Roberto
Baschetti

Martínez, Hilario Marcial

Todos lo llamaban y conocían por su segundo nombre. Era un pendejo. Con 16 años, en 1956, fue uno de los encarcelados y condenados por la Ley Marcial vigente al resistirse a la “Revolución Fusiladora” de Aramburu y Rojas. Enrejado y entre cuatro paredes le levanta el ánimo al resto de los condenados: “¡Si nos van a matar carajo, primero dennos de comer, que quiero morir con la panza llena…y es más, lo único que lamento es que no voy a poder ver el partido de Boca con Central el próximo domingo, la reput…..!” Zafa de la muerte, continúa detenido, luego lo liberan en 1958 y sigue al poco tiempo la lucha por el regreso de Perón. Después, lo buscarán por combatir al gobierno entreguista de Frondizi, desde las filas metalúrgicas. Para entonces tenía 20 años. Los atentados se sumaban en cadena y las policías federal y provincial se mostraban impotentes para detenerlos. Pero tenían claro a quien debían agarrar. Marcial, cercado, le dijo a un compañero: “Negro, yo la próxima vez no caigo vivo, porque no se si voy a aguantar la tortura y antes de entregar a un compañero me suicido”. Y así fue nomás. Cercado toma esa trágica decisión, pero antes escribe en una carta, las acciones revolucionarias que lo tuvieron como protagonista y en las cuales toma para sí toda la responsabilidad emergente y libera a sus compañeros de cualquier otra. El 7 de enero de 1960 se pega un tiro de 45 con total tranquilidad; es más, el primer disparo se atascó o no salió y entonces pone una nueva bala en la recamara de su pistola para poner fin a su vida. El juez se da por satisfecho con la declaración póstuma de Marcial y suelta a todos los demás peronistas encarcelados. Hasta el día de hoy sus amigos y compañeros de aquellos heroicos días de la Resistencia se reúnen ante su tumba en el cementerio de Granadero Baigorria, para recordarlo cada 7 de enero. Uno de ellos, Juan “Chancho” Lucero se acuerda cuando trabajaban juntos en la fábrica Rilli de esencias de vainilla y “un capataz ultra botón nos trató mal y quizo explotarnos más de lo que ya nos explotaban, a los chicos y chicas que trabajábamos ahí. Inclusive a una de las chicas intentó levantarle la mano, entonces en forma automática con tus 12 años le tiraste una botella con bastante puntería ya que le diste en el tórax. Él, furioso, respondió el ataque y comenzó a tirarnos con botellitas, entonces los dos nos pusimos detrás de las máquinas embotelladoras –también él se parapetó- pero de nada le sirvió porque la lluvia de botellas fue tal que tuvo que pedir por favor que paráramos y después, delante de nuestros compañeros, quedamos como héroes. Si el capataz ese volvía a joder; los chicos enseguida le respondían: ‘Mire señor que le decimos a Marcial’ y eso era como un santo remedio, porque entonces la cortaba. Se notaba que el julepe que tenía era muy grande”.