“Tato”. Cuando tenía 11 años se fue a vivir a Patagones, en una chacra ubicada sobre la costa, abajo del Cerro de la Caballada, al lado del chañar histórico. Ya para la secundaria desde el primer año, fue al Normal de Viedma. Como dice en sus memorias “El ’55 me hizo avivar que había algo que se llamaba política y me empiezo a interesar cuando mi Viejo comienza a participar en la Democracia Cristiana (…) Primero fui parte de la misma, pero me fui después de un debate con un genio, con un hombre brillante como fue Manuel Salgado. En una reunión acá en Viedma yo pedí la palabra –tenía 15 años- y al viejo no le gustó lo que yo dije –ni me acuerdo que habré dicho- y me contestó: acá los pibes se callan la boca; a lo que yo le contesté: y los viejos me chupan las bolas, me levanté y me fui. Y se acabó la Democracia Cristiana en mi vida”. Por quilombos con una profesora terminó su secundario en Cipolletti, también provincia de Río Negro. En el año 1963 se fue a Córdoba a estudiar Derecho, pero luego de dar 6 materias se volvió de vacaciones a su pago y no volvió a la universidad de la Docta. En Viedma se abrió el Instituto Superior del Profesorado, eligió la carrera de Pedagogía y comenzó a cursar. Allí participó de la fundación del Centro de Estudiantes y se casó con Marta Villa descubriendo un grupo de teatro del cual se sentía muy a gusto participando. Por 1970 empezó a tener vínculo con gente que militaba en La Plata en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), con jóvenes de Bariloche como Juan Jacinto Burgos (ver su registro) y otros de Cipolletti. Dice Tato: “Después de la fuga de Trelew me relaciono con Rudy Miele, que había sido apoderado de los presos de Rawson. Llegó la convocatoria de Juan Carlos Dante Gullo, Jorge Obeid y otros que ya tenían sus aparatos organizados de J.P., para una asamblea en Santa Fe con el objeto de armar regionales en todo el país. Los compañeros de distintos puntos de la provincia me empujaron para que fuera yo y allá se constituyó el Primer Consejo Nacional de la Juventud Peronista y como era el único patagónico presente, fui elegido delegado de la regional”. Considera que fue una época de lucha por la utopía. “Yo escribí unos versos que recuerdan a los compañeros de ese tiempo y que terminan diciendo: todos peleábamos la misma Patria, franeleábamos con las mismas teorías, jugábamos la misma apuesta dolorosa. Hoy algunos estamos, pero no somos; hoy ellos son, nosotros aún estamos siendo”. Tato Osorio asume la conducción regional de la Juventud Peronista, la que se denominaba como “La Tendencia”, brazo político de Montoneros, estructura armada para llegar a buen término, a un proceso de Liberación Nacional y Social. Luego del triunfo de Cámpora, el 11 de marzo de 1973 y a partir del 25 de mayo del mismo año, es nombrado Secretario de Extensión en la sede central de Neuquén, en la Universidad Nacional del Comahue. Ir a recibir a Perón a Ezeiza el 20 de junio de 1973 fue una verdadera odisea que dejó un gusto semi-amargo en todos. Recuerda Osorio responsable de un tren repleto de compañeros que partió del lejano sur patrio: “Avanzamos con normalidad hasta Cañuelas, pero allí no le daban paso a nuestros trenes, porque estaban los grupos de derecha impidiendo la llegada numerosa de la JP para demostrarle capacidad de organización y presencia al General. Estuvimos un par de horas esperando que nos dieran vía libre y bueno, después de mostrar algunos ‘fierros’, nos bajaron las señales. La organización en Buenos Aires, donde nos dieron de comer y beber en la Facultad de Derecho fue impresionante y desde allí arrancamos caminando para Ezeiza en la madrugada del 20; y llegamos bien hasta unos 400 metros del palco, pero un poco después los compañeros que estaban más adelante traían la noticia de que había tiros contra la gente y se armó el despelote. Yo tenía dos preocupaciones: que ningún ‘cumpa’ resultara herido y que nadie se perdiera en el amontonamiento. Fue muy bravo, pero salimos bien del lío, nadie se lastimó y a la tardecita estábamos todos de nuevo en el tren, éramos más de 2.000 y logramos mantenernos unidos”. Las cosas se fueron complicando con el Gobierno y las presiones de la derecha. Para agosto de 1973, Osorio estaba en Trelew, en un acto recordando el fusilamiento de los compañeros un año antes, cuando lo detuvieron por portación de armas. Estuvo un mes detenido y una pintada en la pared del Obispado de Viedma se mantuvo mucho tiempo inalterable, decía: “¡Libertad a Tato Osorio!”. Corrido de la Facultad pudo conseguir un cargo de investigación en General Roca y allí se fue con su familia. Para mitad de 1975 sufrió un allanamiento donde lo buscaban para encarcelarlo. Escapó con otros compañeros montoneros, pero en su casa cayó presa su mujer que sufrió 6 meses de cárcel. Clandestino en Bahía Blanca, hizo conocer su desacuerdo con la medida dispuesta por la Conducción Nacional montonera de que la totalidad de sus cuadros pasaran a la clandestinidad; él pensaba que era solo una medida aplicable a los más “junados” o buscados, el resto debía tomar medidas precautorias, pero seguir con la actividad pública. Fue degrado en la “orga” por esta íntima convicción. Con su mujer ya libre se fueron a vivir –siempre escondidos- a Villa Domínico, Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Sigue el relato de Hernán Osorio, ya ubicado en el tiempo antes del Mundial del ’78: “Hasta ese momento yo me movía con un documento falso, pero ya estaba cansado de esa simulación, así que le pedí a mi hermano Miguel Ángel que me prestara su libreta de enrolamiento, para tomarme un micro. Hablé con mi Viejo, que estaba en Buenos Aires en esa época y había vendido una casa y tenía plata. Yo nunca tuve una buena relación con él, pero cuando hacía falta siempre estaba. Le dije que tenía que irme. ´Hace rato que tendrías que haberte ido’ me dijo y me dio la plata para el pasaje. Me compré un pasaje en colectivo para Río de Janeiro y rajé. En Brasil a través de Cáritas conseguí la posibilidad de ir como refugiado a Suiza o Bélgica. Yo me quería ir a Suiza y Marta a Bélgica, porque allá estaban refugiados el filósofo Augusto Pérez Lindo y el abogado Víctor Benamo, compañeros de su amistad. Bruselas era una ciudad muy bella y ordenada donde vivíamos unos 300 refugiados argentinos. Allí me enganché de nuevo con la ‘orga’, para la denuncia de las violaciones a los derechos humanos, en el marco del Movimiento Peronista Montonero (MPM) que habíamos armado en el exilio. Hacíamos contacto con representantes de todos los movimientos de liberación de distintos puntos del mundo. Nosotros éramos los que difundíamos la ‘mala imagen el país’ ¡je! Esa de la que se quejaba Mirtha Legrand”. Consiguió trabajo en negro limpiando por la noche, vagones de subte y su mujer limpiando casas de familia. Lamentablemente terminaron separados y Tato se fue a Lovaina en cuya universidad ganó una beca y se anotó en la carrera de “Análisis Político de Países en Vías de Desarrollo”. Políticamente se apartó del MPM en desacuerdo con la contraofensiva, pero sumó sus ideas y su compromiso al naciente y efímero Montoneros 17 de Octubre, también de presencia en el ámbito de los exiliados argentinos. Tuvo tiempo para armar pareja nuevamente con Laura, una ex compañera presa de Río Gallegos, es decir santacruceña. En esa etapa se integró a la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU) que trabajaba en simultáneo entre Madrid, París y Bruselas, dando a conocer al mundo las barbaridades del gobierno de facto. Al caer la dictadura en Argentina pensó en volverse lo más rápido posible, pero en el consulado, cuando fue a tramitar el pasaporte le avisaron que si ponía un pie en Argentina iba en “cana” porque tenía 6 pedidos de captura vigentes. Marta su ex, que volvió antes, le consiguió un abogado (Carlos Gadano) que limpió sus causas pendientes una a una. Fueron dos años de espera y en 1985 volvió a la Patria. Volvió para trabajar sacrificadamente en un kiosko donde todos los días debía hacer el trayecto desde Villa Martelli (donde vivía) hasta Constitución (donde estaba el local). No hay cuerpo que aguante para un trabajo que además no tiene ni sábados ni domingos feriados. Aguantó un año así. Y como dice el refrán “sobre llovido mojado”. Recibió carta de Laura que se había quedado en Bélgica terminando una carrera de traductora; en la misiva le decía que se había enamorado de otro, que no volvería con él. Al borde de la angustia total, sin contención, se volvió a Viedma a vivir en una chacra y como dice otro refrán español: “Dios aprieta pero no ahorca”. “Empecé a buscar laburo y en la Escuela ‘Islas Malvinas’ de Patagones, estaba como directora Rosario Dellagnolo que había sido mi maestra de primario. Me recibió con los brazos abiertos y me dijo ‘yo pensé que estabas muerto, Negrito’ y me dio un montón de horas cátedra. Al principio no fue fácil, hubo comentarios y mala onda, algunos me daban vuelta la cara, pero más tarde empecé a encontrarme con los compañeros que abrían el corazón y sentí que había vuelto a casa, adonde había empezado a soñar con la Utopia”. Hernán “Tato” Osorio falleció el 4 de febrero de 2018. Tenía 73 años. Hay una plazoleta con su nombre ubicada entre las calles 8 y 6, sobre calle 71 del Balneario El Cóndor (allí vivía, en esa pequeña villa marítima de reposo), Viedma, provincia de Río Negro. Ese lugar lo recuerda como un argentino y peronista que dio todo por la causa nacional y popular y consagró su vida para tal fin. Ya otros vendrán que harán cierta la utopía que lo tuvo como protagonista.