Roberto
Baschetti

"José Gabriel"

“José Gabriel” era el seudónimo de quien fue en vida José Gabriel López Buisán. Apeló al mismo disgustado con su padre. Nació en Madrid, España, un 18 de marzo de 1896. De niño llegó a la Argentina. Como periodista del diario “La Prensa” estuvo ligado a la actividad gremial y fue partícipe de una huelga exitosa en 1919 en el diario de los Gainza Paz. En efecto, por nueve días el diario no salió a la calle a raíz de una medida de fuerza. “El mismo día en que el personal de los talleres triunfaba con la aceptación del pliego, se despedía sin indemnización a un cronista por ser secretario general del Sindicato de Periodistas: el cronista José Gabriel” (Guillermo en Korn en “Hijos del Pueblo”). Sobre este hecho el mismo José Gabriel dirá: “Entre unos y otros traíamos al trote a la burguesía argentina. ‘Dejará de salir el sol, pero no La Prensa’ me había dicho el director del monstruo periodístico: pero yo le cerré nueve días el diario”. Con motivo de la Guerra Civil Española, regresó a España como cronista de un diario y estuvo en el frente de batalla. Todavía se recuerda cuando en el marco del Primer Congreso Americano de la Lengua que se realizó en Buenos Aires en 1939, nuestro biografiado calificó a Cervantes de “glorioso atorrante” y explicó que a veces los vericuetos de la lengua española generan equívocos divertidos: no es lo mismo en el habla cotidiana decir “agarrar” que decir “coger”, verbo multitudinariamente usado hasta el cansancio en la madre patria sin vergüenza alguna. Bien se decía por entonces que José Gabriel era capaz de polemizar con su propia sombra. Es uno de los primeros exiliados por estar en desacuerdo con la revolución militar de 1943. Un mes después de la entronización del general Ramírez marcha preso por criticar las políticas culturales en lo que respecta a la lengua/terminología en los tangos y en el habla popular. De la cárcel de Devoto se va al Uruguay. Deja atrás sus cargos docentes en el Colegio Nacional de La Plata y en el Liceo de Señoritas. Allí en Montevideo, dicta clases y colabora en diarios, tanto como periodista y como militante al acusar a los entorchados argentinos de nazis. Años después se muda a vivir a Lima, Perú. Sus amigos apristas (esencialmente el destacado intelectual Luis Alberto Sánchez) le consiguen trabajo y comida. Allá dirigirá la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos donde dará clases y editará revistas universitarias. Pero fundamentalmente, conoce gente que le hará cambiar su Norte político. Frecuenta reuniones donde son habitués el socialista Alfredo Palacios, Juan Atilio Bramuglia (ministro sindical) y John William Cooke, su ex alumno en La Plata. De regreso a la Argentina en febrero de 1949, revisa sus posiciones respecto al gobierno de Perón y colabora con los discursos del ministro peronista en salud, Ramón Carrillo y trabaja asimismo en el área de prensa de dicho ministerio. Suma su trabajo a la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación y es editorialista del diario oficial “El Laborista”. Solía siempre vérselo luego de julio de 1951 con el escudo peronista en la solapa de su saco y cruzado aquel con una bandera diagonal negra en señal de duelo por la irremplazable pérdida ocurrida al fallecer Eva Perón. Ante los bombardeos gorilas a Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 se hace presente en el lugar de los hechos para sumarse a la resistencia al golpe. Dos años después tiene un paro cardíaco en la redacción del diario y fallece en la mayor pobreza. Ocurrió el 14 de junio de 1957. En vida supo decir sobre el peronismo gobernante: “Pero la revolución socialista nacional (no nacionalsocialista, aclara) cumplida en el país, es consistente, a despecho de sus fallas, mucho más consistente de lo que suponíamos, y más adelantada que la boliviana de Estenssoro, que la guatemalteca de Arévalo, que la china de Mao-Tse-Tung”. Una nota de color como cierre: Pocos saben que en una crónica periodística deportiva suya en el diario “Crítica” en octubre de 1941, por primera vez se refirió a los jugadores de Ríver y a su desplazamiento en el campo de juego asemejándolo a que “se parecieron a una maquinita”, lo que luego se popularizó por sus hinchas orgullosos, como “La Máquina” de Ríver.