Nació en Lincoln, provincia de Buenos Aires, el 13 de noviembre de 1901 y falleció en Buenos Aires en la madrugada del 25 de mayo de 1974 a los 72 años. Seguramente no quería vivir lo que se veía venir y eligió una fecha patria para irse de este mundo. Proveniente de un hogar de recursos limitados. Hijo de un funcionario de la comuna lincoleña y de una maestra. Don Arturo era corpulento, con alguna tendencia a la obesidad, de estatura más bien alta. Era un hombre que siempre parecía como viniendo del campo que lo vio nacer y era un orador nato, por momentos brillante y de una garra excepcional, chispeante e ingenioso. Pasó de una juventud conservadora en su pueblo natal a una posición revolucionaria antiimperialista consecuente ó como él acostumbraba a señalar con su chispeante modo criollo: “Al revés de tantos políticos yo subí al caballo por la derecha y terminé bajándolo por la izquierda”. Fue revolucionario en Paso de los Libres y político yrigoyenista con FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Se sumó al peronismo desde un principio. Producida la “Revolución Fusiladora” de 1955, el diario que Jauretche dirigía (“El 45”) salió a la calle entre noviembre y diciembre de ese mismo año, llegando a tirar 100 mil ejemplares. Fue cerrado por decreto de los “gorilas” (tan amantes ellos de la libertad de prensa…) y su director perseguido. Jauretche debió exiliarse en Montevideo. Se hizo tiempo para enfrentarse y defenderse de los bienpensantes: “Me acusan de falta de ecuanimidad, de excesivo apasionamiento… Con una sensibilidad de pétalo de rosa consideran falta de ecuanimidad la menor violencia, así sea de verdad, de los oprimidos, del país oficialmente inexistente, pero sobre el que carga el peso de todos los sacrificios y responsabilidades. (Para ellos, los bienpensantes nuevamente) el país debe ser austero, prudente, amoroso, mientras les desborda la grasa, a los que, colocados en lo ancho del embudo, gozan de todos los privilegios, ejercen el monopolio de los derechos cívicos y sociales y pueden injuriar y calificar duramente a todos, sin comprometer lo que ellos llaman ‘la conciliación de la familia argentina’. Ignoran que la multitud no odia; odian las minorías. Porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”. Sabía palabras, don Arturo…. Luego apuntó sus dardos a la entrega de la riqueza nacional: “El Plan Prebisch significará la transferencia de una parte substancial de nuestra riqueza y de nuestra renta hacia las tierras de ultramar. Los argentinos reduciremos el consumo, en virtud de la elevación del costo de vida y del auge de la desocupación (…) la mayor parte de nuestra industria, que se sustentaba en el fuerte poder de compra de las masas populares, no tardará en entrar en liquidación. Los argentinos apenas tendremos para pagarnos la comida de todos los días y cuando las industrias se liquiden y comience la desocupación, entonces habrá muchos que no tendrán ni para pagarse esa comida. Será el momento de la crisis deliberada y conscientemente provocada. Poco a poco se irá reconstruyendo el estatuto del coloniaje, reduciendo a nuestro pueblo a la miseria, frustrando los grandes ideales nacionales y humillándonos en las condiciones de país satélite (…) Y como nuestra balanza de pagos será deficitaria, en la razón de la caída de nuestros precios y de la carga de las remesas al exterior, no habrá más remedio que contraer nuevas deudas e hipotecar definitivamente nuestro porvenir. Llegará entonces el momento de afrontar las dificultades mediante la enajenación de nuestros propios bienes, como los ferrocarriles, la flota mercante o las usinas…”. Y así pasó lamentablemente. Por eso –agrego yo- la existencia, la necesidad de cambiar el “status quo”, por parte de una “juventud maravillosa” en los ’70, que encolumnada detrás de las banderas históricas del Movimiento Nacional Peronista dio hasta su propia vida por la liberación nacional y social de nuestra patria.