“Lolo”. Nació el 11 de junio de 1944 en Capital Federal. Creció en el porteño barrio de Boedo (casona ubicada en Castro Barrios 1561). Estudió en la Escuela Normal N° 2 “Mariano Acosta”. Brillante estudiante de la Universidad de Buenos Aires, donde comenzó su militancia política. Afiliado a la Federación Juvenil Comunista (FJC) abandona ésta junto a un grupo importante de camaradas, en desacuerdo con la falta de apoyo del P.C. a la revolución cubana. Se integra entonces a la Vanguardia Revolucionaria Comunista (VRC), identificándose plenamente con el ideal del “Che” Guevara. Luisito “Lolo” Guagnini, fue una de las víctimas del apaleamiento masivo en la facultad que pasó a la historia como “La Noche de los Bastones Largos”, durante la dictadura del general Onganía. Comienza a entender la importancia de lo nacional y popular en cualquier lucha de liberación que se lleve adelante. Radicaliza su compromiso político. Se integra a Montoneros. Es el Teniente 1° “Alonso”, miembro del Área Federal y responsable del Departamento de Elaboración de la Secretaría Nacional de Prensa y Propaganda. Fue secuestrado el 21 de diciembre de 1977 junto a su esposa, Dora del Carmen Salas, (que luego fue liberada), en una cita “envenenada”, en un restaurante que ya no existe, “El Emiliano”, ubicado en las avenidas Las Heras y Pueyrredón de esta capital. Recluido en el CCD “El Atlético” (que dependía del Ejército), luego de terribles torturas es asesinado. Como periodista fue un excelso profesional. Pasó por La Opinión, Clarín, El Cronista Comercial, Confirmado, Panorama, El País (Madrid), Oíga (Lima), Ercilla (Chile) y New Latin Report. Hugo Munro, compañero en El Cronista Comercial, recuerda que, en 1975, en momentos en que se había suspendido el derecho de huelga, “Luis propuso en una asamblea una medida de fuerza original para llevar adelante los reclamos salariales y otras reivindicaciones de los trabajadores del diario. Como señal de trabajo a reglamento, o a tristeza, como lo llamábamos, comenzamos a ir al diario con vaqueros remendados, camisas viejas, zapatos rotos. Nos poníamos el uniforme de linyera al llegar al diario y luego nos cambiábamos al salir con nuestra ropa normal. La medida fue efectiva y al poco tiempo la empresa nos llamó para decirnos que aceptaban nuestros reclamos, pero que por favor no fuéramos más vestidos así y que dejáramos de estar con cara de velorio”. A nivel militante, Guagnini colaboró en Cuadernos para el Tercer Mundo, Noticias (diario montonero) y en la revista clandestina Evita Montonera. También organizó el periódico El Auténtico que reflejaba los puntos de vista del Partido (Peronista) Auténtico en 1975. Cuenta su mujer, Dora, que en el barrio le decían “El Carlitos Balá de la calle Laguna” y que siempre estaba rodeado de chiquilines a los que divertía con sus payasadas. Cebaba mate con espumita en el taller vecino y jugaba interminables partidas de ajedrez. También era un lector apasionado de novelas policiales. Sabía lo que le podía pasar y como dice su madre Catalina “probablemente, Luis haya sido el único de los 30.000 desaparecidos que dejó instrucciones para el caso que lo llevaran”. Parta de la misiva dice así: Viejos, como dije al principio, espero que esto no sea necesario. En caso de que lo sea –cruz mandinga- hagan lo que puedan, con fe en el mañana y dándole duro al presente para que ese mañana venga de una vez. Los abrazo y les digo gracias. Hasta la vista”. Cuando su casa fue saqueada por los represores, los vecinos encararon a los depredadores uniformados y preguntaron por el Lolo y su familia y quisieron saber porque se afanaban todo, hasta los juguetes. Luego, la mujer del quinielero del barrio le cuidó los chicos a Dora hasta que pasase la tormenta. Secuestrado y todo, Luis Guagnini se las ingenió no sólo para hablar con su mujer varias veces desde su reclusión forzada, sino también para en clave avisar a sus compañeros que había caído y que levantaran campamento. Estuvo así, cinco largos meses hasta que en la última llamada telefónica dijo: “A los nenes más grandes decíles la verdad y a los más chiquitos besálos de mi parte”. Luego un clic y el silencio eterno. Tenía 33 años.