“Pato”. “Yoli”. “Rafael” en la organización. Nacido un 28 de junio de 1948. Estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Militante de la Juventud Peronista y Montoneros en la Columna Oeste. El 10 de diciembre de 1978 fue secuestrado por una patota armada de la dictadura militar en la vereda de la ex tradicional confitería “El Ciervo” (Hoy “Scuzzi”) situada en la intersección de las avenidas Callao y Corrientes de la ciudad de Buenos Aires, a la espera de una cita, que evidentemente estaba “cantada”. Fue visto en el CCD “El Olimpo”, donde durante una semana recibió terribles torturas con el fin de que entregara a sus compañeros de militancia. Les hizo creer a esos cretinos de que estaba “quebrado” e iba a colaborar con ellos para que cayera otro militante con el que tenía una cita en la estación “Migueletes” del ferrocarril Bartolomé Mitre (correspondiente a la localidad de Villa Lynch, provincia de Buenos Aires). Hasta ese lugar fue conducido en medio de un gran operativo encubierto y pidió quedarse sólo en el andén para no despertar sospechas del compañero que debía venir. A corta distancia, sus custodios disfrazados de ocasionales pasajeros y vendedores ambulantes esperaban a su presa. Pero “El Pato” Jolly, si se me permite la expresión, los recagó bien cagados: esperó que se acercara el tren y ante los ojos impotentes de esos esbirros y sicarios, se arrojó al paso de la formación forzando su propia muerte; no entregó a nadie, concluyó con sus sufrimientos y de paso por el alboroto causado alertó al anónimo compañero de lo que sucedía. Ganando así, el último combate, el del honor y la dignidad que siempre deben acompañar a un militante político aún en las condiciones más adversas. Sobre Guillermo Jolly pesó una vida difícil. Sus padres murieron en un accidente cuando él tenía 3 años y medio y su único hermano uno menos. Ambos quedaron a cuidado de su abuela. Por lo pulcro que eran los decían “los principitos”. Vivían en Belgrano, frente a la casa del Almirante Horacio Mayorga, quien los llevaba de vacaciones junto a sus hijos de la misma edad. Cuando creció vio otra realidad y decidió ayudar a transformarla con su esfuerzo militante a través del peronismo montonero. Más de una vez le dijeron de exiliarse en tanto estuviese a tiempo, pero se negó rotundamente y decidió seguir resistiendo a la dictadura cívico-militar entronizada en 1976. Como dice su amigo y compañero de militancia Carlos Zorzoli, fue un hombre de honor que vivió como pensó y ha logrado luego de más de 30 años, seguir siendo el referente de sus ex compañeros que se juntan para recordarlo y decirle simplemente que no morirá nunca porque no lo olvidan. Un recordatorio (en “Página 12”) firmado por ocho personas, en diciembre de 2020, en un nuevo aniversario de su muerte, concluye de este modo: “Al acercarse el tren, se arrojó a las vías. Demostró a los torturadores que no eran los dioses ni de la vida ni de la muerte. No entregó a ningún compañero”. Mueca trágica del destino al tomar tan valiente decisión, Jolly desconocía que su compañera estaba embarazada.