que debía haber sido. El automóvil que usaban para tal fin Luis Losada y José Antonio Fierro dejó de funcionar, obligándolos a hacerse de otro a punta de pistola. Advertidos por el asaltado, policías de civil los interceptaron; hirieron a Losada y tras la captura de ambos sometieron al llamado submarino (una forma de tortura que consiste en sumergir tu cabeza en el agua hasta que estés a punto de ahogarte, te sacan y vuelven a empezar) a Fierro quien entregó la dirección del chalet del Barrio Los Naranjos en el que Emilio Maza (ver su registro) estaba oculto, aunque él no lo sabía y pensaba que dicho refugio estaba vacío. José Antonio Fierro llega a Montoneros a partir de su relación de amistad con Ignacio Vélez y Emilio Maza en el Liceo Militar de Córdoba. Estudiaba Ingeniería. Venía de una familia de padres peronistas. Pertenecía a la clase obrera, había simpatizado hasta el momento de la aparición de Montoneros con las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y en su casa del Barrio Cofico en Alta Córdoba, fabricaba explosivos caseros. “Pepe” Fierro recién recuperó la libertad con la amnistía política llevada adelante por el gobierno peronista de Héctor José Cámpora, el 25 de mayo de 1973. Tuve la suerte de conocerlo personalmente en el año 2000 cuando Liliana Mazure lo entrevistó para su documental “Un grito de Corazón”. Era un hombre que todavía y pese al tiempo transcurrido se sentía culpable de la muerte de Emilio y la detención de “Nacho” Vélez, que fue herido de bala en el mismo hecho. El 1º de febrero de 2011, a las 9 de la mañana, falleció en la ciudad de Córdoba, luego de algunos días de inconsciencia, producto de un paro cardíaco. Puedo afirmar que nunca abandonó sus convicciones ni su vocación de concretarlas. Se fue un luchador, pero en él y tantos otros compañeros que dedicaron su vida a la lucha por la liberación nacional y social de nuestra patria con las banderas peronistas revolucionarias, está el ejemplo vigente para las generaciones actuales y venideras. Esta solemnidad no debe dejar de lado el humor que siempre está presente en un cordobés: Cuenta su compañero de militancia y detención, Raúl Guzzo Conte-Grand que “en aquella mañana helada de mediados de julio del ’70 y apretujados por tres centinelas de mirada y gestos crispados prescribiendo el silencio, la situación era lo más parecido al color del miedo y el hielo. Otro frenazo seguido de un respingo y mis costillas encañonadas por un metal redondo y frio, pero sin la consiguiente queja, lo que aflojó el semblante de los guardias. Un frenazo, más, otro derrape y la comitiva ahora se dirigía de frente a nuestra Casa Rosada. En ese instante, antes de rodearla, Pepe me hizo un guiño y, como si tal, soltó con su proverbial tonada cordobesa: ‘pooor faaavor chóóófer por la puerta de adelante’. Su humor, que le ha hecho inolvidable, decoraba, cual contrapeso catártico a los que ahí íbamos apiñados en esa escena memorable”.