“Un breve relato sobre alguien que decidió VIVIR. Los Vecinos de San Cristóbal Contra la Impunidad me pidieron que escribiera algo sobre Jorgito, el ‘Bebé’. Y la verdad que me es difícil. Quizás porque ya pasaron más de 32 años desde que los genocidas lo mataron, y tan sólo pudimos caminar uno al lado del otro, 17 años y un poco más. Jorgito era un pibe alegre, de chico muy despierto, dado, solidario. Esa cualidad de darse y comunicarse hizo que fuera de una facilidad tremenda en lo de hacerse amigos. Y ya a los 5 años, tuvo su primera novia; su novia de jardín. Quién sabe, por ahí sea que, siguiendo el mandato familiar, pronto empezó a ser un buen alumno, gracias a su facilidad de aprender. Ágil, era uno de los que en la escuela jugaba con los más grandes, porque tenía a su hermano en los grados superiores. Y pronto comenzó a destacarse en el ‘Majanaim’, un juego muy popular en las escuelas y grupos juveniles de la comunidad judía. Andaba él por el primer año de la escuela técnica, y aún no había cumplido los 13, cuando se encuentra con que se tomaba la escuela porque nos sacaban el título. Y de mejor alumno del año, pasó a ser elegido Delegado por su compañerismo. Y comenzó a caminar por otras calles. Se incorporó al frente territorial de Montoneros. Y comenzó a ser el Bebé, sobrenombre que le pusieron sus compañeros, porque era el más chico, y con su cara parecía dos años menos. Por eso, le pusieron el Bebé, no el ‘Bebe’ sino directamente el Bebé. Y siguió creciendo. Y así lo encuentra la dictadura genocida. Y no se fue a su casa muerto de miedo, sino que decidió enfrentarla. Y seguir creciendo. Cuando el 19 de agosto de 1976, cae nuestra casa por funcionar ahí una imprenta sindical, mantiene la entereza y logra convencer a los milicos que todo lo que había era porque él estudiaba química. En casa había productos químicos como ácido sulfúrico, percloruro de potasio, bomba de humo, y él convenciendo a los genocidas que sólo era un buen alumno de química. Y la verdad que era el mejor promedio de todo Química de la ORT, donde tenía una beca completa para que estudiara. Y otro día –recuerdo- , lo para un cana haciendo una pintada, y para que el responsable pudiera salir, se pone hablar con el cana, convenciéndolo con su cara de nene de que le habían pagado para hacer la pintada. Y terminan hablando de putas. Pero la suerte, esa novia burlona de los luchadores, de los revolucionarios, un día faltó a la cita. Y cuando le dieron la voz de alto, decidió desenfundar y cagarse a tiros con la cana. Los compañeros que fueron después al lugar dicen que los vecinos les contaron que cuando se acabó el tiroteo, salieron a la calle, y vieron en el piso, herido en una pierna, a un joven que, por la cara, casi parecía un nene. Qué le pidieron a los policías que no lo mataran. Pero como el joven los puteaba y gritaba “Vivan los Montoneros, carajo”, el oficial lleno de bronca porque ni herido lo podía doblegar, lo mató con una bala de remate en el medio de la frente. Cómo lo iban a doblegar si era el Bebé. Después, no querían entregar el cuerpo porque decían que tenían miedo de que su entierro se convirtiera en un acto político. A pesar de los miles de muertos y desaparecidos que ya había, no podían doblegarlo. Y cuando el Viejo logró recuperar su cuerpo, cuentan que, como sus hijos por seguridad, no podían ir al entierro, hubo quien cerró su negocio para acompañarlos. Cuentan que un día, sus compañeros de división, venciendo el terror, salieron del colegio y se fueron al Cementerio de Tablada a llevarle una flor. Y así fue, como mis padres el mismo día que mataron a Jorgito, dolidos, envejecidos y encanecidos en apenas unas horas, nos dicen a mi hermana y a mí: ‘miren hijos, ustedes saben que siempre quisimos adoptar un chico; creemos que el mejor homenaje que podemos hacerle a Jorgito es darle a otro chico la oportunidad que a él le quitaron’; y así, en medio de su dolor más grande, los viejos le contestaron a la muerte con vida. Yo sigo soñando. Y sueño que haya nuevos jóvenes de 17 años que sean buenas personas, que piensen, que estudien, que aprendan. Que sean buenos compañeros, solidarios. Y que sueñen con un mundo sin explotados ni explotadores, un mundo de Hombres Nuevos. Y cuando tengan que decidir, decidan. Y sean capaces hasta de decidir dar la vida. Dar la vida, para que el otro, viva. Dar la vida, que es lo único propio que tenemos. Y, entonces, como decía el poeta “caminaré nuevamente por las calles. Y a mi hermano Jorgito, al Bebé, simplemente: ¡Hasta la Victoria, Compañero!”. Firmado: Enrique Fukman. A los 17 años, Jorge Daniel Fukman, cayó combatiendo a la dictadura cívico-militar, en el barrio de La Boca, el 5 de febrero 1977.