Militante de Juventud Peronista, compañera de Carlos Alberto Galeazzi, tenía 21 años al momento de su detención, el 16 de diciembre de 1976 en Córdoba. Si bien estaba encarcelada en una Unidad Penitenciaria y por Decreto 351, del 10 de febrero de 1977, constaba que estaba a disposición del PEN, (información ratificada por un habeas corpus de fecha 22 de noviembre de 1978) seguramente luego fue sacada de ahí y asesinada ya que nunca más se supo de ella ni aparecieron sus restos. Esta información es ratificada por su ex compañera de prisión, la militante de Juventud Universitaria Peronista (JUP), Letizia Raggiotti –natural de Jesús María, Córdoba- quien en su libro inédito que me invitó a prologar, titulado “Pedacitos de memorias, recuperación de vida” rememora así: “Me voy nos dijo, y estaba contenta María Luisa. Llegó a la Unidad Penitenciaria Nº 1 de San Martín, una cárcel donde estábamos en el pabellón 14 incomunicadas, en celdas de un metro por medio metro y dormíamos en el nicho que teníamos embutido en la pared, no teníamos baño, por lo que nos sacaban una vez al día para limpiarla, para higienizarnos y para comer y luego siempre adentro… al sol no lo veíamos, mientras estuvimos allí. Ella venía de La Perla, era de Mar del Plata, sencilla, de origen humilde, muy digna, creo, trabajaba en una fábrica de fideos (…) Un día la vinieron a buscar de adelante, lo que a mí por experiencia similar no me gustaba, es más, todas las tardes mientras comíamos la sopa sólo poblada de huesos, esperábamos algún ‘traslado’, todos los día comiendo acompañadas por nuestro miedo enmudecido, disimulado. Lo que siempre pasaba cuando después de esa hora nos llamaban, con una palabra ‘traslado sin efecto’, significaba campo de concentración, interrogatorio de vuelta. Ese día le dijeron ‘Vamos adelante’, que la llevarían a Mar del Plata, que allí estaría con su compañero y cerca de sus familiares. A mí se me arrugó el corazón… era horario de campo. Tuve mala espina. Le dí un abrazo y me alegré o me quise alegrar montándome en su ilusión. Así que cuando se fue por la mirilla le dí la mano dándole fuerza. Ella era de J.P. al igual que su compañero. María Luisa se fue contenta y me dio su mano con pena; dándome ella fuerza a mí porque nos dejaba aquí. Me dejó tras la puerta con un nudo en la garganta, pero se despidió con fuerza y solidaria. Se fue con las ilusiones, revoloteándole como pájaros (…) A su ciudad nunca llegó, su mar no la volvió a ver”.