Pasó a la historia de la guerrilla argentina con el nombre de “Ramón” y también con el de Ramón al revés: “Monra”. Hijo de una familia de profesionales acomodados de San Isidro (Provincia de Buenos Aires), pasaba su tiempo entre reuniones sociales y partidos de rugby. Su ingreso a la Universidad de Buenos Aires le fue cambiando la vida. Cursó Química y obtuvo esa licenciatura en la vieja Facultad de Ciencias Exactas de Perú y Alsina. Trabajó en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Confrontó y adoptó ideas, proyectos, ideales, principios, sueños. Brillante alumno y natural líder universitario, conformó una sólida amistad con Alejo Miguel Levenson e ingresó a la Federación Juvenil Comunista (FJC). Desencantados con esa opción reformista, ambos dieron el portazo y se fueron para construir las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Marcelo Kurlat era un tipo alegre, seductor, querible. Se casó con Mercedes Inés “Lucy” Carazo y tuvieron una hija preciosa a la que le dedicó todo el tiempo libre. La unidad combativa y de proyecto de FAR y Montoneros, lo lleva a seguir la militancia revolucionaria en ésta última organización revolucionaria. Resiste con las armas a la última dictadura militar y sufre el duro revés de saber que su mujer a muerto a manos de la patota marinera. O al menos eso cree. El “Monra” con su pequeña hija Mariana de 10 años a cuestas, sigue de un lado para el otro. Organizando, peleando, resistiendo. Es así que, conviviendo con un compañero de la organización (El “Plomo” Ibañez), en la localidad de Boulogne, provincia de Buenos Aires, este lo traiciona y dice donde está alojado, donde pueden secuestrarlo, a cambio de preservar su vida y la de su mujer. El 9 de diciembre de 1976, Ejército y Marina de Guerra rodea la casa. Kurlat está sólo con su hija y organiza la resistencia: resguarda a su hija en un placard entre colchones y combate con una fiereza sin igual. En un momento se hace un silencio entre el fragor de los disparos y a través de un megáfono, el jefe operativo de los agresores (oficial de Marina, perverso torturador, medio trastornado: Antonio Pernías) lo conmociona con la oferta que le larga: “Lucy” (Carazo) está viva con nosotros y quiere volver a juntarse con su hija. Entregála. Después la seguimos…”. Como es de imaginar el “Monra” no entiende nada: no sólo su mujer está viva, sino que además colabora con los milicos. Decide salvar a su hija y que ésta se junte con su madre. Les avisa que no tiren que va a salir con la criatura. Salen y la acompaña hasta cierto lugar del predio. Luego le dice a su hija que siga sola ese camino que la van a llevar con su mamita. Pero la nena paralizada por el miedo no sigue sola, se queda allí plantificada, muda, estática. Ni para atrás ni para delante. Gritos, ordenes, nervios de los atacantes; Kurlat decide salir de su protección nuevamente para solucionar el problema, pero es entonces, que un disparo de FAL lo hiere de muerte en los riñones. El que disparó fue el Mayor del Ejército Juan Carlos “Maco” Coronel. Dicen, que Pernía reputea al tirador de su propio bando, pero ya es tarde. Lo levantan al “Monra” y se lo llevan a la Escuela de Mecánica de la Armada. Agonizante, reabre sus ojos por unos instantes para contemplar una realidad que lo supera. La imagen congelada merecería ser un cuadro pintado por El Greco. Kurlat estirado boca arriba sobre una mesa en penumbras, alcanza a ver en semicírculo, a una serie de personas que lo contemplan. Ve a la “Lucy” Carazo que por un momento lo abraza y luego sollozante se refugia en los brazos del torturador Pernías que es su nueva pareja y este, trata de consolarla como puede: “Bueno, Lucita…”. El guerrillero sabe que se muere, que se está yendo, pero antes junta fuerzas para hablar y con su ultimo aliento, le dice a su ex compañera: “¿Desde cuando este hijo de puta te dice Lucita?”.