Nacido en Dorra, Antas de Ulla, Lugo, Galicia, España, el 30 de agosto de 1920. Dice el sitio virtual español “10 Años Público”: “Ramón García Ulloa fue uno de los tantos hijos de Galicia que creció al otro lado del océano. En los años treinta, sus padres se vieron obligados a abandonar la pequeña Antas de Ulla, en Lugo, e instalarse en la gigantesca Buenos Aires. Ramón creció allí. En octubre de 1976, un comando de la dictadura militar entró a su casa y se lo llevó para siempre. También secuestraron a su esposa, Dolores del Pilar Iglesias. Al día siguiente del secuestro, los genocidas volvieron a su casa para robar todo lo que había dentro. Sus pertenencias nunca aparecieron. Sus huesos, tampoco”. El hispánico García Ulloa tenía 55 años al momento de su secuestro y posterior desaparición, previo pasaje por el CCD “ESMA”. Se lo llevaron de su domicilio sito en Neuquén 1732, planta baja 1, barrio porteño de Caballito, un 6 de octubre de 1976. Lo insólito de este caso es que debido a la burocracia naval-estatal se supo con el tiempo los nombres de todos los integrantes de la patota que protagonizó el aberrante hecho. Ocurrió que el Teniente de Navío Aníbal Roberto Colquhoun con suboficiales a cargo (René Rua, Daniel Kosich, Osvaldo Pérez y JovitoVillalban) desvalijó la casa, pero algunos de los objetos sustraídos allí no llegaron a la ESMA por lo que las autoridades navales le abrieron un sumario a Colquhoun por el “presunto delito de hurto”, pero no porque no se podían robar las pertenencias de los detenidos, sino porque esas cosas debían llevarse a la ESMA donde debían inventariarse antes de apropiárselas definitivamente. En el año 2010 la Dirección Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Defensa empezó a trabajar sobre los archivos de la Armada, y así “saltó la perdiz”. Para aquel entonces, el descargo de Colquhoun ante sus superiores fue que García Ulloa y su pareja Dolores del Pilar Iglesias eran “subversivos integrantes de la OPM titulada Montoneros” –cosa que aquellos ya sabían porque precisamente por eso lo enviaron al lugar- y que “la misión impuesta era retirar todo el material del domicilio con la finalidad de quebrar la logística del enemigo al negarle lugares aptos para vivir en forma clandestina”, declaración que seguía sin aclarar nada. Lo concreto fue qué al llegar a la ESMA con el botín, se supo faltaba ropa, un proyector de diapositivas y una máquina de fotografías. Quedó en la nada ese dicho que dice: “El que roba a un ladrón tiene 100 años de perdón”. El juez federal Ariel Lijo en diciembre de 2022 procesó a dichos represores. Dos años más tarde, el libro de Leila Guerriero “La Llamada” editado en 2024, aporta claridad al hecho incalificable. La patota de la ESMA buscaba a la hija de ambos, Susana García, a quien no pudieron agarrar; ella pudo refugiarse en España.