Irma Fuentes de Salís. Rafael Cullen, militante peronista en los´70 e historiador, aporta, la presente reseña que apareció en el matutino “Tiempo Argentino” de fecha 19-8-2014. “A los 86 años en Córdoba –su provincia natal- falleció Irma Fuentes, una militante de todas las etapas del Peronismo. Se inició en la militancia en 1950 confeccionando los documentos a las mujeres que ejercerían su derecho al voto poco después. En junio de 1955, en Plaza de Mayo, como trabajadora del Hospital Materno Infantil de Avellaneda- participó en la recolección de los restos de las víctimas del bombardeo ‘libertador’. Participó activamente de la Resistencia Peronista contra la proscripción del movimiento político mayoritario. Durante la dictadura de Onganía debió refugiarse en Buenos Aires donde convivió y militó con Alicia Eguren de Cooke. Fue una entusiasta militante de la campaña electoral de 1973. En julio de 1975 fue secuestrada junto con sus hijos por un grupo parapolicial. Fue ‘legalizada’ poco después y permaneció encarcelada hasta 1983 cuando pasó a la condición de ‘libertad vigilada’ hasta fines de ese año. Durante su prisión en la cárcel de Villa Devoto, fue testigo de la denominada ‘Masacre de los Colchones’ (contra presos comunes) y ofreció su testimonio para la investigación de esos delitos que acababan de ser declarados de lesa humanidad por la justicia. Donó al Archivo Nacional de la Memoria su testimonio de los años de cárcel que está en proceso de ser publicado en su provincia, gracias a la gestión de la Universidad Nacional de Córdoba”. Cabe acotar que además formó parte del documental “Los resistentes” dirigido por Alejandro Fernández Mouján. Ella, sobre el Cordobazo ocurrido el 29 de mayo de 1969 tiene mucho que contar, porque fue partícipe directa. “Se anunciaba un paro general para los días 29 y 30 de Mayo. Los protagonistas, en su mayoría gente joven y combativa, empezamos a trabajar desde el 28 a la noche hasta las cuatro de la madrugada en una casa de barrio Jardín, junto a un grupo de compañeros, estudiantes y varios obreros de Luz y Fuerza, preparamos carteles, panfletos, grabaciones y otras cosas para participar con ánimo del paro”. A la hora estipulada, interminables columnas de obreros, estudiantes, comerciantes, etc. avanzaron hacia el centro de la ciudad, “Aquella mañana bien templada, a pesar de la estación otoñal, me encaminé a mi trabajo. El paro estaba decretado para abandonar las tareas a las 10 de la mañana, yo trabajaba en una pequeña pensión de barrio Nueva Córdoba. Alrededor de la hora indicada sentí detonaciones a lo lejos, me apresuré para abandonar mi trabajo faltando algunos minutos, salí a la puerta de calle para observar el panorama, en ese momento justamente un grupo grande de obreros pasaba por la vereda, uno del grupo de obreros me dice… ‘¡¡señora, hay que salir a la calle hoy!!’… me sonreí, la pesadez y el sueño que sentía desaparecieron de mí”. En cuanto al enfrentamiento con las Fuerzas Policiales recuerda: “Me encontraba todavía en barrio Nueva Córdoba, en la calle Perú e Independencia, a media cuadra de la casa del gobernador, cuando sentí tiros muy cerca de mí, me detengo y veo en ese momento que 4 o 5 hombres se enfrentaron con la ‘cana’, les quitaron las armas, que entregaron sin resistencia porque detrás de esos 4 o 5 venían como 200 hombres dispuestos a todo, empezaron a empujar el coche patrullero al barranco quedando peligrosamente colgado, los tres policías que venían en el coche quedaron con las manos en alto”. Irma sufrió directamente la represión de las fuerzas de seguridad al encontrarse en Plaza Colón: “Junto a otras mujeres que no conocía sacamos un toldo de una pizzería de lujo que había en Av. Colón frente a la plaza, mientras estaba en esa tarea, recibí una andanada de palos en mi hombro derecho y vi volar por el aire la gorra del cana que me golpeaba, 6 o 7 hombres se lanzaron encima de él, quedando en calzoncillos”. Al referirse a los participantes comenta: “ahí estaba el pueblo pidiendo justicia, nos encontrábamos cara a cara con los radicales, que en otras épocas tuvimos duras diferencias, no había banderías en especial, estábamos todos juntos haciendo barricadas y elevando el grito de justicia social (…) Cuando llegamos al pleno centro, era de ver algo jamás imaginado, a esa hora del mediodía ya habían matado al obrero Máximo Mena, en el Boulevard San Juan, el pueblo enardeció y perdió el control, empezando a destruir la ciudad, se desató un verdadero huracán de fuego y humo, en especial en la Av. Colón, donde se quemaban en fila los coches Citroën y Renault”. Vueltas las cosas a una –aparente- normalidad, debió poner distancia de los dictadores: “Al quinto día, ni sé cómo, me encontré en Buenos Aires junto con un grupo de compañeros que éramos candidatos al calabozo, abandoné trabajo, casa e hijos, todo. Luz y Fuerza nos facilitó los pasajes por avión y allá nos esperaban, nos recibieron muy bien, yo fui a la casa de una compañera que no sabía ni cómo me llamaba, luego supe que ella era la esposa de John William Cooke. La acción de unidad demostró claramente que las dictaduras, por duras que sean, pueden tambalear y caerse”.