Nace en la ciudad de Tucumán el 19 de febrero de 1950. Su hermano Santiago “Lucho” Hynes –eximio escritor y autor del libro “Magoya la jugaba de taquito”- , me acerca una hermosa semblanza de ella: “Desde chica es ordenada y metódica en la escuela. Su primera comunión marcará en ella la necesidad de creer a pie juntillas en lo que está dicho por los autorizados para decir. Un cura gallego, ignorante y franquista se encarga, con uso de gran demagogia de la misa de los niños, a las 10, en el Corazón de María. Famosas son de esa época (10/11 años) las discusiones dominicales con mi Viejo, donde ella iluminada de fe repetía, al regreso de misa, las culpas y pecados pergeñados por aquel cuasi famoso Padre Ezcurra. Mi Viejo –que a ella le decía Piojito-, ateo y estudioso, sacaba su biblia y le mostraba –sin cuestionar la religión que era un pacto de crianza con mi Vieja- como el cura inventaba mentiras sobre textos que ni había leído. La primaria y sus primeros años de secundario los cursa en la escuela Sarmiento de la Universidad de Tucumán; después al tener trabajo su padre en Buenos Aires, ella termina el secundario por estos lares. Por un camino misterioso nacerá su compromiso político. Tiene menos de 18 años y estudia biología en la Universidad de Buenos Aires. En unas vacaciones viaja a Tucumán y termina viviendo en un rancho con la familia de un obrero cañero dirigente sindical. El tipo había aprendido recién a leer a los 30 años, con ‘El Capital’ de Carlos Marx como texto, enseñado por algunos troskos. El impacto para ella es muy grande y le pide a éste hombre que le de algún contacto en Buenos Aires. Finalmente, alrededor de 1970, ella ingresa a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y larga la facultad para siempre. Debido a a la coyuntura que se da unos años más tarde y a la discusión política que la misma trae aparejada, un grupo grande de compañeros de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) se integra a Montoneros y a la campaña ¡Luche y Vuelve!, Silvia se suma a ellos. Llegada la democracia del ’73, los Montos la asignan primero el Bloque de Diputados de la Juventud Peronista y luego al diario “Noticias” como secretaria de Miguel Bonasso, además de sus tareas clandestinas en la zona Sur del conurbano bonaerense. Su apodo, nombre de guerra en la organización, es Bachi. Solo mi Vieja y yo, podemos adivinar que (dándole apenas una vuelta de lunfardo) ha elegido el otro mote con el que la llama su padre: “Chiva, mi Chivita”. Cabe acotar que Silvia no acepta ser remunerada profesional de la Organización, por lo que llega hasta a trabajar de servicio doméstico por horas con documentos falsos. Se enamora alguna vez, claro. Su última y definitiva pareja es Gerardo Bocco, hoy residente en Méjico, de quien moriría embarazada de 7 meses y medio. (Ya sin Silvita, y antes de su propia partida al exilio, Gerardo que sabía de esa relación especial entre ellos, siguió visitando clandestinamente a mi Viejo para jugarle un ajedrez, hasta su muerte en abril del ’77. Es un tipo bárbaro que sufrió demasiadas muertes en su vida y por eso se negó a tener más hijos con su nueva pareja mejicana. De él dire, que Silvia fue ‘su’ pareja y que se amaron un montón en medio de la violencia y las derrotas). A fines del ’76, la policía y los milicos, por toda la zona Sur vienen buscando bastante a la tal Bachi, que es un cuadro importante y circula con documentos falsos. Sus responsables en la ‘orga’deciden que cambie de zona. Resta una última cita antes de pasarse a Oeste. Un miércoles combina para el siguiente lunes 6 de diciembre de 1976; en la calle, porque los bares ya son peligrosos. El hombre es un obrero aceitero y aunque habrá varios días entre uno y otro encuentro, deciden no precaverse a través de teléfonos, etc. para no abrirle información innecesaria a la propia Silvia que ya se retira del Sur. A las seis de la tarde ella asiste a Quilmes ó Bernal. Su contacto (hoy otro desaparecido) no está allí porque desde el jueves anterior lo vienen masacrando en la Brigada de Lanús, pero a ella nadie le avisó de esa caída. Silvia advierte la emboscada en 2 ó 3 tipos raros en cada esquina. Con panza y todo corre como loca mientras toma su pastilla de cianuro. Los tipos putean y la llevan a un dispensario para revivirla con el único fin de torturarla. Casualmente la enfermera de turno es una compañera que la conoce bien, que recogerá la historia, que sabe que ya ha muerto y que no habrá quien calme a los tipos que deben justificar ante sus jefes, su ineptitud para apresar a una embarazada. Mi hermana se llamaba Silvia Hynes, alias Bachi, alias La Nena (por su carita aniñada), alias Chiva, alias Piojito. Cual una mamá gorriona, siempre a los saltitos, llevaba un trocito de algo a cada nido. A su Viejo, antiperonista convicto y confeso, lo hizo encontrarse –divertido, irresponsable y feliz de obedecer a la hija- con trabajar de abogado voluntario para los más buscados Montoneros. Silvia partió el pan, compartió, comió y durmió en casi todas las villas de Buenos Aires. Creía hasta literalmente morir, en los pobres y en las esperanzas por las que peleaba. Era una persona muy hermosa y alegre, pero no era una heroína, ni su historia es excepcional, (en la Argentina hay por lo menos otras 30.000 historias parecidas). A los 26 años, antes de partir a jugarse la vida, seguía sentándose en las rodillas de su papá”. Un obituario en su memoria aparecido en “Página 12”, el 19 de febrero de 2016, recuerda que Silvia Hynes también militó en el “Centro Evita” de Villa Domínico, zona sur de la provincia de Buenos Aires.