Tenía un rostro armonioso, de líneas marcadas y suaves, cabello castaño ondulado y figura delgada y proporcionada. Siempre la vieron como una persona inteligente, sociable, amable y seductora. Le habían puesto de segundo nombre Amarú como homenaje a Tupac Amarú, aquel combatiente inca que presentó batalla contra los colonialistas españoles en la época colonial. Su hermana Berenice y su madre Ana María certifican que “para nosotras, ella fue una luchadora siempre, porque creemos que nada de lo que hizo, en ningún momento de su vida, dejó de llenar sentido ese nombre. De rendirle tributo a una manera de ser valiente y decidida o de perpetuar aquella figura”. Ya de niña era curiosa y valiente si se tiene en cuenta que gustaba de coleccionar bichos, murciélagos, arañas y tenía de mascota una víbora. En tanto cursaba el primer año del secundario en el Normal Nº 2 rosarino, fue expulsada por defender airadamente a una compañera que era objeto de burlas y discriminaciones. Así era ella puro coraje e impulso. Pero hay más definiciones: “Una rosarina hermosa llena de vitalidad y puro impulso”; característica que como vemos se vuelve a mencionar ligada a su persona. Así la define su compañera de cárcel Graciela López, actualmente residente en México. María Amarú, nacida el 6 de abril de 1950 en Rosario, había estudiado Psicología en la Universidad Nacional de esa ciudad, obteniendo su título universitario en 1973. (Nº de diploma 306). En Villa Manuelita, mítica barriada rosarina de la resistencia peronista, sostuvo una campaña de alfabetización para darles más concimientos a sus pobladores porque estaba convencida que el cambio social se generaba desde las bases hacia arriba. También les llevaba ropa y siempre a modo de muletilla le decía a su madre: “Si tenés dos abrigos, uno es para vos y el otro para el que tiene frio”. Militaba en el peronismo montonero. Detenida y alojada en el Penal de Salta, fue sacada de allí por la dictadura militar y asesinada en la “Masacre de Palomitas” el 6 de junio de 1976. En la misma acción le quitaron la vida a su esposo Rodolfo Pedro Usinger con quien se habia casado en octubre de 1974. Desde la cárcel envió a su familia estos versos: “Los días aquí adentro son juventudes perdidas, son corazones ardientes, llorando melancolía. Qué padecer sin razón por defender la verdad, el amor, la justicia y el valor”. Cabe acotar que, en su corta vida, en lo referente al ámbito universitario, obtuvo variados logros: desde el 2 de mayo de 1970 y hasta el 31 de diciembre del mismo año fue designada como Auxiliar de Docencia Ad Honorem en Psicometría, en el Departamento de Psicología General. Desde el 15 de marzo de 1972 y hasta el 31 de diciembre de ese mismo año, fue designada como Ayudante Ad Honorem en Técnica de la Exploración de la Personalidad. Entre el 1º de junio de 1972 y hasta el 31 de diciembre del mismo año, fue designada como Ayudante Ad Honorem en Psicología Profunda I. Y desde el 23 de marzo de 1973 y hasta el 31 de diciembre de 1974, fue designada como Auxiliar en Técnica de la Exploración de la Personalidad. En actividades de gestión se desempeñó como Ayudante de la Secretaría de Trabajo Social desde el 16 de junio de 1973 hasta el 31 de diciembre del mismo año.