“Chacho”. Nació en Junín, provincia de Buenos Aires, el 8 de agosto de 1950. Cursó estudios secundarios en la Escuela Nacional de Comercio. Estudió Administración de Empresas en la ciudad de La Plata. Peronista. Militante montonero. Ante la feroz represión desatada en esa ciudad, se mudó con su esposa (Azucena Victorina Buono) a Bahía Blanca para seguir su militancia; allí fue asesinado por el Ejército el 20 de julio de 1976, a la edad de 26 años. Resistió hasta la muerte en su domicilio de la calle General Paz 237. Carlos Sanguinetti nos habla sobre su compañero y amigo: “Todos lo conocíamos como ‘el Gordo Benigno’ y el gordo era tal cual su nombre, benigno de toda bondad: portaba la cara llena de tanta benignidad que no había duda de sus verdaderas intenciones. Mucha era también su capacidad, entrega y compromiso con la militancia, por el proyecto que reivindicaba a Perón, a Evita, al socialismo nacional y a un país más justo, vivido por unos cuantos testigos vivientes, como su viejo, que había hecho bien su trabajo de trasvasamiento y le había dejado esa mística por la política más allá de las diferencias que a menudo los tensaban. El Gordo Benigno fue uno de los artífices de la FURN (Federación Universitaria de la Revolución Nacional), la construcción del Peronismo en la Universidad de La Plata, que por los finales de los años ’60 y a fuerza de tenacidad, palo y rebeldía, ‘meloneaba’ a los estudiantes buscando que comprendieran que el pueblo era eso, éramos nosotros con los de afuera, su historia y sus necesidades; el proyecto estaba en la calle y era peronista (…) Lo cierto es que, más allá de todo, el Gordo y Susi, la compañera, se encargaban de combatir en todos los espacios. Mientras el Gordo conducía y lo hacía en la Facultad de Económicas y en la Mesa de Conducción, estratégicamente Susi desplegaba su desbordante oratoria en el comedor universitario en una estrecha comunión con su compañero y la organización. Cuando cayó Allende en Chile, mientras preparábamos el acto de desagravio y resistencia, desolados los dos por lo que ya se avizoraba, yo insistía en que se venía la noche y él, enroscándose el bigote como siempre, me dijo: ‘tranqui, los pueblos no mueren nunca, no lo veremos nosotros, pero tranquilo’ (…) El Gordo era un tipo feliz y se traducía en todo, en los momentos más difíciles y en los ratos de sencillo placer, como cuando nos juntábamos a comer en esa casa de 4 y 42 y comprábamos los ravioles del domingo en ‘Abruzzese’. ¡Qué fiesta! O cuando salíamos en plan de picnic de fin de semana sencillamente a tomar sol a ‘Palo Blanco’ y lo disfrutaba como si estuviéramos en el Caribe”.