Guruceta, Rolando Marcelo
Actualmente médico psiquiatra, cordobés de nacimiento, que vive en Venezuela. Peronista revolucionario, fue preso junto a otros, con motivo de aplicársele el Plan CONINTES. Al momento de su detención era un cordobés con 23 años de edad, estudiante de Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba. La foto que ilustra esta reseña lo muestra en el campo de deportes de la cárcel de Coronda (1962, Santa Fe) con uniforme de preso y con birrete puesto: el que está a su lado es Marcial Alberto Ramírez. De su propio relato selecciono: “Estas historias anecdóticas vividas dentro de los penales que estuvimos, tiene que ver con la necesidad de seguir alimentado nuestro cerebro con elementos valorativos introyectados en el área prefrontal, que supimos hacerlo antes de conocer y vivir estos momentos impredecibles. Como todos sabemos, en la medida que sepamos introducir y cultivar altos valores humanos éticos, será la referencia permanente para poder tener una conducta y una praxis coherente con la vida. Además de apreciar y cultivar el entretenimiento en las unidades penales con muchísimas dificultades, ello representa y complementa las actividades físicas personales, de recreación, de cultura que nos permite buscar un equilibrio mental para salir en las mejores condiciones de ese mundo tan especial, sino también en poder estar conectado dentro de lo posible con los sucesos del ambiente y la sociedad, para tener y poder completar –a pesar de los limites—una buena estabilidad de vida. No se nos permitían los diarios, escuchar los informativos radiales, el correo personal que nos enviaran nuestros familiares, amigos y compañeros era censurado por las autoridades penales o sea que teníamos una visión parcial y limitada de la realidad. Esta expresa violación a los derechos humanos de la población penal institucionalizada, debíamos soslayarla y ocuparse de otras variables para el bien nuestro. La lectura de los autores clásicos y de otros libros que pasaban por la censura, nos permitía a todos mantener una reflexión crítica en donde intercambiamos opiniones con mucho interés. Tuve la oportunidad y la suerte que un primo hermano, Benigno Flores, me enviara de obsequio la mayoría de los tomos escritos por Sigmund Freud, padre del psicoanálisis. Pensando en ese encuadre, es que todos intercambiábamos los libros al resto de los internos y también algunos prestamos de los servicios de trabajo, al ver que esos talleres estaban más o menos equipados pero inactivos. Iniciaremos con la unidad penal de Viedma (Rio Negro), donde el compañero Eduardo Lautaro Pérez Inda procedente de Capital Federal cuya área de conocimiento era la gastronomía pasó a desempeñarse en la cocina. Pérez Inda era una persona baja de estatura y grueso en su configuración, muy dicharachero y presto siempre a algún chiste. Siempre sonriente lo recordamos, quizás de su experiencia culinaria desarrollada en los barcos. Como en la mayoría de los casos eran personas que habían tenido la oportunidad en algún momento de su existencia de poder adquirir las herramientas del conocimiento para poder funcionar perfectamente en el lugar que le gustaba. El compañero Bartoletto, “El Barba” de la Plata, fue un joven muy alegre, muy chistoso, un excelente sastre que lo había aprendido de su señor padre, prolijo en la elaboración de la costura y siempre tenía un cuento para distraernos. Al tiempo de recobrar su libertad fue ejecutado por las bandas de la represión. Era de oficio sastre y se desempeñaba en el taller de costurería. Por las características de mi perfil que era estudiante de medicina solicite desempeñarme en la enfermería en la cual estaba el Dr. Sussini, persona muy educada y servicial, él fue quien me sugirió el inconveniente de estar en ese lugar de trabajo. Además, concurría un odontólogo un día a la semana. Pero no me complacieron porque tenía acceso al alcohol y en un penal esa sustancia es muy comprometida. Entonces converse con el compañero José David Vázquez de Villa María, un peronista de gran valor, de estatura propia de su herencia española, grueso, y le agradaba fumar sus toscanos, con sus años encima de mucha tinta y bohemia, se desempeñaba como periodista de un diario de esa ciudad y siempre nos contaba sus anécdotas de los años vividos en la Capital Federal y le comente que dentro del pensum del bachillerato en mi asistencia a la escuela normal superior ‘Dr. Agustín Garzón Agulla’ en horario de la tarde, todos los alumnos y alumnas debíamos realizar tareas aparte del programa de educación física. Existía cursos de costura, taxidermia, carpintería etc., y yo había elegido encuadernación, una enseñanza aplicada durante tres años y aceptó la invitación y decidió acompañarme. Reabrimos el taller de encuadernación que se encontraba desactivado y estaba al lado de la costurería y se sumó el compañero Marcial Alberto Ramírez de Capital, una persona simple, de una bonhomía santoral con una astucia impresionante, que era empleado en la función de guarda de la compañía de tranvías de Córdoba de origen inglés, pero nacionalizada por el gobierno peronista con una capacidad de trabajo impresionante. Estos desplazamientos, en el interior del penal nos permitiría romper con la rutina y ver a los compañeros que estaban a disposición del P.E.N., Andrés Framini, el Dr. Perelman –era un dirigente del Partido Comunista argentino– y otros compañeros gremiales que no recuerdo, que gozaban de todas las ventajas que a nosotros nos tenían prohibidos, por lo tanto era una forma de recibir los recortes periodísticos, notas de los compañeros, apreciaciones de nuestros abogados y ansiedades de nuestras familias. Este confinamiento en las cárceles del sur de Argentina era en donde habían repartido a todos los compañeros peronistas del país. Además de inconstitucional y arbitrario e injusto. Resulta que la cúpula militar presiono al P.E.N. que presidia el Dr. Frondizi para que le diera la satisfacción de enviarnos a la Isla de los Estados, en el Atlántico sur, pues todos los peronistas era un grupo de gente que merecía los peores castigos. Por eso modificó por decreto el código penal cargando los castigos con más años de presidio. Resulta que no encontraron personal para transportarlos y residir en esa isla, por lo tanto, el proyecto de los gorilas militares no lo pudieron realizar. Pero el presidente Frondizi, negoció y les reabrió la cárcel de Ushuaia para que allí cumplieran las penas. Ese era el destino que nos esperaba, pero luego del primer grupo que lo instalaron que procedía de la Capital Federal, La Plata y Mar del Plata, hicieron actos de protesta y huelga de hambre que sumado el apoyo de las organizaciones de defensa de los presos políticos y gremiales y sus familiares y los medios de comunicación, consiguieron que una delegación del Congreso de la Nación viajara al penal fueguino y comprobaron lo inhóspito, cruel e inhumano, de esa cárcel, cuyo antecedente histórico en el gobierno de Juan Domingo Perón es que la había cerrado aproximadamente en el año 1948,por los idénticos motivos expresados. Doce años después, en 1960, pretendieron rehabilitarla, pero gracias a la movilización popular tuvieron que volver a cerrarla. Hoy es un lugar de visita y una referencia atractiva de los turistas que llegan a la capital de Tierra del Fuego. Posteriormente como respuesta a una huelga de hambre de protesta por el confinamiento, fuimos desplazados a la cárcel penitenciaria de Las Heras o unidad penal n° 1, en Capital Federal y nos recibió un empleado de institutos penales que los presos lo llamaban ‘el chiquito’, pues era una persona sumamente obesa que pesaba aproximadamente 130 kg. Y alto de estatura y la bienvenida fue una arenga de amenazas, descalificaciones y malos tratos porque la huelga realizada había trascendido a todo el país por la información de los medios, especialmente radio colonia de Uruguay en la voz del periodista Ariel Delgado. Esta cárcel estaba semi desocupada porque habían distribuidos a los presos comunes por otras instituciones –pues tenían la resolución de demolerla. Allí pasamos aproximadamente un mes y luego nos trasladaron a la ciudad de Coronda en la provincia de Santa Fe. Alojados en ese lugar, marcial Alberto Ramírez se unió y se integra al equipo del taller de carpintería y yo me anexé al taller de marmolería, que estaba a cargo de un maestro de origen italiano de aproximadamente cincuenta años, se elaboraba mosaicos y piedras de granito que se colocan en umbrales, escaleras o en la cocina, la tarea mía era pulirlas una por una para una buena presentación. Nuevamente tuvimos que reclamar y se realizó una huelga de hambre con el fin que nos llevaran más cerca de nuestros domicilios para mantener una relación más cercana y frecuente con los familiares, porque continuábamos confinados, figura legal que no existía en las condenas. Como consecuencia nos dividieron y un grupo fue a la cárcel de Villa María y el más grande a la Capital ubicada en barrio San Martín. la cárcel penitenciaria, ambas en la provincia de Córdoba. En esa unidad, Reviglio y yo, Guruceta, nos integramos al grupo médico-odontológico que existía con función de practicantes de la salud, durante el día. Descansábamos en nuestras celdas por la noche, el jefe médico era el Dr. Centeno y había un equipo de tres empleados practicantes, dos eran de medicina y uno de odontología. Marcial Alberto Ramírez fiel a su elección seguía lo que más le agradaba y paso a desempeñarse en la carpintería. Hasta que el 17 de octubre de 1963 ‘Día de la Lealtad’ el autor de la nota recupero su libertad. Previamente me sacaron y llevaron en un celular uniformado y con las esposas puestas a la justicia federal de Córdoba, allí el secretario del juez, el Dr. Luis F. Allende Pinto me notificó de la libertad por amnistía, resolución que la rubrique disconforme. Pues entendía que al anularse todo lo actuado por los militares, correspondía que la justicia civil se abocara al tratamiento de las causas. El mismo profesional me informa que la ley de amnistía está por encima de todas esas formalidades. Previamente y verbalmente le participo al equipo de seguridad que me acompañaba ¿por qué me habían llevado uniformado y con las esposas?, sabiendo ellos que recobraba la libertad y que desde ese juzgado iba a mi domicilio. (Por otro lado, pienso que …) uno de los inconvenientes más molestos que todos los presos CONINTES tuvimos que pasar fue la situación de que no teníamos autoridad judicial que nos atendieran. Al dar por finalizado la aplicación del plan CONINTES, todos quedamos como se dice popularmente en el aire. Pues los casos de fallecimientos de algunos de los padres, o de hijos, o en caso de enfermedad y otras opciones, nadie se hacía cargo cuando se solicitaba el correspondiente permiso. La justicia militar había cesado y la civil desconocía totalmente nuestra situación. Es decir, nos metieron en las cárceles y realmente no sabían cómo manejarse ante eventualidades de contenido humano. Así que el criterio discrecional y arbitrario de la autoridad de turno era la respuesta que recibíamos. En la actualidad confrontamos muchísimos problemas porque todos los expedientes militares desaparecieron, así que para formalizar alguna gestión administrativa todos los CONINTES del país sufren de la falta de documentación. En algunas ocasiones, los compañeros nos comentan que por el tiempo transcurrido fueron desincorporados y destruidos. Por ese motivo y por la necesidad de dignificarnos para que sepan los familiares, amigos y compañeros, es que escribo estos recuerdos para que de alguna forma la comunidad nacional e internacional tengan conocimiento, de todos estos arbitrarios desempeños de autoridades irresponsables que únicamente se escudaban en su odio al peronismo, una movimiento nacional que no acepta el esquema imperial fijado en la derecha y la izquierda como los falsos agoreros pretenden confundir a las nuevas generaciones. Simplemente leer todos los escritos del general Juan Domingo Perón y de Evita es el valioso substratum intelectual en que se basa nuestra doctrina”. Apostilla de color: Guruceta se casó por el civil, en tanto estaba preso, es decir en la cárcel, con Estela Silvia Ledesma, 23 años, también peronista, el 14 de julio de 1960. Cuando recobró la libertad lo hizo también por boda eclesiástica.