“Trici”. “Coca”. Transcribo emocionado aún, este sentido recordatorio-homenaje que me hizo llegar “El Negro” Eduardo Soares en enero de 2013. “Casi nadie sabe quien fue Trici y ya casi nadie lo sabrá. La Historia es así, no es para quejarse ni putear, sólo hay que asumirla como es. Hay que reconocer que Trici tampoco contribuía mucho a que la conocieran. Era una tapada, una compañera bien de base, pero no por ello dejó de ser una aguerrida combatiente montonera. Fue legalmente Beatriz Meana y clandestinamente la “Coca”, sabe Dios porqué se hizo llamar así. Era una tabla. Ella se burlaba y se reía de sí mismo por eso, pero lo cierto es que de la otra Coca (La Sarli) no tenía nada. Lo que vale es, que para toda la Mar del Plata insurgente de los setenta era Trici la enfermera, la del Barrio Juramento. Era una petisa flaquísima, huesuda, alimentada a mate y cigarrillos, no la recuerdo ni comiendo ni durmiendo; jamás dormía. Y jamás paraba. Era imposible verla quieta. Fue fundadora de Montoneros en Mar del Plata. Pero eso es poco decir, es casi no decir nada comparado con todo lo que fue e hizo en su vida de militante revolucionaria. Podría decir –sin equivocarme- que Montoneros nace en Mar del Plata con Trici. No por su importancia en estructuras organizativas, sino por su colaboración para que las cosas ocurrieran. Los cuadros importantes tuvieron que recurrir a ella para el armado de la Organización. En las clínicas donde trabajó se armaron las primeras reuniones y en la gran infraestructura propia que siempre conseguía, que sacaba inexplicablemente de la manga, se fue cocinando la estructura montonera que luego se extendió por toda la ciudad. Las primeras reuniones motorizadas por ‘Quique’ Pecoraro y otros enormes cuadros como Oscar De Gregorio –el Sordo Sergio- , o Chioccarello –el Gordo Oscar- (ver los respectivos registros de los tres), las armaron con Trici, para intentar encuadrarnos en Montoneros y en la difícil tarea de canalizar y disciplinar nuestra impaciencia adolescente. Muchos de los más duros combatientes que Mar del Plata ofrendó a la revolución socialista y que cayeron heroicamente en toda la Argentina eran un poco más que niños cuando Trici trajinaba para conseguir la infraestructura que se le requería. Muchos dudamos y nos quedamos boquiabiertos cuando quien fuera después un gran comandante –el antes mencionado Sordo Sergio- nos planteó que al proyecto revolucionario de Montoneros ‘se entra de por vida’. Era más que claro el Sordo Sergio, porque no se refería sólo o exclusivamente a la Organización sino al ‘proyecto revolucionario’, a la coherencia que debíamos tener en el resto de nuestras vidas para luchar por la Liberación Nacional y el Socialismo. Ella no dudó, no se extrañó, no se sorprendió, ni se amilanó, como hicimos algunos de nosotros, o al menos yo. Era una obrera, una trabajadora, alguien que sentía el calor de la clase social a la que pertenecía, por lo que era impensable que dudara o se atemorizara. Trici amaba, quería de verdad a la gente, eso la movilizaba. Y se cargó al hombro las peores tareas. Abrió barrios y locales en las zonas más marginadas y castigadas por la pobreza como eran Juramento o Termas Huinco en la zona del Martillo, en el sur marplatense. Construyó los locales de la organización con chapas, cartones, maderas y pisos de tierra. Fundó salitas de primeros auxilios. Organizó a los sectores más rústicos de la ciudad. Y paralelamente fue una militante montonera con puntualidad suiza a las reuniones clandestinas, con entrega absoluta cuando se la requería. Luego vino la unidad con las FAR que también hacían su proceso para la misma época en Mar del Plata. Trici pinchó montones de culos tanto dando antitetánicas –obligatorias ante la posibilidad real de heridas de bala- como administrando todo tipo de medicamentos. Ahí anda todavía Trici con su botiquín corriendo en Ezeiza entre las balas de los sectores pro oligárquicos y pro imperialistas del peronismo; aquella vez no durmió atendiendo compañeros durante el viaje de regreso. Además, jamás quiso que se supiera, ni dijo en cuantas operaciones militares participó como apoyo con toda su carga médica. El enemigo lo supo o lo dedujo, y apenas el golpe del ’76, fue secuestrada por el Ejército y sometida a las peores torturas imaginables. Cabe acotar que unos días antes de su secuestro una patota del Ejército apareció en un bar donde varios compañeros estaban reunidos, hubo un intenso tiroteo y resultó muerto el Jefe del grupo atacante, un oficial que además era ‘interrogador’ en el GADA 601, llamado Cativa Tolosa. Todos los compañeros lograron salir de la emboscada, incluyendo a Raúl Del Monte, el querido ‘Pájaro’ –caido posteriormente vivo y trasladado a Mar del Plata, para ser ‘interrogado’; hoy desaparecido-. Trici fue acusada en la tortura de haber curado las heridas del ‘Pájaro’ en ese enfrentamiento. También la acusaban de haber curado a ‘Candela’, una de las compañeras que ingresó con ‘Felipe’ –el comandante Arturo Lewinger- a la Comisaría 2ª para rescatarme cuando fui detenido. Ella negaba todo, no les dio ni un solo dato durante los meses que estuvo detenida/desaparecida. La pasó muy mal y se salvó de una muerte segura por una simple casualidad: años antes le salvó la vida a un niño que internaron desfalleciente en la clínica donde trabajaba. El padre de ese niño resultó ser mucho después un importante General del ‘Proceso’, de modo que los médicos y dueños de la Clínica lo llamaron y le recordaron la deuda que el tipo tenía con Trici. Y así zafó y la liberaron, destruida y arrasada por las secuelas de la tortura que nunca se le fueron, pero zafó. Nunca jamás se asumió como una ex prisionera. Habló poco de su detención, odiaba que le tengan lástima, ni siquiera reclamó indemnización. Antes de poder despedirme y poder hablar bien con ella de la inminencia de su muerte, la vi en el acto de homenaje a los compañeros marplatenses asesinados por la CNU-Tres A y la Policía, organizado por el querido Jorge Casale, hoy puntal en los juicios contra la CNU: eso fue en marzo del 2010. Era la misma Trici de siempre, altiva, inclaudicable, dura en sus apreciaciones, algo apenada y resentida porque no comulgaba con el Gobierno. Ella y Eduardo González me dieron una de las mayores alegrías de mi vida: trajeron a los viejos compañeros y vecinos de los barrios que abrimos por 1972, 1973, que aparecieron portando una bandera hecha en una sábana vieja, como se hacía antes. Trici y Eduardo jamás dejaron de volver una y otra vez a esos barrios y mantuvieron una estrecha relación personal con todos los compañeros. Ella también era un ‘piñon fijo’, como lo seguimos siendo algunos, otra que no giraba, otra que se quedaba en el tiempo, otra que no ‘evolucionaba’; se enorgullecía de ‘seguir siendo montonera’ y se emocionó hasta las lágrimas cuando le presenté al viejo jefe montonero que nos acompañó. Pude despedirme de ella, por suerte. Estaba tranquila, orgullosa de sus sobrinos que eran –con su hermana- la única familia (…). Murió el 22 de enero de 2013. Antes, cargada de morfina, adormecida, volvía a esos terribles días de tortura. Cuando nos saludamos y me levanté para irme, me dijo con un esfuerzo por intentar sonreir: ‘Querían saber si yo lo curé al Pájaro. Les dije una y otra vez que yo no lo curé… no se porque no me creían’. Tranquila Trici querida… todos sabemos que no curaste al ‘Pájaro’ Del Monte, tampoco curaste la mano de ‘Candela’… Se habrán curado solos, después de todo eran Montoneros, igual que vos, esos milagros ocurrían en la guerra revolucionaria. Probablemente no haya homenajes altisonantes para vos compañera, quizás en otra Historia, con otro relato, no con el actual. Tu historia de vida no vende, tampoco tus sacrificios, pero no dudes que estás en el corazón y en la vida de muchos montoneros marplatenses y de todos aquellos que curaste y salvaste”.