Roberto
Baschetti

Friszman, Nora Débora

“Laura”. “Cristina”. Nacida el 20 de diciembre de 1956 en la ciudad de Buenos Aires. Inquieta, sensible, inteligente y perspicaz, son tan sólo 4 de sus cualidades visibles. Siempre se mostró interesada por la Historia. Escribía y dibujaba muy bien. Ex alumna del Colegio Nacional Buenos Aires (promoción 74), concluyó su bachillerato cursando libre y mostrando una fuerza de voluntad inquebrantable. En 1975 inició estudios en el Profesorado de Escuela Elemental, cursando ese primer año con muy buenas notas. Debió irse por el clima tenso y represivo que iba en aumento. Por muy pocos meses fue muy feliz en pareja con Marcelo Pablo Pardo, compañero de vida y militancia. A él se lo llevaron menos de un mes antes que a Nora (ver su registro). Friszman, era una militante de Juventud Peronista y montonera, secuestrada-desaparecida el 2 de diciembre de 1976 en la vía pública de la ciudad de Buenos Aires (calle Lavalle al 2200/2300). Fue vista con vida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) antes de su muerte. En 1975 con otros compañeros, construyó una placita en el baldío de México y Saavedra para solaz de los vecinos; por esa razón, en su homenaje, actualmente, se colocó en la glorieta de la plaza, una placa con su nombre y la fecha de su secuestro. Su compañero de militancia, “El Sueco” la recuerda con inmenso cariño: “Era hermosa. Muy joven. Aunque la condición de militantes hiciera a todas las compañeras jóvenes y hermosas, Pero con ella, se trataba de algo extra. Tenía una sonrisa siempre dibujada en el rostro y en los momentos de mayor peligro, supo no perder el ánimo jamás. Era como que de toda ella surgía una luz que la rodeaba. La vi enojada una sola vez. Me bastó para no querer que se repitiera nunca más. Una noche teníamos que hacer un aguante a la vuelta de la comisaría 8a. Era una tarea jodida, ya muy tarde, difícil de encubrir. Pasábamos como una parejita de novios charlando en la vereda, cuando de repente se aparecen cerca de diez policías uniformados que cruzan la calle por la mitad, en dirección nuestra. “Disimulá que viene la cana” le dije, porque ella estaba de espaldas. Me acerqué como para darle un beso, cuando los canas estaban ya casi encima. Me dió un sopapo que todavía me duele, lo que produjo la carcajada general de los botones que siguieron de largo al grito de: “Dale flaco, llevala a un telo”. No tuve mejor idea que hacer un gesto como de: ‘ya va, enseguida muchachos’, cuando recibí el segundo cachetazo. Ésa fue la vez que la vi enojada. Dicen que cuando se la llevaban, la noche que la secuestraron, iba prendida de los dientes al brazo de uno de los secuestradores. ‘Viva la Patria’ les gritó, cuando vio que venían por ella”.