“Pepo” Ludueña era natural de Reconquista, ciudad del Norte de Santa Fe. Para 1976 militaba en la Juventud Peronista de las Regionales. En la madrugada del 24 de marzo vio pasar varios coches con civiles y militares armados por la puerta de su casa, en la calle Moreno al 600, y con buen criterio pensó que alguno de esos indeseables podía pasar a buscarlo. Por lo que, ni lerdo ni perezoso, antes de que amaneciera, a las 5 de la matina, ganó los fondos del terreno de su casa, sorteó un alambre tejido y atravesó un terreno baldío, hasta dar con el domicilio de otro compañero peronista que vivía sobre la calle Obligado, quien lo escondió debajo de una cama. Se enteró luego, que fueron a su casa y como no estaba se llevaron a su padre de rehén. Cuando pasó el chubasco, agarró una bicicleta prestada y se esfumó. Siguió escondido de sitio en sitio y militando como podía. Consiguió documentos truchos y se fue hacia el Chaco. Meses después fue apresado, sufriendo infinitas y atroces torturas, lo que motivó el apodo gratuito de “La Momia”, por la cantidad de vendas que llevaba encima para sanar sus heridas. Uno de los presentes a la hora de los “apremios ilegales” fue el comisario santafesino Octavio Benítez, invitado por sus pares chaqueños para cotejar las informaciones que le arrancaban bajo tortura. Un Consejo de Guerra lo encontró culpable vaya uno a saber de que y pasó varios años en prisión. Pepo, una vez en libertad y democracia volvió a su Reconquista natal para trabajar de lo que siempre lo había hecho en toda su vida; como mecánico: el noble oficio que le había enseñado su padre. Por la crisis económica casi terminal a que nos llevó la dictadura militar primero y el menemismo después, debió cerrar su taller definitivamente y ganarse la vida como camionero. Una enfermedad terminal puso fin a sus días en julio de 2004.