“El Gordo”. La primaria la hizo en la Escuela Superior Nº 1de Misiones y luego fue al Colegio Nacional “Martín de Moussy”. Su madre, Doña Leopoldina era una rica estanciera correntina de quien heredó un campo y un mandato social que lo acompañaría toda su vida. Se recibió a los 21 años de abogado con medalla de oro y rápidamente abrazó las banderas de la justicia social y del incipiente peronismo. Se reunía con Scalabrini Ortiz, José María Rosa, John W. Cooke y su esposa Alicia Eguren, Vicente Trípoli, entre otros. Ni bien se recibió, el General Perón lo convocó junto a otros jóvenes, para que trabajara en el Congreso de la Nación como asesor en los proyectos de provincialización de algunos territorios nacionales que estaban pendientes. La provincia de Misiones era uno de ellos. Se especializó en el estudio del derecho público y constitucional, Bregó por los derechos territoriales, viendo colmadas sus aspiraciones con la provincialización de Misiones. López Forastier durante su vida, fue diputado provincial, Fiscal de Estado, Miembro del Superior Tribunal de Justicia misionero. Leopoldo estuvo detenido en todos los golpes militares. Luego de la caída de Perón en 1955 se vio obligado a refugiarse en Buenos Aires, en donde participó de reuniones clandestinas en la Fundación Scalabrini Ortiz junto a otros intelectuales que pugnaban por una Argentina con estado de derecho; justa, libre y soberana. Con la implementación del Plan Conintes por parte del gobierno de Frondizi, en los ’60, tuvo que mudarse al Uruguay, donde estuvo exiliado y se casó con Lilia López Pereyra. Pasó su exilio entre Montevideo y Punta del Este en la casa que le había prestado el historiador y militante peronista José María Rosa en la barra de Maldonado. Otro misionero, Ramón “Peinado” Acuña, militante de la gloriosa Juventud Peronista de los ´70, rememora: “Lo conocí a Don Leopoldo en Villa Blosset. Eran los últimos años de la Resistencia Peronista. Nos llevaba las cintas de Perón; escuchábamos y nos actualizábamos. Era la época del ‘Luche y Vuelve’. Para ese entonces, él ya había hecho mucho por el Peronismo y lo seguía haciendo. Recuerdo que armó los equipos técnicos, con más de 50 profesionales que redactaron el programa del futuro gobierno y que una vez impreso tenía varios tomos. Organizó el Frente de Unidad Peronista (FUP) que nos ayudó permanentemente a formarnos y organizarnos. Nos marcó a fuego con su visión de un Peronismo popular, ligado permanentemente a los trabajadores, a quienes también asesoraba y capacitaba. Participó activamente en todo el proceso de la estructuración del Partido Justicialista local y luego del FREJULI (Frente Justicialista de Liberación)”. La dictadura cívico-militar de 1976 lo llevó a la cárcel y nuevamente allí estuvo a la altura de los acontecimientos. “Él nos seguía formando y conteniendo en los días duros en que compartimos la detención. La fuerza que nos daba a todos los compañeros, fue determinante para que no nos quebraramos. Fue además admirable la entereza con que soportaba la cárcel, en una población carcelaria en general compuesta por jóvenes y él ya contaba con 60 años”, asevera Dante Saraceni. Al salir en libertad de la Unidad Penitenciaria de La Plata (en 1979) lo hizo con 20 kilos menos y aspecto demacrado. Lejos de amilanarse o deprimirse, participó de la fundación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Misiones. Escribió libros y siguió con su militancia peronista. Cuando comienza a revivir la democracia, hace acto de presencia en el Club Tokio, con Saadi y Nilda Garré en apoyo de Intransigencia y Movilización Peronista. Restablecido el orden constitucional, fue profesor emérito de la Universidad Nacional de Misiones (UNAM) y conspicuo alumno de la carrera de Antropología que no pudo concluir. La muerte lo sorprendió repentinamente, un 12 de abril de 1989. Actualmente hay una cátedra libre de Derechos Humanos y Formación Política que lleva su nombre en la UNAM. A su muerte, el Partido Justicialista local –conservador y de tinte derechista, que siempre lo mantuvo a distancia- estuvo totalmente ausente, a pesar de tratarse de un compañero precursor del justicialismo en la zona. No hubo aviso ni coronas, pero si un cementerio lleno de militantes peronistas que lo lloraron y lo despidieron de este mundo con un “¡Hasta la victoria siempre, compañero Leopoldo!”.