“Kelly” / ”Keli”. En el excelente folletín digital “Montoneros Silvestres” dirigido por Mariano Pacheco, aparece el sacrificio de esta compañera contada por Ramón, un pibe de apenas 15 años por entonces, que en 1977 se sumó a Montoneros: “Estaba él y su cuñada –que además era su responsable y único contacto con La Orga”- realizando un operativo en conmemoración del trigésimo segundo aniversario del 17 de Octubre. Teníamos una caja con granadas y volantes. Caminábamos por las calles de una barriada de Quilmes, golpeando las puertas de las casas, hablando con los vecinos y denunciando a la dictadura. La misma gente, que según recuerda, en general los recibía bien, les dice que estaban locos, que se fueran (que los milicos los iban a matar). Todo lo cuenta de manera pausada, tomando un mate de tanto en tanto. Fue el sábado 22 de octubre de 1977. Me cuenta que estaba hablando en una casa y ve que su cuñada estaba discutiendo con dos flacos jóvenes. De repente ella le hace señas para que se vayan. Los tipos, que se presentaron como de la Marina, le habían dicho que los iban a tener que acompañar, que estaban detenidos por andar repartiendo ‘publicaciones subversivas’. Era todo muy raro ‘por la actitud imprudente de los flacos, pero también por la nuestra’. Su cuñada lo mira y le ordena: ‘Martillá’. Él, que lleva una pistola 9 milímetros en la cintura, responde haciendo lo que su responsable indica. De un momento a otro, uno de los tipos se tira encima de ella. El otro, con una pistola en mano, le apunta a él. ‘Dejáme ir. La Orga nos va a vengar si nos hacés algo. No seas boludo’, le dice su cuñada al tipo que la interceptó. Se hace un silencio. No lo interrumpo. Dejo que la pausa se extienda. No hubiese hablado, aunque el silencio hubiese perdurado por toda la eternidad. La mirada taciturna, detrás de los lentes, expresa una tranquilidad que no logro comprender del todo. Toma otro mate, enciende otro cigarrillo y sigue: ‘Me apunta a la cabeza mientras me mira a los ojos. Yo me doy vuelta, empiezo lentamente a retroceder hasta llegar a la esquina, doblo y me voy. Me voy caminando, el paso cada vez más fuerte. Hasta que comienzo a correr y a correr. Luego aminoro la marcha; ya estoy fuera de peligro. Al llegar a mi casa junto algunas cosas y me marcho al interior’. Le pregunto, que pasó con ella. ‘Se tomó la pastilla y llegó muerta al hospital –dice-. La noticia salió en el diario El Sol’. Me cuenta que entonces la vida se le partió al medio. No era para menos, Kelly había ingresado en la nada de la eternidad”. Nélida Marcela González con 19 años de edad no dudó en entregar su vida luchando contra la dictadura militar en pos de una patria justa, libre y soberana. Los hechos acaecidos ocurrieron en la calle Madame Curié de la ya mencionada localidad de Quilmes (en esa ciudad militó en la UES, en la escuela Normal Mixta). Otro compañero, “El Flaco” de Quilmes (Hugo Colaone), rememora: “Nélida Marcela González tenía 20 años cuando decidió quitarse la vida ella misma antes de caer en manos de quiénes hubieran podido torturarla, violarla, destrozar con picana sus ideales y por último matarla. Su sensibilidad la había llevada ya desde temprana edad, a militar con la Juventud Peronista en la Villa de Itatí, cercana a su casa materna, donde ayudaba en tareas humanitarias y de reivindicación barrial. También participaba en la organización de los estudiantes secundarios en el colegio donde estudiaba desde la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Esto la llevó a encuadrarse en lo que era la organización revolucionaria peronista más grande: Montoneros; y así su compromiso se fue haciendo cada vez mayor”. Era rubia, pecosa y de ojos celestes; romántica, efusiva, soñadora. Ya en el secundario al que concurría en Bernal, provincia de Buenos Aires, con otra compañera, fundó el Ateneo “María Angélica Sabelli” nombre de una compañera peronista fusilada en la “Masacre de Trelew”. Con respecto a su muerte, “El Flaco” asegura: “Quiero desde mi reflexión reivindicar esta decisión que también otros compañeros tomaron. No fuimos obligados, nadie nos lavó el cerebro como, temerosos, creían muchos de nuestros padres; algo que el aparato de propaganda de la dictadura fue creando y haciendo creer. Fueron las decisiones correctamente posibles que podíamos tomar: urgía la vida, urgía esa revolución. Se hacía lo que había que hacer”. Por último, cabe acotar, que ella tenía una hermana, también peronista y montonera que se llamaba Graciela Marina González (ver su registro).