Nacido en provincia de Buenos Aires un 1º de enero de 1945. Casado. Agente penitenciario de 32 años, trabajaba en la Sección Tratamiento del Penal de Sierra Chica, cuando comenzaron a llegar allí los primeros presos políticos, como producto de la decisión de concentrar los miles de prisioneros desparramados por casi todo el país. Esta nueva realidad significó un importante choque emocional para Alfredo y a partir de ahí su trato cotidiano con importantes dirigentes peronistas y montoneros como Juan Carlos Dante Gullo y Dardo Manuel Cabo (ver su registro) lo indujeron a hacer de correo con el exterior. Sus superiores lo vieron como una “grave traición” y sin más lo hicieron “desaparecer” en el propio Penal, el 29 de septiembre de 1977. Osvaldo uno de sus amigos, recuerda: “Conocí a Alfredo –El Oveja, así le decíamos por su pelo enrulado- cuando comenzó a formar parte de la mesa de café que se juntaba casi todas las noches en la confitería ‘Blanca’ de la calle Vicente López de Olavarría. Espontáneamente, ya que era una época de mucha vida pública, se fue armando un grupo de gente de más o menos la misma edad, de la que formábamos parte él, Carlitos Butera, yo –sigue diciendo Osvaldo-, un viejo muy elegante y muy vago, con mucha calle que había sido militante del P.C. y varios otros amigos de entonces. Creo que fue este hombre mayor, cuyo nombre ni recuerdo, quien comenzó a despertar en nosotros la idea de un compromiso con lo que estaba sucediendo en la sociedad argentina de aquellos años. Alfredo era por entonces lo que podriamos llamar muy genéricamente una persona de izquierdas, que no tenía militancia en ningún partido político (…) Era una excelente persona, con un inmenso sentido del humor, recuerdo que juntos nos reíamos hasta las lágrimas con las salidas del ‘Inodoro Pereyra’, la historieta del ‘Negro’ Fontanarrosa. Alfredo era además, un gran amigo, con una sensibilidad especial por el sufrimiento de los demás. En esa época, años 72-73, todos fuimos atraídos por el Peronismo (…) Alfredo se enamoró, se casó y fue padre de una hija por la que estaba enloquecido, la adoraba y yo con él fui armando una amistad profunda. Por entonces. O quizás antes, no recuerdo con precisión, Alfredo empezó a trabajar en el Penal de Sierra Chica en la sección de tratamiento de los detenidos. Por su forma de ser y de pensar esto lo afectó profundamente. No podía soportar el maltrato a que eran sometidos los presos, cosa que se agravó cuando llegaron al Penal los primeros presos políticos. En ese momento tomó contacto con gente por la que tenía una sincera admiración como el ‘Canca’ Gullo o Dardo Cabo. Desde entonces sólo pensaba en buscarse otro trabajo y renunciar. Tampoco podía soportar la transformación que habían sufrido otros conocidos que trabajaban en el Penal. Personas normales, que en su vida civil parecían afectuosos y cariñosos, pero como guadiacárceles se transformaban en seres monstruosos que denigraban la condición humana. Siempre mencionaba como ejemplo el cambio de Carlos De Trocchi, el popular baterista de los ‘Jets 67’ que adentro era un personaje temible”.