El lunes 8 de marzo de 1971 una patrulla de la Policía de la provincia de Buenos Aires en Rincón de Milberg, Tigre, acribilló a balazos a dos jóvenes militantes de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP): eran Manuel Eduardo David Belloni y Diego Ruy Frondizi, sobrino del ex presidente de la Nación, Arturo Frondizi. El automóvil que los conducía se había quedado sin nafta y otro compañero de apellido Sosa que luego pudo escapar fue a buscar combustible. Los canas pasaron y desconfiaron; quizás estaban advertidos de que en la zona iba a pasar algo. El joven Rubén Adolfo Grecco, chofer del remís que los conducía, ajeno a la organización guerrillera peronista, fue el primero en ser abatido por las dudas. Manuel y Diego en un primer momento pudieron responder a la agresión armada pero luego debido a la superioridad en número y al factor sorpresa de los policías, procuraron la retirada. Fueron perseguidos y Manuel es herido en una pierna. Diego trata de auxiliarlo y lo bajan. Manuel es ametrallado cuando estaba en el suelo indefenso, murió gritando: “¡Viva Perón!”. Recapacito. Era un final previsto para el “Chancho” Frondizi: antepuso su compañerismo y solidaridad a su propia seguridad y cayó abatido al ayudar a su amigo “Manolito” Belloni. Por varias razones, se lamentaban sus compañeros a un mes de su deceso: “Sabíamos que ya no tendríamos la risa clara y descontrolada, los ademanes arrebatados y las gesticulaciones espontáneas del ‘Chancho’ como cariñosamente lo llamábamos, ni sus constantes ocurrencias, ni sus bromas. Sabíamos que no podríamos compartir más el puchero que devoraba mientras contaba anécdotas de sus hermanos o de los ‘Viejos’. Sabíamos también que no tendríamos su estímulo, su abrazo. Que no lo volveríamos a ver hurgueteando en la vida ni tejiendo sus sueños mientras forjaba un tiempo nuevo”. Al morir tenía solamente 22 años de vida. Supo escribirle a su madre: “Mamá te pido perdón por los malos ratos que te hice pasar y tantas cosas más. Espero poder no dártelos más, pero al mismo tiempo, quiero que pienses que tu hijo Diego, mamita, lo que hizo no lo hizo en vano y que una de las intenciones que lo llevaron a su militancia es también el pensar en todos y en forma especial en aquellas madres que viven sumidas en la pobreza y la miseria espantosa que padece América”. Me contaba otro compañero que lo conoció a Diego, una anécdota muy graciosa. Un día lo encanaron repartiendo volantes (“Los únicos privilegiados son los niños. Luche y Vuelve”) y juguetes en una villa. En el camino a la comisaría el “botón” que los llevaba detenidos a él y Manuel Belloni –un muchacho bajito, morocho y fornido- de sopetón le pregunto: “¿De verdad quieren que vuelva Perón?”. Le contestaron que sí, que estaban decididos a dar la vida por la vuelta de Perón. El cana miró a su alrededor, se cercioró de que no hubiera nadie observando, y les sacó las esposas para que se fueran rápido, en tanto les largaba un: “¡Viva Perón, carajo!”.