Roberto
Baschetti

Meisegeier, José María

Sus abuelos dejaron Skasberga, un pueblo alemán a cien kilómetros de la frontera con Polonia. Cuando nació, sus padres que eran muy creyentes, lo bautizaron con los dos nombres más populares del cristianismo. Se ordenó sacerdote en la Compañía de Jesús en 1965, es decir, en la congregación de los Jesuitas. Tres años más tarde, en 1968, ingresó con el Padre Carlos Mugica (ver su registro) en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) y ambos se fueron a vivir a la Villa 31 de Retiro, con los más humildes y explotados de nuestra sociedad (Concretamente él, en Barrio Saldías, que hoy ya no existe y en su lugar, hoy en día, hay pilas y pilas de containers). Abogaban por despertar una conciencia social que ayudara a salir de la marginación y vivir dignamente a tantos desamparados. Y del mismo modo enfrentar a los poderosos. En dicho contexto, en diciembre de 1968, una veintena de curas entre los que estaba José María, se pararon frente a la Casa de Gobierno a las 9 de la mañana para dejarle un mensaje al dictador Onganía. El mensaje era una advertencia sobre la situación de las villas frente a la Ley de Erradicación de las mismas (ley 17.605). Un año después, en el ’69, es uno de los que arma la peregrinación de las villas a Luján pidiendo por el pan diario para cada familia villera. Meisegeier –debido a la difícil del pronunciamiento de su apellido alemán- siempre fue para todos “El Padre Pichi”. Firme junto a su pueblo y peronista de nacimiento, él militó en el Movimiento Villero Peronista (MVP). Dijo: “Nos dábamos cuenta de que la fuerza popular pasaba por el peronismo. Sobre todo, el peronismo que se vivía a partir del año ’68, del ’70, que iba tomando una conformación muy fuerte respecto al rescate y el resurgimiento de grupos y fuerzas populares”. Cuando los de la Triple A asesinaron a Mugica lo reemplazo al frente de la capilla Cristo Obrero en el Barrio Comunicaciones de Retiro. Ya con la última dictadura militar a pleno, el desalojo de las villas en la Capital Federal llevaba como cometido una política de miedo e intimidación. El traslado de los habitantes de sus habitantes en camiones de basura se hizo clandestinamente, por la noche, brutalmente, como si se tratara de animales. Meisegeier no se amilanó: formó cooperativas de trabajo con mujeres (bolivianas, jujeñas y salteñas que venden ajos y limones, pero son también excelentes hiladoras de lana manual artesanal) y comenzó a coordinar en la zona oeste del conurbano bonaerense, talleres para la construcción de viviendas populares en terrenos propios, respetando los modos de habitar de los villeros, que participaron en su construcción usando materiales no convencionales pero convalidados por el uso e incorporados a la cultura de las zonas de donde provenían. Con el nuevo siglo y siempre dentro de la problemática de la vivienda popular, a través de una ONG (Secretariado de Enlace de Comunidades Autogestionadas– SeDeCa-), ayuda a financiar 1.800 microcréditos para que grupos de entre 2 a 5 mujeres levanten su casa. “Pichi” Meisegeier supo privilegiarme con su amistad, desde que me conoció, cuando yo tenía 12 ó 13 años y era su alumno en el Colegio del Salvador. Guardo aún una carta suya con motivo de las fiestas cristianas de Navidad en 2003, que escribió en conjunto con otros 150 curas y monjas. En uno de sus párrafos dice: “Hoy, muchas cosas han cambiado y yo no se escucha hablar de la prioridad del trabajo sobre el capital, del hombre sobre el dinero, de una mirada social sobre una mirada empresaria. Ahora se habla de burguesía nacional, o de capitalismo nacional. Parece que la derrota ha llevado, en el lenguaje, a presentar como bueno lo que ayer era insoportable. La lógica del mercado se ha impuesto en la mal llamada globalización y en esta lógica no interesa cuántos quedan afuera ni cuántos son expulsados de sus propias mesas. Y esta lógica mercantil ha impuesto su fiesta, vaciándola de sentido religioso, cambiando un niño envuelto en pañales por un anciano con ropa de nieve color Coca&Cola y trineo; cambiando una fiesta donde los pobres son invitados por un coro de Dios, por una fiesta de la compra-venta con luces de neón, donde sólo unos pocos pueden ‘pertenecer’; cambiando un pesebre sencillo y austero por un árbol lleno de colores y sin vida (…) Nosotros, cristianas y cristianos de este tiempo no renunciamos a la esperanza de un mañana fraterno, no renunciamos a celebrar la Navidad como lo que en verdad es: el nacimiento de la vida, y vida de Dios. Quienes se sientan en la mesa del dios dinero, podrán comulgar con él, comer el pan robado al Tercer Mundo, beber la sangre derramada en Afganistán e Irak, podrán darse el saludo inmune de la paz de los misiles y llamar ‘padre nuestro’ al Emperador de la tierra que sirve pavos de plástico. Otros preferimos sentarnos en la mesa vacía de los pobres, mesa de llanto de niños y esperanzas invencibles. Porque allí nace Jesús”. El Padre Pichi además, fue un incansable recopilador de papeles y documentos. Actualmente y desde septiembre de 2008, el sistema de bibliotecas de la Universidad Católica de Córdoba cuenta con la “Colección Meisegeier – Archivo Carlos Mugica”, organizado y donado por aquel, contando con volantes, afiches, carteles, panfletos, fotografías, libros, revistas, folletos, recortes de diarios, diapositivas y videos. José María Meisegeier, afectado seriamente en su visión desde mucho tiempo atrás, falleció el martes 27 de diciembre de 2011 y sus restos fueron inhumados en el Colegio Máximo de San Miguel. El 20 de octubre de 2020 en forma virtual por la pandemia, se estrenó el documental “Pichi. El jesuita del Pueblo” sobre su vida y su obra; una realización del cineasta Facundo Di Filippo.